Viaje al fin de la noche, de Louis Ferdinand Céline

Acabo de cerrar la última página de este libro por segunda vez en mi vida. La primera era casi adolescente y recuerdo que me impresionó muchísimo. Esta vez, aparte de que he leído infinitamente más, literatura iconoclasta incluida, la peculiar elaboración del argumento no me ha pillado de improviso. No voy descubrir nada nuevo a estas alturas y quien necesite información sobre este clásico, por motivos académicos o del tipo que sea, debe buscar en otro sitio, yo solo voy a contar mi experiencia.

En su día supuso un gran acontecimiento. Nadie hasta entonces se había atrevido a romper de ese modo los esquemas morales y las convenciones lingüísticas. Ahora, a ese respecto, estamos ya curados de espanto. Y aún así cualquiera que se tope sin previo aviso con Viaje al fin de la noche, si es capaz de leerlo a fondo, puede quedar conmocionado. Incluso hoy día, sí. Se nos ha acostumbrado al escándalo, al lenguaje grosero, a despotricar contra instituciones y costumbres consagradas por la tradición. Todo eso lo vamos a encontrar en esta obra, también una vida de búsqueda constante, errática, con tal escepticismo que no hay objeto ni objetivo que valga. Y es ese talante, esa posición ante la vida, defensiva, falta de ambición, dirigida por un pensamiento que analiza, disecciona y desprecia, lo que deja al lector sin aliento. Se pueden leer tragedias, catástrofes enormes, pero nada desanima más que contemplar a un individuo a merced de los elementos, sin fuerza ni ganas de luchar, dejándose llevar por la inercia.

Lo que le salva de esa tendencia nihilista es la sátira. De la guerra –primera guerra mundial en este caso–, de la aparentemente respetable vida en las colonias, de médicos y enfermos y, en general, de cualquier forma de convivencia entre seres humanos. Ferdinand Bardamu, el protagonista, –que sentimos tan cercano como si fuera nuestro vecino de asiento– está a punto de ser linchado en un barco solo porque su excentricidad le presta un aspecto sospechoso, es testigo de la degradación a que se somete a los nativos en las colonias, presencia y se convierte en cómplice de un intento de asesinato a una anciana que, finalmente, se lleva a cabo sin que él se moleste en denunciarlo, asiste impotente a la muerte de un niño víctima de la miseria en que vive y, en el otro extremo, le admira el heroísmo del compañero que se priva de todo para socorrer a una huérfana. Nada de esto le resulta indiferente pero él no puede ni quiere ser un héroe, por eso vive en un permanente letargo, víctima del estupor que le produce la constante contemplación del abuso y la injusticia.

La amoralidad como código ético del personaje y motivo de reflexión para los lectores, el desprecio y el asco como constante reacción a lo que ve, la ironía como vehículo para comunicar su frustración. Porque el hombre común sigue siendo esclavo del poder, yendo a la guerra, perdiendo la dignidad sin enterarse:

Hemos nacido fieles. ¡ya es que reventamos de fidelidad! Soldados sin paga, héroes para todo el mundo, monosabios, palabras dolientes, somos los favoritos del rey Miseria.

Nuestro coronel tal vez supiese por qué disparaban aquellos dos, quizá los alemanes lo supiesen también, pero yo, la verdad, no.”

“… ¿seré, pues, el único cobarde de la tierra?... ¿Perdido entre dos millones de locos heroicos, furiosos y armados hasta los dientes?


“El robo del pobre se convierte en un malicioso desquite individual, ¿me comprende? ¿Adónde iríamos a parar? Por eso la represión de los hurtos de poca importancia se ejerce, fíjese bien, en todos los climas, con un rigor extremo, no solo como medio de defensa social, sino también y sobre todo como recomendación severa a todos los desgraciados para que se mantengan en su sitio y en su casta, tranquilos contentos y resignados a diñarla por los siglos de los siglos de miseria y de hambre…”

“Yo lo había sentido muchas veces el amor en reserva. Hay en cantidad. No se puede negar. Solo que es una pena que siga siendo tan cabrona la gente con tanto amor en reserva. No sale y se acabó. Se les queda ahí dentro, no les sirve de nada. Revientan de amor, dentro.”


Se ha hablado mucho de la ideología nazi de Céline. No conozco suficientemente la  actitud y el pensamiento que originan esos ataques. Me repugna esa ideología, sí, pero eso no me impide estar de acuerdo con la carga crítica que se desprende de la novela, aunque la nefasta traducción de Carlos Manzano me haya impedido esta vez disfrutar del argot, de los giros coloquiales, de toda esa bomba de relojería lingüística escrupulosamente medida que en esta versión castellana parece más bien una desagradable jaula de grillos.

 PRIMERA EDICIÓN: 1932 – CLÁSICO (VARIAS EDICIONES) – PÁGINAS: 550 (aprox.)

Comentarios

  1. ¿Sabes? A mi me está pasando últimamente que hay libros que leí de adolescente y que me está apeteciendo releer (como si no tuviera bastante con los pendientes de primera lectura), porque tengo la sensación de que ahora los saborearia más. Este es uno de ellos, aunque miraré si encuentro alguna traducción mejor ¿no?

    Saludos!

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  2. Desde luego la que cito no te la aconsejo porque el lenguaje pierde toda la gracia. El que he manejado esta vez es la versión en ebook, creo que la que leí es la de Carmen Kurtz y que era la buena, en cuanto pueda tengo que comprobarlo.

    En bibliotecas, seguro que es la que hay.

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