Un hombre soltero, de Christopher Isherwood


Un hombre solo sumido en la tristeza, la melancolía que provoca el paso del tiempo, la conciencia de que el cuerpo no responde como antes, la sospecha de ser observado por gente que no tiene muy buena opinión de él. Lo que nos está contando Isherwood es que George, el protagonista de Un hombre soltero, acaba de perder a su pareja en un accidente y eso implica que, de pronto, se sienta cansado, mayor, y radicalmente distinto de esas convencionales familias que le escudriñan desde sus jardines (o eso piensa él). La maestría del escritor consigue que solo unas cuantas pinceladas retraten fielmente al hombre.

Lo que estamos leyendo es el retrato de un ser humano en uno de sus momentos críticos, y hasta una ojeada a su pasado, a través de los actos y conversaciones que tienen lugar en una jornada que será crucial para George. Pero también, y sobre todo, muestra lo que piensa su autor. De las minorías, por ejemplo, –de todas en general; la homosexualidad, aunque sea la orientación de escritor y personaje, es solo una más entre todas–, a las que defiende y culpa por igual. Según explica a sus alumnos, la esencia de las minorías no radica en su número de miembros sino en alguna cualidad amenazante, disimular la hostilidad que provocan no conduce más que a perseguirlas, lo cual, aparte de constituir una injusticia, desemboca en el odio recíproco.

Y, ya entrando de lleno en el sistema educativo, su crítica a lo establecido también se dirige a la falta de consideración y expectativas que conlleva el oficio de docente:

“Es triste notar en un buen número de esas caras una expresión malhumorada, frustrada. ¿Por qué se sienten así? Indudablemente, están mal pagados. Y su futuro no es prometedor en un sentido comercial. (…) ¿No es algo saber que se pertenece a una de esas pocas profesiones que en este país no está totalmente corrompida? Para los frustrados, parece ser que no. Si se atrevieran abandonarían. Pero se han preparado para este trabajo y ahora tienen que apencar con él hasta el final. Han desperdiciado su tiempo, ese tiempo en el que deberían haber aprendido a engañar, robar y mentir.”

La estabilidad del personaje se apoya en puntales inciertos: la amistad con Charlotte, que se encuentra igualmente a la deriva, su profesión que, ya hemos visto, solo ha logrado frustrarle, el recuerdo de Jim, que solo le produce dolor, la equívoca relación con sus alumnos…Y el alcohol, ese charco en el que, si no las penas, siempre puede ahogarse a sí mismo.

En las últimas páginas de la edición que he utilizado se transcribe una entrevista para un periódico gay que tuvo lugar nueve años después de publicada la novela, es decir hace cuarenta años justos. Una de las afirmaciones de Isherwood, al contrastar con lo comúnmente aceptado hoy día, resulta algo sorprendente, pero no deja de tener lógica: “Estoy de acuerdo en que es muy peligroso igualar una relación homosexual con el matrimonio heterosexual. Se arrastra todo el sistema burgués de obligaciones y el concepto de posesión”.

No obstante, la novela –que fue llevada al cine en 2009– no está desfasada en absoluto, toda ella, y en particular la escena en casa de Charlotte y el episodio del encuentro con Kenny, resulta divertida, irónica, emotiva y repleta de intención.


PRIMERA EDICIÓN: 1964 – CLÁSICO – VARIAS EDICIONES


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