¿Goza la novela de buena salud?

“… la llamada "novela de sofá" es en realidad la única que importa (la que abarca de Tolstoi a Faulkner, de Cervantes a Proust, de Balzac a Kafka); las otras, las novelas de "tumbona" o "toalla y sombrilla" —vasto universo donde cohabitan de Xavier de Montepín a Tom Clancey, y del Caballero Audaz a Anne Rice— difícilmente podrían perecer, pues nunca llegaron a vivir, fueron gestadas en series, como las hamburguesas y hot-dogs, para ser consumidas y desintegrarse en las entrañas del consumidor.”                                             
Mario Vargas Llosa

Esta polémica no es nueva ni mucho menos. Según mis noticias, se planteó por primera vez justo en el arranque del siglo pasado y fue Julio Verne quien vaticinó una desaparición a manos de la prensa incipiente. Pero, no solo no se produjo, sino que, como una especie de sortilegio, constituyó el comienzo de la explosión de vigor y creatividad que inundó al género precisamente a partir de las vanguardias. De entonces a hoy, los anuncios de esta clase por parte de pensadores con cierta relevancia se viene produciendo cada tres o cuatro años por término medio. Un cuarto de siglo más tarde, Ortega y Gasset se lamentaba de la iconoclastia de las técnicas narrativas del momento y, poco después, Walter Benjamín consideraba inconcebible el elitismo manifestado por sus cultivadores. Más sorprendente resulta que, justamente en el año 50 ya en el ecuador de la centuria, nada menos que Norman Mailer calificase de tonto a cualquiera que practicase esta actividad (incluyéndose a sí mismo, supongo). En España, fue Eduardo Mendoza quien, ante la inminencia del nuevo cambio de siglo y por azarosas simetrías de la historia, certificó su defunción en un memorable artículo aparecido en la prensa alrededor de un par de décadas atrás y que –si bien bastante malinterpretado en su día– consiguió levantar una airada polémica. Pero quizá no anduviese tan descaminado, pues aquella riada de artículos para refutar, apoyar, contradecir, puntualizar, denostar o conciliar no tendrían hoy ningún sentido fuera del ámbito académico –a cargo de Vicente Verdú o Javier Marías, entre otros– o de las publicaciones especializadas. Ahora, cada vez que el asunto vuelve a saltar a la palestra lo hace desmayadamente, del mismo modo que se aborda cualquier otro lugar común.

Pues, en realidad, ¿a quién le importa la salud de la novela? Sin contar con que, a primera vista, parece obvio que hay novela para rato. La encontramos saludable, incluso llena de energía. Comprobamos que en la actualidad se publican más títulos que nunca, hornadas anuales difíciles de digerir en el transcurso de una sola vida. A primera vista, pues, no parece que exista ningún motivo de alarma.

Un único término para dos realidades
Claro que, llegados a este punto, surge la pregunta de si las decenas de volúmenes que muestran los escaparates de las librerías o aparecen en los rankings de ventas pertenecen al género aludido o no pasan de mera imitación de sus parámetros.

Y es que Mendoza no se refería a cualquier tipo de novela, sino a la denominada novela de sofá. Su profecía se encuadra, pues, en un concepto romántico –y hasta nostálgico– de una modalidad del género que, verdaderamente, parece estar de capa caída. Fue Vargas Llosa quien aportaría luz al debate recordando que el carácter de la novela (de sofá) ha sido siempre elitista y minoritario, y seguirá siéndolo en oposición a la democrática y comercial novela light.

Como vemos, el dilema se resuelve en cuanto somos conscientes de hallarnos ante dos modalidades diferentes (y hasta de dos géneros con algunas pautas en común). De los dos, solo parece estar agonizando el concebido como producto artístico –garante del disfrute estético y expresión de todo lo que nos define– mientras alcanza su esplendor el de consumo rápido y alto rendimiento económico, ese que hasta hace una o dos décadas se mantenía relegado a los quioscos y ahora inunda muchos escaparates. Obras producidas en serie según  los cánones de la fabricación industrial y que, en consecuencia, nada tienen que ver con el género que llegó a triunfar en todo el mundo por su cometido de índole humanista –que abarca la indagación psicológica y la denuncia social–, así como por su propósito de renovación estética.

Pues sin experimentación no hay renovación, y si un producto artístico se estanca queda definitivamente agostado. No es el caso. El nuevo camino de experimentación y hallazgo parece encontrarse en lo híbrido, sobre todo entre géneros diversos pero también en la combinación de tonos, lenguajes o puntos de vista. Técnicas que se han venido practicando desde el principio de los tiempos pero que, hoy día, parece haber adquirido un nuevo auge.

Alguien tenía que colocar los puntos sobre las íes en esta espinosa cuestión. Y, a mi entender, fue M. García Viño en un acertado artículo publicado en La fiera literaria:
“… resulta paradójico que se hable de la muerte de una especie literaria –la Novela con mayúscula, la novela obra de arte– que apenas si está comenzando su andadura y tiene unas posibilidades infinitas. Si la novela es, aunque sea todavía en unos pocos especímenes, un producto estético, una obra de arte, nos encontramos más bien con que es inmortal. Es metafísicamente imposible que un arte muera. Si la obra de arte es, como decía Hegel, la manifestación de un espíritu individual en forma sensible, antes tendría que morir el espíritu y, como consecuencia, la cultura, para que una sola de las formas del arte dejara de existir.”                                                                                                                                                                               

Comentarios

  1. Gracias por pasarte por mi blog. Muy interesante el tuyo, lo leeré con calma. En cuanto a el vigor o no de la novela, creo que se ha adaptado a los tiempos. Mis alumnos leen mucho por internet ese tipo de novela ligera y de consumo rápido.En cuanto a las de otro tipo,más literaria y artística sólo están al alcance de unos pocos, desgraciadamente. Sin embargo, no creo que el género en sí desvirtuado o descafeinado desaparezca nunca. Tenemos necesidad de que nos cuenten, de conocer historia,o de volar a otros mundos.
    un saludo.

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  2. Claro, Ico, la novela de consumo rápido está en pleno auge. Pero el debate que inició Eduardo Mendoza en España hace ya más de una década y que causó tanto revuelo en su momento se refería a lo que el denomina "novela de sofá", es decir, la literaria. A ella me refería en el artículo.

    Gracias por los elogios. Visito tu blog desde hace bastante, ahora con menos asiduidad por falta de tiempo, pero a partir de ahora, espero remediarlo.

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