En deuda con el placer, de John Lanchester




Quien espere encontrar aquí un mero catálogo de recetas puede que se sienta defraudado. O quizá no, porque lo que se ofrece es mucho más: un relato cáustico y (aparentemente) caótico cuya sátira arrastra tal grado de comicidad que no llega a levantar ampollas. Ya desde el prefacio, el sibilino narrador en primera persona –que no hay que confundir con el novelista –realiza una declaración de intenciones explicando su pretensión:

“El espíritu que preside esta obra, y su principal influencia, es el tratado culinario-filosófico-autobiográfico decimonónico La Physiologie du Gôut, del juez, soldado, violinista, profesor de lengua, gastrónomo y filósofo Jean Anthelme Brillat Savarin”.

A la vez que se retrata manifestando su personalidad meticulosa, sistemática y pedante. Y, no conforme con eso, un par de páginas después alardea de no se sabe qué confesando:

“Siempre me he resistido un poco a la idea de publicar mi propia physiologie du goût, partiendo de la base de que no quería distraer la atención de mi trabajo artístico en otros medios.”

Impresiona ¿eh? Y más aún cuando, a continuación, leemos lo siguiente:

“… no deja de ser, de todos modos, más que una viruta del banco del maestro carpintero.”

Como pueden ver, arrogante es poco para definirle. Tampoco carece de cinismo. Imaginamos pues que, una de dos, o nos encontramos ante una personalidad de excepción, reconocida mundialmente por algún hallazgo fundamental para la especie o, en caso contrario, ¡menudo pájaro! el que nos está presentando Lanchester. Lo comprobaremos a su debido tiempo, por lo pronto, indicaré que quien habla responde al nombre de Tarquin Winot y que, según puede intuirse, es una buena pieza, un elemento de cuidado, pero eso no quiere decir mucho, habrá que averiguar si ejerce sus manejos por su cuenta y riesgo o se apoya en algún cómplice. En cualquier caso, yo tomaría nota de sus recetas y consejos gastronómicos pero jamás, bajo ningún concepto, probaría una gota de cualquier mejunje que hayan tocado sus manos.

En cualquier caso, garantizo que se van a divertir. Advierto además que hay que hilar fino pues nada se afirma explícitamente. La sutileza del personaje no se reduce a sus actos, también sus palabras tienen un doble fondo, de forma que, o estamos sumamente atentos o no le encontraremos la sustancia. Para llegar al meollo del asunto no hay que creerle una sola palabra pero tampoco dar por hecho que miente. Aceptaremos sus afirmaciones con prudencia, como aproximaciones (matizables) de la verdad, sin olvidar que tanto nosotros los lectores como el resto de personajes del reparto somos constante objeto de su burla. Y que quien en realidad se ríe de nosotros no es, ni más ni menos, que Lanchester.

Entre otras rarezas, ¿no resulta excesivamente, casi rayando la paranoia, alguien que utiliza nombres supuestos de personas y lugares, que se disfraza constantemente, cuando lo único que pretende es trasladarnos un puñado de recomendaciones culinarias? Pero –aunque aparentemente constituyen el cuerpo de una obra cuyos capítulos llevan el título de las cuatro estaciones del año y estos a su vez se subdividen en el menú más apropiado a cada época– lo que descubrimos es una peculiar autobiografía unida a un catálogo de opiniones repletas de pragmatismo y, por supuesto, de lo más sui generis.

“El sendero se dividía en dos en un bosque, y yo… yo me metí por el menos transitado… y eso ha marcado toda la [y aquí viene la palabra importante] diferencia.”

Este exquisito análisis de la naturaleza humana –o de la maldad, que aquí viene a ser equivalente–, disfrazado de “elucubraciones gastro-histórico-psico-autobio-antropo-filosóficas”, donde llega a afirmarse que olvidar las desgracias y calamidades del planeta “es un acto fundamental de la vida civilizada”, donde el hedonismo conduce a una amplia gama de metáforas, y cuya evidente aspereza se suaviza con enormes dosis de ironía, repasa algunas idiosincrasias locales –aunque insinuando que todos somos iguales en esencia– y acaba dando por hecho que la venganza ha estado y estará siempre presente.


THE DEBT TO PLEASURE - PRIMERA EDICIÓN 1996 - (EN ESPAÑA: 1997) - EDITORIAL ANAGRAMA (COLECCIÓN PANORAMA DE NARRATIVAS -  TRADUCCIÓN: JAVIER LACRUZ - PÁGINAS: 224

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