Entre fantasmas, de Fernando Vallejo


 


El Papa es el Vicario de Cristo aquí en la tierra travestido, y el Vicario de Satanás en el Valle del Cabrón en pelota. Espía doble, hoy oficia en el Vaticano, mañana en Zugarramurdi. ¿No lo he visto yo en Zugarramurdi, en pleno país vasco, por el mar Cantábrico, una noche de aquelarre con unas brujas de Garmendia amigas mías, postrarse ante el buco de retro, y darle “equidac ipordian pot”, que traduzco del vascuense (sic) como un beso en el trasero?

Mediante un lenguaje que el novelista maneja a su antojo y a través del cual alardea de expresividad, exactitud y riqueza semántica se manifiesta el personaje de Entre fantasmas. Desvergonzado, provocador, avinagrado, iconoclasta, hombre e idioma son la misma cosa, uno es el retratado y el otro su reflejo exacto, que a cada paso solivianta e indigna. Porque, no solo critica y abomina de realidades que considera injustas. Defiende además la depravación, el crimen; el exterminio de todo lo que constituya para él una molestia. Un trasunto del autor, aunque con entidad propia, que, al cabo de la vejez, solo espera la muerte para dejar de sufrir cuanto antes. Mientras tanto se explica a sí mismo. Y en eso consiste la novela, en un largo monólogo con el protagonista como eje central, alrededor del cual gira el mundo. O, más bien, sus mundos particulares: los auténticos Méjico y Colombia y esa familia ficticia cuyos miembros, como la mayor parte de sus conocidos, enterró hace ya mucho tiempo De ahí su soledad y su desarraigo. También a causa de su gigantesca misantropía, que ha acabado convirtiéndole en un engendro de monstruo y hombre.

El resultado es un flujo de conciencia sabiamente calculado que, en un principio, puede desconcertar al lector. Pero solo hay que dejarse llevar, sin olvidarse de que la clave está en el título. Fantasmas son los de los muertos -cuyos nombres integran una numerosa nómina-, los de los demonios particulares del autor: la iglesia, su propia homosexualidad, el cine y la literatura, cuyo cultivo tanto le ha decepcionado, el del presidente de Colombia, el de su infancia, incluso el de su nación de origen, de la que el propio Vallejo renegó primero y que llegó a repudiarle más tarde.

Una obra que gusta más después de leída. Porque el personaje se va humanizando conforme progresa la acción. Porque el conjunto arroja luz sobre el contenido. Y porque, al cerrarlo, dejamos de sentir la acción corrosiva de ese ácido vertido por las palabras de Vallejo que no solo arranca nuestra piel más sensible, también nos desintegra por dentro dejándonos sin vísceras, llevando en su corriente las convicciones más arraigadas de cualquier ser humano que pueda considerarse persona.

Un convincente retrato y un ajuste de cuentas. También una confesión sincerísima, un valiente repaso de la biografía del autor con las licencias propias del  género.

PRIMERA EDICIÓN 1993 - VARIAS EDICIONES -  PÁGINAS: 264 (aprox.)

Comentarios