El Museo de la Inocencia, de Orhan Pamuk

Presten atención porque dependiendo de lo que se conteste a las preguntas siguientes esta reseña saldrá a la luz, o bien se anulará a sí misma a medida que la voy escribiendo. ¿Ha muerto Romeo y Julieta? Dicho de otra forma, ¿tiene sentido escribir una historia de amor imposible, frustrado por las circunstancias o la muerte –la muerte, en cualquier caso, acude, inevitable, a completar cualquier obra destructiva–, el único amor incontaminado, no diluido por la convivencia y por tanto puro, pero también irreal, pero también con posibilidad de convertirse en mito? Quienes tuvieron la desgracia de nacer después de Shakespeare han debido lidiar con ello, también con un tejido cultural mucho más canalla y escéptico. Es preciso, pues, hacer filigranas para vendernos un mito muerto y enterrado hace décadas, envolverlo en la masa de realidades ajenas para volverlo digerible al lector de hoy. Durante años me negué a leer El amor en los tiempos del cólera, mi intuición y lo que sabía de la novela me avisaban de que sería incapaz de tragarme un argumento como ese. Aquello fue una crónica de lo inverosímil anunciado. Finalmente, como casi siempre, claudiqué ante un regalo que, en definitiva, me obligaba a hincarle el diente, demostrándome lo certero de una intuición aparentemente arbitraria. Porque la experiencia lectora es un grado tan válido como la vital por lo menos. Pero me interesaba este museo inocente porque Pamuk siempre habla de amor no consumado, o apenas, con el pretexto de hablar de Estambul, o habla de Estambul mientras nos convence de que está contándonos una historia romántica. También aquí el huevo y la gallina forman un todo indivisible.
Desde ya declaro que lo prefiero al de Márquez, reconozco que se trata de un artefacto potente –aunque se desinfle en ocasiones concretas, incluso durante decenas de páginas– y que lo es porque recrea minuciosamente, demasiado para mi gusto, los recovecos de una ciudad y los entresijos de una circunstancia histórica. Puede que no hubiera venido mal más geografía, más sociología, más historia y un poco menos de obsesión. Alguien debería decirle al autor que para comunicarnos este sentimiento no hace falta ser tedioso; y tanto el período de nostalgia por Füsun que tiene lugar a raíz de la petición de mano de Sibel como el de las cenas familiares con aquella y sus padres se vuelven interminables diga lo que diga quien quiera decir algo.
Se trata, no obstante, de una trama admirablemente construida a pesar de la dificultad de encajar tanto engranaje complejo, con episodios tan magníficos que cortan la respiración a cualquier lector medianamente sensible. Citaré, como muestra, el titulado La fiesta del sacrificio, una larga y escalofriante escena en la que un Kemal ya adulto muestra involuntariamente a la Füsun-niña un Estambul sembrado de cadáveres de carneros como muestra actual y visible del supuesto amago de infanticidio del devoto Abraham en la persona del hijo inocente. O la demorada ceremonia de la petición de mano, en la que los celos de Kemal afloran en paralelo a los esplendores y miserias de la alta sociedad turca.
Pamuk es un escritor genial a quien le sobra vanidad para convertirse en genio. De haber escuchado la voz de su propia honestidad literaria, de haberle importado poco demostrarnos absolutamente todo lo que es capaz de hacer, hasta la extenuación (y más allá) de sus lectores, esta sería una novela redonda o muy cerca de serlo. Y eso a pesar de estar construida con mimbres imposibles de domar teniendo en cuenta que un tal Shakespeare anduvo por este mundo hace ya unos cuantos siglos haciendo de las suyas.


MASUMIYET MÜZESI – PRIMERA EDICIÓN: 2008 – (EN ESPAÑA: MONDADORI 2009) – TRADUCCIÓN: RAFAEL CARPINTERO – PÁGINAS: 656 (aprox.)

Comentarios

  1. De Pamuk leí "Nieve" y me gustó, a pesar de que me chocaba ese estilo suyo un tanto moroso. En cuanto a "El amor en los tiempos del cólera", a las primeras páginas me dije: esto no lo leo. No eres la primera que me hace ver que acerté.

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  2. En aquella época, García Márquez había dejado de experimentar e iba a lo seguro. Con su oficio y su prestigio no era difícil arrasar comercialmente, sobre todo con un argumento así. Pamuk tiene novelas redondas de factura clásica como La casa del silencio, pero también ha aceptado sus propios retos (como en El libro negro) y eso, para mí, es un valor que me anima a seguir conociéndole. Empezaré por Nieve, a ver qué tal.

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