La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata
Esta
novela me ha producido sensaciones encontradas, tanto la primera vez que la leí, hará unos cinco o seis años, como
ahora, cuando en una charla entre amigos se decidió realizar una lectura
comparativa que la relacionase con otras dos obras –relato y novela –que fueron
concebidas a partir de su lectura y de la fuerte impresión que causó en un novelista
(no oriental) de la generación posterior a Kawabata. Sobre él y sobre la novela
a que esta dio lugar hablaré en otro momento procurando rastrear la evidente
huella que la primera ha dejado en la segunda. Por ahora voy a limitarme a La casa de las bellas durmientes, un
texto, por sí mismo suficientemente complejo, y hasta polémico, y por tanto,
con material suficiente para el comentario.
Como
no me quiero extender, voy a centrarme en lo esencial. Por si alguien no lo
conoce todavía, hablo de uno de los autores fundamentales del siglo pasado, recibió
el premio Nobel en 1968 y, aunque esto no es garantía de nada, hay
que reconocer que fue un galardón merecido. De todo lo suyo que he leído hasta
ahora –tampoco demasiado– esta me parece su obra más conseguida, luego explicaré
por qué. Dicho esto, aclaro que aquella primera lectura, aún siendo consciente
de su calidad, no fui capaz de disfrutarla. El motivo es paradójico: precisamente
por la maestría con que su autor retrata esa realidad que ha ideado (o copiado,
no lo sé), y tan sobrecogida por ella como si la estuviese viviendo. Es decir,
fui consciente de que me encontraba ante una obra maestra pero lo fui de una
forma exclusivamente teórica. Resulta difícil de explicar, la sensación podría compararse
a lo que experimenta un daltónico que conoce los colores pero no los distingue,
o alguien que ha perdido el olfato y recuerda las cualidades de un aroma. Jamás
me ha ocurrido nada semejante y creo que merece la pena compartirlo.
Con
estos antecedentes, pueden imaginarse que acudí a la relectura llena de prevención.
Y sí, en ella encontré, por supuesto, lo mismo que había dejado entre sus
páginas unos años antes. No me había engañado, las letras tampoco se habían
movido del sitio, pero ahora sucedió lo contrario: la rabia, la rebeldía, se
produjeron a nivel intelectual dejando, por fin, a mi paladar deleitarse con
los hallazgos literarios del japonés, con su enorme sabiduría, su sutileza, su
gran habilidad de narrador. La explicación de esta (doble) experiencia es
sencilla: la segunda vez no me pilló de sorpresa, sabía con exactitud qué era
lo que iba a encontrarme.
A
partir de ahora, voy a andarme con tiento para permitir que sea la lectura de
la novela lo que descubra aquello que esta encierra en su interior. Aclararé,
no obstante, que, a pesar de lo que van a leer a partir de ahora, la acción no
se localiza en un prostíbulo. A algunos les ha parecido una realidad mucho más dulce,
yo opino lo contrario. Imaginen un elegante inmueble –elegantemente sórdido,
diría yo–, chicas jovencísimas y –requisito indispensable– vírgenes (lo que
supone haber tenido que pasar por la humillación del reconocimiento),
presumimos que de extracción social extremadamente humilde, movidas sus
familias por una necesidad acuciante. Todo ello supone una injusticia terrible,
pero no nacimos ayer, nos consta que panoramas de este tipo abundan, por
desgracia, en este mundo. Lo que no puede dejar de indignarme es la
complacencia con que lo cuenta Kawabata, ese tinte de normalidad que impregna cada
una de las páginas, la justificación absoluta, la completa indiferencia, la
manifiesta falta de empatía, la frialdad, la completa identificación con los
ancianos en detrimento de las más vulnerables. Sí ya sé que está pintando al
Japón de otra época, una sociedad enormemente machista, pero precisamente eso,
el extremo tan inhumano a que llegan los esquemas de la desigualdad de género y
la social unidas producen esta clase de abusos. No puedo omitir que los
clientes están a salvo de cualquier peligro que no proceda exclusivamente de
ellos mismos, en cambio a las chicas se las pone constantemente –por supuesto a
sus espaldas y a las de sus familias– en peligro de muerte. El autor
proporciona suficientes pistas para que podamos deducir todo esto sin
mencionarlo. Sabe perfectamente lo que tiene que contar y hasta donde.
No
puede saber de lo que hablo quien no se haya enfrentado a esas escenas repletas
de complacencia, de delectación, a las pormenorizadas descripciones del mínimo
gesto, de cada percepción sensorial, quien
no haya degustado la sublime recreación de un ambiente que se presenta como
exquisito pero que, a quien tenga un mínimo de sensibilidad, acabará
resultándole odioso. Ya he dicho que no estamos hablando de un
prostíbulo, es hora de señalar que no hay rastro de pornografía. Lo que
ideó la calenturienta mente del Nobel es algo mucho más sutil, pero si quieren saber
de qué se trata van a tener que leerlo.
PRIMERA EDICIÓN: 1961 – PÁGINAS: 58 - CLÁSICO – VARIAS EDICIONES
Es verdad que a veces lees un libro y reconociendo su capacidad literaria, emocionalmente no se produce la conexión. En este caso parece que la relectura te permitió acoplar ambas miradas lectoras (la racional y la emocional), parece que porque sabías a qué te enfrentabas. A mi me pasa también mucho últimamente con algunas relecturas, pero es sobre todo por el momento lector que estoy, supongo que he ido madurando como lectora.
ResponderEliminarEl libro no lo he leído, pero no es la primera vez que tengo que domeñar cierta irritación ante la complacencia oriental respecto (principalmente) al machismo.
Gracias y un saludo
Pues mira, te voy a tentar ¿vale? Solo tiene 58 páginas. ;)
ResponderEliminarY, ahora en serio. Es una novela que todas las mujeres deberían leer. A ver si perdemos esa ingenuidad que nos caracteriza. Que es que no aprendemos..
Y no hay que pensar en que esas ideas son una antigualla del siglo pasado. Participé en una reunión que comentaba el libro y no hubo forma de poner el enfoque en lo importante. Los hombres estaban encandilados con el invento, solo pensaban en lo triste que es llegar a cierta edad y en lo estupendo que sería participar en algo así. Y eso que estábamos nosotras delante. Bueno, como digo, lo nuestro es ya punto y aparte: la mayoría apoyaba esa opinión, lo de que esa realidad nos denigra ni lo mencionaban. Solo una pequeña representación femenina estaba en contra pero no se atrevían ni a respirar. Yo sí ¿eh? Y no disimulé mi indignación, pero apenas me dejaron decir nada :(
¡Cuanta irracionalidad, mon dieu!