Testo Yonki, de Beatriz Preciado




Podemos catalogar Testo Yonki como un ensayo sociológico atípico, también como una obra inclasificable. O bien como dos productos completamente distintos presentados en un solo volumen. Por una parte, la autora hace partícipe al lector de un experimento llevado a cabo sobre sí misma, consistente en la aplicación de testosterona y la observación de sus efectos, tanto en el propio organismo como en su comportamiento sexual y afectivo. Por otra, realiza un análisis filosófico sobre la actual división social por sexos manifestándose en desacuerdo con ella en sintonía con los postulados de la teoría queer.

La argumentación gira alrededor de esta tesis: actualmente estamos inmersos en la era fármaco-pornográfica, quienes dominan son las industrias que imprimen modificaciones orgánicas o bien respuestas fisiológicas. Hemos trascendido la etapa de la producción industrial, incluso la de la comunicación de masas, ahora la producción y la información tiene lugar dentro de nosotros. Pagamos por el placer, la belleza, la reproducción o la ausencia de ella, pagamos por cambiar de aspecto, por mejorar nuestro estado de ánimo. Consumimos Prozac, Viagra, pornografía, hormonas sintéticas, utilizamos prótesis de todas clases, nos sometemos a la cirugía para adelgazar, parecer más jóvenes, cambiar nuestro fisonomía o alterar algún rasgo que no nos gusta. Pero ¿todos? Lo que me sorprende es el aire de inevitabilidad que imprime al papel de las industrias pornográfica y farmacéutica. Habla de la era fármaco-pornográfica como quien habla de la era de la comunicación, pero así como el que se aísla de los medios (TV, Internet etc.) se acaba convirtiendo en obsoleto, sin posibilidad de llevar una existencia integrada y normalizada, uno puede renunciar perfectamente a la pornografía y la química -en el sentido que propone la autora- sin que pase absolutamente nada, y respecto a la cirugía lo mismo. Se trata de posturas individuales y existe total libertad, nadie obliga a nada, ni siquiera a tomar la píldora. Incluso en ese campo existen alternativas y podemos elegir no hormonarnos.

Beatriz Preciado, además de doctora en filosofía, alumna y colaboradora de Jacques Derrida, abanderada del movimiento queer y teórica del género, es una feminista heterodoxa con la que las feministas no pueden estar de acuerdo y una transexual libérrima, con una vocación mucho más lúdica que la mayoría, sin victimismos ni excusas como haber nacido con el sexo equivocado, sin necesidad de operaciones, subvenciones ni reconocimiento social. Su vocación masculina es, paradójicamente, consecuencia de su fuerte personalidad y sus convicciones feministas. Nuestra autora no está dispuesta a formar parte del bando perdedor, quiere pertenecer al dominante y, si para ello, tiene que equipararse en cierta forma al varón, lo hace sin vacilar. El conflicto sobreviene cuando nos damos cuenta de que esa no puede ser nunca una solución colectiva, por mucho que la autora lo vaticine para un futuro más o menos próximo recomendando una masculinización progresiva de las mujeres que deseen liberarse de la dominación y adquirir una independencia real, pues ni aspiramos a ello ni desde una perspectiva más amplia sería de ningún modo deseable. Tampoco resolvería nada, porque todo el mundo reconocería a los transgénero (antiguas mujeres) y estaríamos igual de discriminadas. Un alto coste para seguir exactamente igual. Pero es que las consecuencias van más allá de lo aparente. Por ejemplo, ¿una mujer con aspecto masculino podría engendrar hijos biológicos? Puede que técnicamente sí, pero echemos un vistazo a nuestro mundo.

Quizá resulte oportuno recordar que la mayor parte de la población femenina ni es lesbiana ni está descontenta con su cuerpo. Por eso, y a pesar de las dificultades para situarnos al mismo nivel que los varones, a pesar de no haberlo conseguido aún tras tantos siglos de historia, me parece más sencillo –y también más conveniente- cambiar mentalidades en lugar de, tal como se sugiere en el ensayo, modificar en bloque nuestro aspecto. Incluso se aportan fórmulas: no solo el consumo de testosterona, también el implante artificial de barba y bigote o la progresiva modificación de gestos hasta alcanzar los modales varoniles. Preciado destaca por su individualismo. Va por libre, piensa por su cuenta y no se deja engañar por tópicos, algo que hace mucha falta en esta etapa de pensamiento único y muy respetable desde un punto de vista personal, pero sus soluciones no parecen viables.

Muchas de las tesis solo pueden entenderse en su contexto, ya que, sorprendentemente, Preciado, adopta en punto de vista masculino, confesándose partidaria de que se cobre el placer sexual (matrimonial o del tipo que sea). Olvida que un cuerpo femenino es, por naturaleza, capaz de experimentar orgasmos, olvida que no solo el que penetra disfruta, y olvida, asimismo, que los hijos también pertenecen a la madre y que las mujeres, como integrantes de la sociedad, recibirán los beneficios (genéticos, materiales etc.) de tener sucesores. Es decir, la mujer es tan progenitora, social e individualmente, como el varón. ¡Faltaría más!

También llega a conclusiones erróneas cuando contempla las consecuencias de un hecho concreto como si fuesen leyes de las que deducir pautas de conducta. El hecho de que las luchas feministas de los años 80 para abolir pornografía y prostitución en Estados Unidos generaran únicamente represión de la pornografía homosexual no significa que no tuvieran razón, lo que hace es poner en evidencia la omnipresencia de las estructuras patriarcales y su enorme resistencia a abandonar esquemas sociales fuertemente arraigados. En cambio, Preciado, parece haberse aliado (sin intención, obviamente) con el machismo ancestral al convertirse en la personificación de la envidia del pene, uno de los aspectos más trasnochados de las teorías de Freud. A este respecto, hago notar que la existencia de toda una industria de porno lésbico no disminuye en absoluto el poder multinacional de la pornografía machista, ya que éste se reduce a un espacio muy minoritario que, en absoluto pone en peligro las tradicionales pautas de conducta.

Los adelantos que ha experimentado la cirugía durante las últimas décadas la convierte en aliada de necesidades y anhelos diversos. En la era fármaco-pornográfica podemos cambiar radicalmente nuestro aspecto, parecer otros, incluso cambiar de sexo, al menos hasta cierto punto. Su enfoque del movimiento transexual es, desde este punto de vista, mucho más lógico que toda esa lamentación inverosímil que escuchamos últimamente. Estoy con Preciado en que todo el mundo debería poder cambiar de sexo libremente, sin tutela institucional, sin análisis psiquiátricos (que se pueden falsear con la mayor sencillez), en una palabra, sin que se inmiscuyan terceros. Pero que no nos vendan lo del error biológico, que no intenten convencernos de que han nacido en el cuerpo equivocado. Si les apetece, adelante, pero que no intenten confundirnos. No existe una psicología masculina y otra femenina en abstracto, nuestra identidad no radica en el cerebro sino que se traduce en una combinación de 1) rasgos biológicos 2) adiestramiento social. No existe un alma de género que flota en el éter posándose en la cabeza de los individuos independientemente de su genética (Pg. 157). Esto es una falacia primitiva y de raíces religiosas que hay que erradicar rápidamente y el hecho de que la defiendan integrantes de la comunidad científica como son los facultativos que se ocupan de estas cuestiones me parece inconcebible. Y peligroso. Ese es el camino de la involución, el que defiende los roles más trasnochados. Lo que hace falta, con o sin cirugía, son posturas innovadoras. La imaginación al poder. Los cantantes Falete y Chavela Vargas son ejemplos que me vienen ahora a la cabeza de personas que lograron expresar su identidad real, con toda la ambigüedad que lleva aparejada, sin intervenciones traumáticas, fracturas de la personalidad o alteraciones irreversibles.

Por otra parte, en el mundo ideal donde parece habitar la autora la adición no representa grandes peligros, la ingesta de sustancias no produce efectos secundarios ni alteraciones de la personalidad, la radical modificación del organismo, tanto en el aspecto fisiológico como en el de la propia imagen, no da lugar a ningún trastorno psíquico. El suyo es un mundo que alardea de una salud de hierro eterna y en el que, además, todos son responsables de sus actos. Pero tanto optimismo no tiene ninguna base objetiva y todo el que emprende ese camino debe conocer el riesgo que asume.

Obra áspera y vociferante, escéptica e insensible emotivamente hablando. Por momentos, incluso, demasiado abstracta: si incluyese una aclaración previa de conceptos filosóficos, la lectura resultaría mucho más cómoda. No obstante, y bajo su pretendida objetividad, se muestra exageradamente subjetiva. A veces es mucho más  arbitraria de lo que parece, a veces desvaría un poco, incluso bastante. La fuerte implicación en los asuntos que trata le hace perder a veces una solidez argumentativa que, sin embargo, es irreprochable en otros momentos. Hay mucha falacia y demagogia para defender lo que a ella le pide el cuerpo disfrazado de planteamiento filosófico. Obviamente, esto es así, solo cuando me limito a las discrepancias. Pero el ensayo también realiza un análisis profundo y riguroso cuyas consideraciones merece la pena examinar. Su aparente extremismo responde al deseo de un equilibrio inter sexos que aún está muy lejos de producirse. Pero la resignación no es el camino, si algo podemos conseguir es, precisamente, adoptando la misma actitud combativa que Beatriz Preciado demuestra.


PRIMERA EDICIÓN: 2008 - EDITORIAL ESPASA-CALPE - PÁGS: 324

Comentarios