La piedra de la paciencia, de Atiq Rahimi


Un texto –porque voy a hablar de la novela, no de la película– que se define por sí mismo y también se defiende por sí mismo. Por ello ni siquiera aportaré más datos del autor que su nombre: Atiq Rahimi, la nacionalidad: afgana, y el hecho de que se sintió impulsado a escribirlo a raíz del salvaje asesinato a manos de su propio marido de una poetisa afgana de la que solo facilita sus iniciales N.A. Así de conciso. Y por ello todavía más angustioso y desesperante.
Esa es toda la información que encabeza esta novela porque su autor consideró oportuno que así fuese. Y lo ratifica con estas escuetas palabras: “En alguna parte de Afganistan, o en cualquier otro lugar”. Nada más cierto. No hace falta hablar del lugar o las circunstancias históricas porque no estamos tratando ningún hecho aislado, lo que cuenta, mal que nos pese, no es en absoluto insólito. Nos consta que muerte, maltrato, opresión, ridiculización, desprestigio y esclavitud de las mujeres son, por desgracia, moneda corriente desde que el mundo es mundo y que se han perpetuado hasta nuestros días, incluso en las sociedades occidentales por mucho que presuman de avanzadas. Es más, si continuamos por ese camino, es decir, mientras sigamos rasgándonos las vestiduras sin verdadera intención de que algo cambie, ese estado de cosas se mantendrá mientras el ser humano siga existiendo.
 
Decía que, para enfrentarse a esta obra, no hace falta más que leer despacio, analizando lo que nos parezca oportuno, descifrar sus claves, comunicarnos con cada uno de sus numerosos y complejos símbolos, percibir la gran cantidad de matices que posee, trasladarnos al espacio en que se desarrolla, captar el tremendo entramado que rodea a los escuetos hechos que narra, calibrar las mentalidades que refleja y las implicaciones a que estas dan lugar. Pero, sobre todo, dejarnos llevar por esa corriente de sentimientos, ese dramatismo, mucho más hondo aún a causa de su extrema contención. Cualquier referencia de otra clase solo conduciría a banalizarla. Con ello el lector tiene ya suficiente tarea, a la que, sin embargo, no hace falta dedicar más tiempo que el de la lectura, pues, si permitimos a las palabras resonar dentro de nosotros con la debida contundencia, las conclusiones son automáticas.
 
Lo primero que me intriga como española son sus antecedentes, ya que marco y planteamiento son idénticos a Cinco horas con Mario. A estas alturas de la historia, ningún escritor solvente se saca nada de la manga. Sin una tradición, sin las pautas que han prestado los que transitaron el territorio antes que ellos, no puede brotar nada meritorio. La pregunta, pues, surge por sí misma, Al margen de los motivos personales que condujeron a Rahimi a escribirla, ¿existe alguna probabilidad de que conociese previamente la novela de Delibes? ¿Es posible, incluso, que constituyese uno de sus modelos literarios?
 
Naturalmente, ese hipotético modelo no sería más que eso, porque sus rasgos personalísimos construyen una novela enormemente original. En primer lugar, alrededor de la teatral escenografía pasan cosas constantemente. Además, el monólogo de la esposa no se refiere exclusivamente al pasado, la actualidad es otro personaje, y tan activo que consigue como el que más hacer vibrar al lector. Huelga decir que para sacar esto adelante, no basta con las frases escuetas, es preciso rodearlas de lo que en escena se denominarían acotaciones. Se producen entradas y salidas, conocemos hechos paralelos que suceden en otros lugares, se alude a la escenografía que vemos y a la que no vemos, incluso aparecen ocasionales personajes secundarios. Además, y procurando no desvelar nada, aclararé que no se trata exactamente de un velatorio.
 
Como pueden imaginarse, el motivo central no es otro que la extensa confesión de la narradora, así como sus divagaciones, que convierten en historia de historias a este artefacto literario. Y constituyen uno de sus mayores aciertos, pues es entonces cuando mito y símbolo comunican su sentido a la narración dotándola de verdadera fuerza. Otra cualidad indiscutible es la cadencia, constante y cambiante, que aporta significado o lo modifica, añadiéndole una marcada esencia poética.
 
¿Cómo concluir sin hablar del desenlace? Que nadie se asuste, no pienso descubrirlo. Solo señalaré que, si nos ajustamos a la veracidad más estricta, no lo considero nada creíble. Pero nos encontramos en un terreno intermedio entre lo alegórico y lo realista. Es ahí donde el narrador alcanza su objetivo cerrando este pequeño puñado de páginas con el broche más coherente posible.
 
PRIMERA EDICIÓN: 2008 – ( PREMIO GONCOURT 2008) – EN ESPAÑA: 2009 - EDITORIAL SIRUELA (COLECCIÓN NUEVOS TIEMPOS) –TRADUCCIÓN:  ELENA GARCÍA-ARANDA - PÁGINAS: 141

Comentarios

  1. Leí este libro hace tiempo, después vinieron más libros de Atiq Rahimi. Es cierto que sobrevuela el recuerdo de "Cinco horas con Mario",pero sólo como punto de partida, todo lo demás se construye por sí mismo y desde luego, te agita. fue un buen descubrimiento, este libro.

    gracias y un saludo!

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    1. Hola Ana. Ya veo que es imposible sorprenderte. Yo no había oído hablar de este autor hasta hace poco, pero le seguiré atentamente desde ahora. Un saludo, nos leemos.

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  2. Este es de los Goncourt que me he debido de saltar sin querer, pero vamos, ya mismo lo soluciono
    Besos

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  3. Pues estupendo, y si lo reseñas compararemos opiniones. Besos

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  4. Aún no he leído "Cinco horas con Mario", pero lo leeré de seguro por que lo tengo de lectura obligatoria. De todas formas, conozco la historia y como se desarrolla, por lo tanto, me puedo hacer una idea de como se nos presenta esta obra. Me parece muy interesante: tanto por el tema que trata, como por la forma en que el autor nos presenta la historia.

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  5. Pero son muy diferentes, solo se parecen en el arranque. En la reseña, me preguntaba si era posible que Rahimi conociese la obra de Delibes, por lo demás, no se pueden comparar. Ni en el lenguaje, planteamiento, mentalidad, hechos que ocurren... Todo es muy distinto.

    Y, por supuesto, te aconsejo que leas las dos.

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