Rojo aceituna. Un viaje a la sombra del comunismo, de Ronaldo Menéndez
El primer impacto que
me produjo este libro fue su título. El significado de Rojo se imponía con solo echar un vistazo a la portada, pues tanto
el subtítulo como el emblema que la ilustra resultan bastante elocuentes, sin
embargo, no comprendí el origen del extraño adjetivo que le acompaña hasta leer
la frase siguiente:
“Pero lo que más nervioso me pone cuando aterrizo es que vuelvo a estar en un aeropuerto lleno de funcionarios que a su vez son militares y visten uniformes verde oliva.”
Ese supuesto periplo
sentimental e ideológico se inicia en Cuba, como vemos, y termina en Tailandia,
pero existe una visita previa a China que estimula el deseo de investigar más a
fondo los rasgos que unen y separan lo que aún queda de la revolución bolchevique,
a la vez que prepara el ánimo para emprender una aventura tan larga. O eso es
lo que el lector entiende en un principio, porque más adelante –así como en la
contraportada– leemos:
“No queríamos vagar ociosos de un lugar a otro, necesitábamos creer que nuestro viaje tenía otro sentido. Entonces no sabíamos que uno de los engaños más felices y útiles sobre el viaje es creer que uno se encuentra en pos de algo.”
Efectivamente, poco a
poco vamos comprendiendo que la investigación es más una excusa que un motivo
real. Al menos si prescindimos de Cuba. En ella están las raíces, los padres y
los múltiples vínculos sentimentales que se derivan de esas dos circunstancias.
De la mano de Menéndez somos conscientes de que el extrañamiento que produce un
país, aunque sea el propio, tras casi veinte años de no vivir en él puede
llegar a ser enorme. Se añade la incomodidad de alguien que siente a su lugar
de origen objeto de todas las miradas desde hace más de medio siglo. Tanto
tiempo atrayendo una atención tan intensa alimenta un escepticismo
comprensible, aunque algo impostado en mi opinión:
“No se puede esconder lo que no se tiene, mi orgullo patrio era verde y se lo comió un caballo”.
Si prescindimos de una
peripecia ocurrida en Venezuela y protagonizada por un colega de Menéndez, la
siguiente etapa es Bolivia. Personalmente, me ha interesado mucho menos la
anécdota de la carretera de la muerte que su retrato de un Cerro Rico repleto
de paradojas, con una iglesia atraída por la prosperidad de las minas, la visión
personal del autor en cuanto a la dureza y el peligro de las condiciones de
trabajo, más el añadido de la visita a los túneles. Ese es el enfoque que
esperaba aunque, la verdad, no puedo decir que se haya alargado mucho.
La odisea continúa por
otros países de Latinoamérica para saltar, posteriormente, al continente
asiático. En Vietnam, el hecho de transitar por zonas tan alejadas de la
experiencia del cronista parece repercutir positivamente, Menéndez comienza a
observar con ojos nuevos, la curiosidad aguza su sentido de observación. Pero este
no aparece más que a trechos y, tras salir de Laos y exceptuando la pincelada
histórica en Camboya que termina cuando empezábamos a situarnos, regresa al
relato mochilero. Este se prolonga hasta la estancia tailandesa que, según
parece, no cerró el recorrido real pero sí el literario.
Constato, pues, mi desencanto
al no encontrar esa intención de análisis político que anuncia su subtítulo,
pero también sé que esa ausencia atraerá a muchos lectores al restarle
densidad, posturas excesivamente solemnes, lastre o como quieran llamarlo.
Además, y aunque no tanta como yo esperaba, encontramos un rastro de la
ideología de los personajes que van apareciendo y el inevitable, aunque apresurado,
examen de los sistemas que imperan en los países que recorre.
Comprendo que Ronaldo
Menéndez esté harto de oír hablar de política, también que rehúya las
previsibles preguntas sobre el futuro de Cuba tras el fallecimiento de Castro.
Él afirma que, al margen de disquisiciones teóricas y luchas por el poder, lo
que de verdad le interesa es escuchar a la gente. Pero, leyendo Rojo aceituna, tampoco he visto a ese
pueblo, no he aprendido como vive, ni se me ha dado oportunidad de conocer sus
opiniones. Más que un viaje a la sombra del comunismo, me ha parecido un viaje
a la sombra de la evasión, algo del todo comprensible, si exceptuamos el título
del libro y todas las entrevistas y vídeos en los que da a entender que se ha
enfrentado a la cuestión a fondo. No lo hace. Es cierto que esboza
observaciones sobre el terreno, pero en muy contadas ocasiones y de forma
bastante superficial.
Como es lógico, no he
podido evitar preguntarme por la ideología que subyace en estas páginas.
Explícito no hay nada pero, en su crítica a los extremismos ideológicos,
empezando por su propio país y acabando por el radicalismo capitalista que ha
engendrado la actual crisis económica, creo percibir cierta preferencia por una
izquierda moderada y democrática. En suma, un retrato muy somero de esas
sociedades y una muy escasa reflexión ideológica para tratarse de un volumen
que alardea de ambos desde el título.
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