La condición humana, de André Malraux





De André Malraux, hace tiempo que se ha contado todo. Dejo que estas palabras de Mario Vargas Llosa tracen unas pinceladas de su vida.  “(…) como si no hubiera bastado ser un sobresaliente escribidor, se las arregló, en sus 75 años de vida (1901-1976), para estar presente, a menudo en roles estelares, en los grandes acontecimientos de su siglo —la Revolución China, las luchas anticolonialistas del Asia, el movimiento antifascista europeo, la guerra de España, la resistencia contra el nazismo, la descolonización y reforma de Francia bajo De Gaulle— y dejar una marca en el rostro de su tiempo. Fue compañero de viaje de los comunistas y nacionalista ferviente; editor de pornografía clandestina; jugador a la Bolsa, donde se hizo rico y arruinó (dilapidando todo el dinero de su mujer) en el curso de pocos meses; saqueador de estatuas del templo de Banteal-Sreï, en Camboya, por lo que fue condenado a tres años de cárcel (su precoz prestigio literario le ganó una amnistía); conspirador anticolonialista en Saigón; animador de revistas de vanguardia y promotor del expresionismo alemán, del cubismo y de todos los experimentos plásticos y poéticos de los años veinte y treinta; uno de los primeros analistas y teóricos del cine; testigo implicado en las huelgas revolucionarias de Cantón del año 1925; gestor y protagonista de una expedición (en un monomotor de juguete) a Arabia, en busca de la capital de la Reina de Saba; intelectual comprometido y figura descollante en todos los congresos y organizaciones de artistas y escritores europeos antifascistas en los años treinta; organizador de la escuadrilla España (que después se llamaría André Malraux) en defensa de la República, durante la guerra civil española; héroe de la resistencia francesa y coronel de la brigada Alsacia Lorena; colaborador político y ministro en todos los gobiernos del general De Gaulle, a quien, desde que lo conoció en agosto de 1945 hasta su muerte, profesó una admiración cuasi religiosa.Revista Letras Libres, 1999).

Tampoco hay mucho que decir de una novela que durante ocho décadas ha hecho correr ríos de tinta, una incuestionable obra maestra -con un trasfondo histórico que dio lugar a cambios trascendentales en el sistema de fuerzas políticas de su época, envuelto en una zona de misterio y en complejas implicaciones ideológicas-, cuya lectura es sencillamente emocionante.

Malraux recrea la revolución que los comunistas y sus aliados llevaron a cabo en Sanghai contra el gobierno militar chino en 1927. Aunque él no estuvo presente en aquel momento participó en otros similares, por eso consigue dar a las escenas esa sensación de verdad, hacer que las visualicemos claramente sin que nos quepa duda de que quien las pone ante nuestros ojos lo hace desde el mismo núcleo de la acción. Su mérito estriba en conciliar esta con la ideología (un comunismo que no atiende las órdenes de Moscú) y la sensibilidad (dolor, amor, odio, miedo, remordimiento) para que constituyan un conjunto indivisible.

Los personajes están dibujados con esmero y eficacia. Es suficiente con unas pocas escenas en las que se representan cinematográficamente sus conductas, unos cuantos diálogos elocuentes y una introspección llena de contenido para que el lector se haga una idea clara de quién es quién y de cuáles son sus ideas, objetivos y preocupaciones. En ese tapiz impresionista aparecen héroes como Kyo (inspirado en Chou-En-Lai, aunque el modelo real no muere entonces y acaba por reunirse con Mao, con el que colaboró durante toda su vida), el padre de este, Gisors –lúcido y coherente pero escéptico, con el ánimo arruinado por la vida y el opio, acabado de destrozar por la muerte del hijo-,  May, la esposa, que comparte el idealismo de Kyo aunque con una postura más prudente, bufones como el barón de Clappique, que pone la nota excéntrica y cínica en medio de todo ese dramatismo, u oportunistas como Ferral, que personifica el mundo de los grandes empresarios. Malraux consigue crear arquetipos convincentes que, no obstante, son también personas, de carne y hueso, llenas de vida y con rasgos individuales perfectamente creíbles.

Aquí la muerte y los sacrificios no tienen mayor importancia, el objetivo está, por encima de todo, en modificar las condiciones de vida de las clases humildes. De ahí toda esa serie de escenas impactantes, como la inicial, del asesinato protagonizado por Chen; o la de este mismo en sus intentos por lanzar la bomba a Chiang Kaishek siendo obstaculizado estúpidamente por el dueño de un negocio que da lugar al tremendo desenlace, una muerte que ni siquiera alcanza su objetivo pues el dirigente no va en ese convoy; como la pelea conyugal de Kyo y May cuando esta insiste en acompañarle a una emboscada y él se niega para protegerla del peligro; como la del propio Kyo, implicado en un espeluznante tiroteo; o cuando Katow, capturado, es apartado del resto de prisioneros para unirlo a los que van a ser pasto de las llamas y confía en el cianuro hasta que llegan dos colegas más jóvenes y renuncia a él en su beneficio pereciendo en las calderas como estaba previsto; o el momento en que Ferral, pretende salvar su, antaño, poderosa empresa, amenazada ahora por el incipiente comunismo chino y ve cómo la banca le niega en bloque su apoyo mientras el gobierno francés se alía con ella pues prefiere dejar que se extinga el gigante industrial a perder el apoyo de las finanzas. Todas ellas son magníficamente reproducidas, la tensión graduada con firmeza y los movimientos de los personajes perfectamente creíbles y conmovedores, así como el conjunto del cuadro.

Los rebeldes representan una ideología de índole trotskista, claramente separada de las consignas emanadas de Rusia. Pero en el flujo de conciencia de los personajes se ven representadas muchas corrientes de pensamiento, desde el más interesado al más altruista, desde la entrega más apasionada de unos o la desesperada temeridad de otros, al más absoluto escepticismo. La acción es fundamental en la trama, pero a la valentía podríamos considerarla como un elemento sustantivo, un personaje más. Y sin embargo esa valentía, transformada a menudo en heroísmo, está narrada con tanta naturalidad como si estuviera al alcance de todos.

Lo he leído en una edición de bolsillo que mantiene la primera traducción (de 1936), realizada por Cesar A. Comet. No sé si ha habido otras porque todas las que he encontrado han adoptado el mismo texto. Y no entiendo el motivo, pues el castellano que presenta es sencillamente desastroso, aunque es cierto que va mejorando. Comparándola con una vieja edición francesa, compruebo que la causa, o una de ellas, es la literalidad. Esto da lugar a intolerables cambios de sentido. Lo primero que un traductor debe saber es que no siempre una fonética parecida conduce al mismo significado, que existen los llamados falsos amigos y es preciso reconocerlos para no dejarse engañar. De lo contrario convertirán el nuevo texto en ilegible e introducirán, incluso, vocablos inexistentes.

También abundan las incongruencias. Muchos de los giros tendrían que estar castellanizados y, cuando resulta imposible, se debe añadir un pie de página. Aunque la idea general se entiende, no se disfruta nada y se pierde gran parte del sentido. Hay que tener en cuenta el carácter elusivo e impresionista de una obra en la que, tal como apunta Vargas Llosa en el prólogo, el lector ha de poner mucho de su parte. Sin embargo, aparte de expresiones locales o especializadas, ni vocabulario ni sintaxis son complicados en exceso. No obstante, la experiencia ha resultado fatigosa, ya que he tenido que arreglármelas alternando la edición francesa con la española junto a frecuentes visitas al diccionario. Da vergüenza ajena no solo que, haya salido a la luz una versión así de una obra tan relevante, sino que ni siquiera hoy día sea sencillo encontrar otra (si es que existe).

Veamos unos cuantos ejemplos al azar. ¿A qué se refiere con la expresión talapuinos? Así es como se traslada talapoints, que en el diccionario se presenta como “monjes budistas”. ¿Qué significa petits pâtés? Porque “ensartar unos pastelillos en las puntas de las alambradas”, como traduce Comet, no me parece muy lógico. Supongo que cuando dice que tiene aspecto de clergyman quiere decir que lo tiene de clérigo, pero me gustaría asegurarme de que es así. Jonque, además de junco, es un “barco chino”, y si yo lo he encontrado fácilmente, ¿por qué el traductor lo despacha con “subamos a los juncos imperiales”? ¿Qué me decís de “una preocupación que aquella noche había rondado en su camino”. ¿Qué significa la “música del sombrero chino”, aunque en francés diga eso exactamente? ¿Por qué traduce confréres como cofrades, en lugar de vecinos, paisanos o algo así. "Raspar al otro comprador" supongo que es deshacerse de él pero me gustaría comprobarlo. ¿Qué son "lamparas de tormenta"? porque en francés tendrá sentido pero en español no quiere decir nada. Lo mismo que supliciado (supplicié), pero si lo sustituimos por ajusticiado la cosa cambia. Y estas son las incongruencias evidentes, otras veces, se leen expresiones que no acaban de cuadrar y no es posible saber por qué. ¡Menos mal que mejora a medida que el texto avanza! ¡Menos mal que los diálogos, al carecer de la complejidad de la narración, no ocasionan ningún problema! No solo al traductor, a nadie que sepa algo de francés.

Detrás de todo esto hay dos recomendaciones entusiastas. La primera, que leáis esta gran obra o que la releáis si lo habíais hecho ya. La segunda, que os molestéis en buscar una versión distinta. Espero que tengáis más suerte que yo.


CLÁSICO . 1ª EDICIÓN: 1936

Comentarios

  1. La traducio'n es un desatre, capaz de convertir en asesino al ma's paci'fico de los lectores. Denominar por ejemplo 'indicadores' a los soplones, a s informantes de la polici'a es un ejemplo de la desfiguracio'n perpetrada por el traductor. En 'La verdad de las mentiras Vargas Llosa le tira flores a esta novela. Relata que la ley'o 5 veces. Sin duda la leyo' en france's......no quiero ni imaginar co'mo traduciri'a el asesino de novelas al france's mi expresio'n 'tirarle flores'

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  2. Pues sí, parece que hemos padecido lo mismo. Además de lo mal que lo pasé me perdía cosas, intenté leerlo directamente en francés, pero tenía exactamente los mismo problemas que el traductor. Claro que yo, sin ser del gremio, era consciente de que la transvase literal no tenía sentido. No sé cómo él pudo meterse en un berenjenal que, era obvio, le quedaba enorme.

    No ha sido la única vez, claro, pero algo tan exagerado como esto (quizá más) solo me ha ocurrido con Las aventuras de Augie March de Saul Bellow, hasta el punto que tuve que dejarlo porque la comprensión era peor aún. Las dos veces busqué una edición que tuviese otro traductor pero sin éxito.

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