TEXTOS: "No hay serpientes en Islandia", de Eduardo Mendoza (y II)


Lo admirable del humor literario inglés es que se mantiene firme cuando en el continente europeo la ironía, que había alcanzado tanto esplendor con la Ilustración, es decapitada por la Revolución francesa y reemplazada por el Romanticismo, con sus desvaríos, sus tendencias suicidas y su empeño por tomarse en serio los vaivenes sentimentales propios y ajenos. Los escritores ingleses dejan claro que pueden sufrir como el que más, pero no abandonan el humor. Jane Austen nace un año después de la publicación de Werther, la novela romántica por excelencia y la más influyente, y ni ella ni sus personajes ignoran la existencia de esta corriente tempestuosa, pero su mundo es el opuesto: adolescentes de clase media y pocas luces que hacen el ridículo persiguiendo a un chico guapo, bueno y, a ser posible, rico. Una resistencia a la moda no siempre bien interpretada y a veces irritante. Mark Twain: “Cada vez que leo Orgullo y prejuicio siento deseos de desenterrar a la autora y golpearle la calavera con su propia tibia”. En realidad, Jane Austen no tenía nada de ingenua, y quizá por su influjo el humor pasó a ser una parte integrante y casi obligatoria de la novela inglesa, frente a la seriedad de la novela realista continental del fructífero siglo XIX. Hay algo de insularidad heroica en el empeño por divertir que encontramos en lord Byron, en Dickens o en George Eliot, si los comparamos con sus adustos contemporáneos.

Ahora toca hablar de los Estados Unidos. Ya he mencionado las influencias de otras culturas, pero hay algo más. El humor inglés surgió en una sociedad muy rígida y jerarquizada, donde sobraban motivos de burla, tanto por lo que se refiere a las clases sociales como a las costumbres y ceremonias. Las novelas de P.G. Wodehouse (Jeeves) o las de Richmal Crompton (Guillermo Brown) solo pueden surgir de una sociedad afectada por una resignada y amable esclerosis. La sociedad norteamericana siempre fue lo contrario y su humor es más directo y más salvaje, aunque no falten ejemplos de humor típicamente inglés. Así Ambrose Bierce: “Que los avestruces tengan las alas atrofiadas no se puede considerar un defecto, porque, como es bien sabido, los avestruces no vuelan”. Más adelante, el humor americano encontró un vehículo idóneo en el cine, cosa que no ocurrió en Inglaterra. Aunque la aportación inglesa al cine de humor de Hollywood es notable, empezando por Chaplin y pasando por Stan Laurel, Cary Grant o Bob Hope (sí, eso he dicho), el cine británico de humor, salvo excepciones, resulta decepcionante, y en la mayoría de los casos no va más allá de un costumbrismo sensiblero que lo emparenta con el cine cómico español de los años cincuenta. Muy distinto es el caso de la televisión, un medio que siempre dominaron los ingleses.
"Bosque tropical con los monos y serpientes" - Henri Rousseau - Óleo sobre lienzo (1910)
En la actualidad, el humor inglés mantiene su rasgo más destacado: un refinamiento intelectual que no está reñido con la chocarrería. Quizá ayude a entender este fenómeno el hecho de que las solemnes universidades inglesas sean la tierra de cultivo de los humoristas más celebrados de las últimas décadas. Los miembros de Monty Python proceden de Cambridge y de Oxford, y también es oriundo de los claustros de Oxford el solitario y quisquilloso Mister Bean.
 
El tema se presta a seguir hablando sin decir nada. Cedamos la última palabra a Max Beerbohm: “Si yo fuera rico, haría una campaña publicitaria en todos los periódicos con un anuncio que diría: ‘No hay nada en este mundo que merezca la pena de ser comprado".
Eduardo Mendoza. “No hay serpientes en Islandia” (Revista Mercurio, Marzo 2014 – pags. 6-7)

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