Las hogueras, de Concha Alós
Concha
Alós, autora de una decena de obras publicadas entre 1952 y 1986, ganadora del
premio Planeta en 1964 (por segunda vez, siendo descalificada la primera por
motivos legales), fallecida hace solo un par de años, autora de éxito en su día
y vapuleada, no obstante, por la censura franquista a causa de su valentía
literaria, cuenta con mérito suficiente para ser reeditada, leída y permanecer
en la memoria, aunque sea de unos pocos seguidores. Pero fuera de un par de
artículos glosando su figura con ocasión de su fallecimiento, sobre ella se
alza una losa de silencio.
Esta
novela constituye ante todo el testimonio de un época, de un modo de vida muy
diferente del nuestro –al menos a primera vista pues si profundizamos
mínimamente las coincidencias hablan por sí mismas–, de una mentalidad y de las
limitaciones (¿y ventajas?) que conlleva vivir en una localidad minúscula, en
plena naturaleza, donde la población es escasa y todos se conocen de sobra. Y de
esos convencionalismos, de ese modo de vida con los absurdos y contradicciones
que toda época arrastra. Dicho esto añadiré que, ya entonces –aunque no mucho
antes– en un lugar como aquel se podía vivir por elección, (aunque, en
ocasiones, la frontera entre voluntad y obligación es difusa), no solo por
nacimiento, de ahí que personajes de extracciones muy distintas coincidan, en
un momento dado, en el mismo pedazo de tierra.
Se
presenta descarnadamente un entorno natural que se concreta en la presencia constante
del mar, del terruño, de un viento machacón y atosigante, y hasta de la propia
naturaleza humana con sus insidias y reclamos legítimos. La acción (o inacción
más bien) se sitúa en Son Bauló, un pueblo mallorquín descrito con vigorosas
pinceladas que se aplican cuidadosamente, muchas veces rozando lo poético:
“Oscurecía. Dentro de poco, las tres torres del Silo apenas se verían. La colonia o los polvos que llevaba la Leonor, su perfume, mezclado con el olor de su piel, se hizo intenso, casi insoportable. Los ruidos del pueblo llegaban claros: el cuerno marino del patró Garrit llamando a la gente para que comprara pescado. La campana de la iglesia. Un pito machacón que debía de hacer sonar algún niño.”
Pero
siempre es desigual la lucha que se libra entre voluntad y circunstancias: cuando
estas oprimen a conciencia son muy pocos los que consiguen salir airosos. En
esta novela –muy próxima a lo coral–, hay varios personajes en primer plano,
pero solo dos mujeres –Sibila y Asunción, que encarnan mundos antagónicos:
riqueza y belleza la una, trabajo e ideales la otra–, son las verdaderas protagonistas.
Sin embargo, ninguna de las dos es feliz. La primera se encuentra atrapada en
un matrimonio que la oprime, la segunda, aún añadiendo a su exiguo sueldo de
maestra el producto de unas clases particulares que, en el fondo, aborrece, arrastra
una vida miserable y la única salida que imagina es el matrimonio. Tanto ellas como
todos los demás giran arrastrados por una noria absurda que les empuja a seguir
adelante, pero ante ellos no hay nada, carecen de horizontes; por desgracia su
único destino consiste en dar vueltas y más vueltas.
Y,
como digo, también hay personajes no humanos, como el Mediterráneo
omnipresente, con sus constantes cambios de humor, siempre igual y siempre
distinto, testigo inevitable y decisivo, el que acaba precipitando
acontecimientos, el viento imperturbable y angustioso, los ciclos estacionales
o la naturaleza, de la que depende el sustento de muchos.
Pero,
y a pesar de esa evidente voluntad de estilo, a veces se traen a colación
antecedentes que hasta entonces desconocíamos y que se despachan con un par de
frases para orientar mínimamente al lector, cuando, convenientemente
desarrollados contribuirían a enriquecer el texto. Estos párrafos evidencian
ocasionales descuidos que contrastan con el cuidado exquisito, incluso
exagerado a veces dando lugar a un artificio algo forzado, que se manifiesta en
todo lo demás.
La postura de la autora se manifiesta en comentarios, aparentemente nimios, donde la carga crítica es evidente.
“… en nuestra sociedad no hay ningún hecho externo que señale esta entrada en el mundo de los adultos. La lucha es sorda y solitaria. Una desgarradora convicción de que el dinero lo puede casi todo invade al individuo consciente cuando esta lucha ha terminado.”
Alós
es una narradora contundente y cargada de vehemencia. Palabras y escenas inundan
como mazazos la retina del lector. Con ellos deja meridianamente claro que pisar
el mismo suelo produce a veces pestilentes residuos, sobre todo cuando no se
airean, cuando se sepultan bajo una densa capa de silencio. Todo ese enorme peso
de incomunicación y prejuicios produce así violencia soterrada, vulgaridad, una
rutina agobiante y dolor. Un dolor enorme.
Para
muestra un botón. Así concluye:
“Las hogueras. Archibald pensó que a menudo los breves y desesperados vuelos hacia la felicidad son como una hoguera que arrasa y nos hunde en la desesperanza, en la soledad. En la imposibilidad de esperar nada aparte de la diaria y baja rutina.”
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