El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers

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Algunos escritores no deberían morirse nunca pero, ya que es ley de vida, tendría que ser obligatorio que sus obras no dejen de reeditarse y promocionarse. No siempre sucede esto, aunque, afortunadamente, a Carson McCullers sí se le está prestando la atención suficiente.

A lo largo de la novela, la ternura se va convirtiendo en aspereza, la aparente simplicidad del comienzo en sabiduría vital y en un precoz y personalísimo manejo de los recursos novelísticos. Lo que se nos muestra es un puñado de vidas solitarias con el nexo común de su aparente afinidad con John Singer. Este personaje funciona como núcleo del perfecto engranaje coral que es, en definitiva, el argumento; su mudez simboliza la incomunicación que padece el ser humano. Tanta trascendencia contrasta con la sutil ironía que impregna la trama. Irónico es que todos confíen en Singer porque están convencidos de que les comprende sin necesidad de palabras. Irónico es que esta ilusión se mantenga solo porque el mudo es incapaz de sacarlos de su error. Irónica es la encantadora ingenuidad del suegro del doctor Copeland cuando dice:

“Muchas veces, mientras estaba arando o trabajando, he pensado y razonado sobre la época en que Jesús va a descender nuevamente a la tierra. Porque siempre lo he deseado tanto que me parece a mí que va a ser mientras yo estoy aún vivo. Lo he estudiado muchas veces. Y así es como lo tengo pensado. Me imagino que voy a estar de pie ante Jesús, con todos mis hijos y nietos y bisnietos y parientes y amigos, y le diré: “Jesucristo, todos nosotros somos pobres personas de color.” Y entonces Él pondrá su santa mano sobre nuestra cabeza, e inmediatamente todos nos volveremos blancos como el algodón. Esta es la idea que ha albergado mi corazón muchas, muchas veces.”
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Irónico es que Singer adore al griego Antonapoulos y que la simplicidad de este no le permita apreciar más que sus ostentosos y vacuos regalos. La desazón que invade al mudo al verse apartado de él no disminuirá nunca. 

Biff Brannon combate el tedio y el sedentarismo en que se ve sumido con la secreta fascinación por Mick, alter ego de la autora. A su vez, esta siente una pasión inexplicable por Singer, lo mismo que el doctor Copeland. Este busca en él un sucedáneo de sus hijos, con los que jamás podrá comunicarse pues se encuentran en planos radicalmente distintos. También Jake Blount se aferra a su amistad como a la tabla de salvación que necesita para librarse de su desconcierto.

El compromiso social de este último, su necesidad de combatir las injusticias –exteriorizado mediante ocasionales soflamas– sirve para comunicar las ideas políticas de la autora. Las angustiadas reflexiones del médico son la vía de expresión del problema racial. Ambos pensamientos se aproximan pero, a su pesar, el abismo de la raza resulta insalvable. Portia y el resto de la familia del doctor representa a la gente sencilla que inspira esos ideales y que, a su vez, los ignora e, incluso, desprecia. Mick personifica el carácter soñador de la escritora a la vez que conduce el relato de su frustrada vocación musical.

Todos se quieren pero no recíprocamente, de ahí esa soledad tan absoluta. Algunos  desean comprometerse con el mundo pero son incapaces de avanzar un solo paso para acercarse a su ideal. En esta su primera novela, McCullers consiguió edificar un universo completo, aunque fundamentado en un malentendido enorme. Pero ¿qué es la vida sino un gigantesco espejismo, una algarabía en cuyo interior cabe todo, un caos en el que cada uno camina por su lado aunque nos engañemos pensando que nos movemos en la misma dirección?


THE HEART IS A LONELY HUNTER – PRIMERA EDICIÓN: 1940 - CLÁSICO (VARIAS EDICIONES)- PÁGINAS: 380 (aprox.)

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