La América de una planta, de Ilf & Petrov
Aunque
se echa de menos alguna nota al pie explicativa, la presentación de este
volumen, a cargo de Alexandra Ilf, hija de uno de los autores, nos ilustra
sobre sus personalidades y los motivos que les impulsaron a emprender un
periplo de tal envergadura en pleno periodo de entreguerras, cuando parecía que
la técnica había allanado todos los caminos y facilitado cualquier empresa, por
alocada que pudiese parecer. Tal como se explica en dicho prefacio, Iliá Ilf y
Eugeni Petrov, que ya habían trabajado para el diario Pravda escribiendo relatos por entregas –además de haber publicado varias
novelas en colaboración–, se embarcaron rumbo a Estados Unidos en septiembre de
1935 en calidad de corresponsales de prensa y permanecieron allí tres meses y
medio, viajando la mayor parte del tiempo en automóvil a lo largo y ancho del
país sin omitir nunca el envío puntual de sus crónicas y el ocasional de sus
reportajes fotográficos. Su intención era formarse una idea cabal de su
idiosincrasia y transmitirlo a los lectores soviéticos que, en aquellos
momentos, experimentaban las consecuencias de una organización social
radicalmente opuesta.
Lo
que impulsa a este dúo de viajeros a iniciar semejante aventura es la
curiosidad. No pretenden aleccionar a nadie ni deformar en absoluto lo que ven.
En todo momento, se sienten fascinados por los –para ellos casi inconcebibles– adelantos
técnicos, nivel de vida y perfecta organización de la sociedad estadounidense.
Aunque a la vez hagan notar lo sinceramente
orgullosos que se sienten de su estado socialista y no duden en dar testimonio
de los defectos que encuentran: el furioso racismo de la época, una desigualdad
tan exagerada como evidente, la indiferencia del americano medio por todo lo
que no sea su bienestar material, así como su falta de inquietudes
intelectuales o de curiosidad por latitudes distintas.
Nos
encontramos ante un testimonio histórico de primera magnitud. No solo por la
particular impresión que de la sociedad americana podía obtener un viajero
procedente de la Europa de entonces. También porque contemplamos de primera
mano su actitud ante las aceleradas reformas que había sufrido su país de
origen. Comprobamos que se muestran optimistas, desenfadados, críticos e
irónicos, también llenos de esperanza acerca de las posibilidades de una URRS a
la que auguran, para un futuro más o menos próximo, un nivel técnico y
económico comparable al que están presenciando.
Otro
valor incuestionable de esta obra se encuentra en lo adecuado de su enfoque.
Aunque a algún lector despistado le pueda pasar inadvertido, se trata de algo
claramente premeditado. Ambos tuvieron que convenirlo antes de empezar a
escribir y ceñirse luego sin concesión ninguna a ese plan inicial. No es fácil
mantener esa ausencia de individualización, construir sostenidamente un relato
en segunda persona del plural en el que, en ningún momento, aluden a sí mismos.
Es cierto que por aquel entonces estaban ya curtidos en la escritura a cuatro
manos, pero hasta entonces solo habían escrito ficción, y por tanto, ellos jamás
se habían convertido en personajes. Sin embargo es admirable como logran presentarse
a los ojos del lector como un bloque único, como dos siameses que compartiesen
cerebro, además de aparecer en escena nada más que lo imprescindible. De ese
modo, la cámara en que convierten su capacidad de observación enfoca únicamente
lo externo, y lo hace con toda la minuciosidad y exactitud posibles teniendo en
cuenta su pretensión de abarcar un país tan enorme en menos de cuatro meses y
hacerlo en poco más de 500 páginas.
Ellos
se esconden, pero otras criaturas toman el relevo. Me refiero al entrañable
matrimonio Adams, la fidelidad de cuyo retrato importa poco pues el que se nos
ofrece resulta tremendamente efectivo al prestar unidad al hilo temático,
dotarlo de humanidad y tomar a su cargo el tono jocoso y familiar que observamos
de principio a fin.
La
curiosidad de Ilf y Petrov no conoce límites. No solo recorren Estados Unidos
de norte a sur y de este a oeste visitando centenares de urbes repartidas por
nada menos que veinticinco estados, conversan con relevantes personalidades, Henry
Ford entre ellos, y con individuos comunes y corrientes, presencian partidos de
futbol y combates de boxeo, son testigos del funcionamiento de fábricas, visitan
alguna reserva india, atraviesan los estados del sur constatando la miseria de
la población negra, admiran las enormes extensiones naturales, cataratas,
praderas y desiertos, sin dejar de recordar a su querida Unión Soviética.
Además, tienen tiempo para examinar por dentro el Hollywood de entonces,
incluso para contemplar de vez en cuando sus películas. Y, en este terreno, sus
interpretaciones son implacables. Consideran el cine americano un
instrumento de propaganda, una forma como otra cualquiera de moldear la mente
del público, incluso llegan a advertir –ya en aquellos tiempos– que los
magnates de la industria cinematográfica se valen de los argumentos más
elementales, sentimentalidad a flor de piel y una completa ausencia de crítica
para engendrar espectadores todo lo dóciles, simples y primitivos que resulte
posible.
Además
de este cuaderno de ruta –que en la edición española muestra algunas de las
fotos que hicieron– se publicó, poco después de su llegada, un ensayo gráfico integrado
por algunas de las más de mil fotografías realizadas por Ilf.
Одноэтажная Америка – PUBLICACIÓN : 1937 - EN ESPAÑA : 2009 –
EDITORIAL ACANTILADO – EDICIÓN Y PRESENTACIÓN: ALEXANDRA ILF – TRADUCCIÓN:
VICTOR GALLEGO BALLESTEROS – PÁGINAS: 512
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