El perfeccionista en la cocina, de Julian Barnes
Periodismo
gastronómico. Así es como clasifican a esta obra deliberadamente inclasificable
cuyas motivaciones son evidentes. Julian Barnes, uno de los emblemas del actual
posmodernismo, pretende construir un artefacto original e híbrido (adscrito a
la vez a varios géneros), construido a base de retazos, anclado en la
autoficción, deliberadamente epatante, cuya involuntaria charme esté a tono con
su francofilia sin olvidar un toque de flemática ironía del país.
Otra
cosa es que lo consiga. A Barnes le suele faltar esa cuota de genio,
imprescindible cuando se intenta colocar en el mapa literario algo que se
acerque a la categoría de fenómeno de una época. Le pasó –tal vez por exceso–en
esa mezcla de novela, biografía, ensayo crítico y colección literal de documentos
que es El loro de Flaubert, reseñada aquí hace tiempo, y le pasa, por
defecto, en esta aproximación a la cocina. Por no ser lo suficientemente audaz
llevando cada planteamiento hasta sus últimas consecuencias, ni tan divertido, ingenioso
y cáustico como sería de esperar, es decir, por no apartarse en ningún momento
de la zona de confort que le mantiene anclado en una apacible medianía.
Pero
centrémonos en el personaje, ese alter ego de Barnes, que se esfuerza en
obtener primores gastronómicos a base de constancia y estudio. Lo peor del
asunto es que la parodia resulta demasiado creíble, que la cómica actitud de
aferrarse al detalle de los recetarios se parece demasiado a la forma de
aplicar el autor las fórmulas posmodernas. Literalmente, sin demasiada imaginación
ni chispa que lo eleve más allá de lo correcto. La idea es enlazar unas ideas
con otras, alejarse de la cocina y volver a ella, pero apenas se despega de
allí, el relato es apenas un esbozo, las digresiones se presentan chatas y hasta
el término “perfeccionista” resulta sospechoso. Mi pregunta es: ¿hablamos de
perfeccionismo o más bien de inseguridad patológica? Cualquiera que ha seguido más
de una vez instrucciones sobre una materia cualquiera –cocina, carpintería, mecánica,
corte y confección– responderá con conocimiento de causa.
Él
mismo nos ilustra sobre esas cortapisas a la creatividad así como sobre la
estrecha relación entre iniciativa culinaria y experimentación en literatura.
“… damos por hecho que cuando cocinan sus propias recetas, siguen igual que nosotros cada versículo de la escritura. Pero no lo hacen. Nunca te bañas dos veces en el mismo río, y un cocinero nunca ensaya dos veces la misma receta. El cocinero, los ingredientes, la receta y el plato resultante no son nunca exactamente los mismos. No es exactamente posmodernismo, y podría ser una torpeza invocar el principio de incertidumbre de Heisenberg, pero ustedes ya me entienden.”
¿De
casta le viene al galgo? Cuando menciona a El Bulli (“el asombroso e
innovador restaurante de Ferrán Adriá en la Costa Brava”) es para alabar a
un discípulo paisano suyo por el hecho de “ser valiente a cincuenta
kilómetros de Londres”. ¿Significa eso que “londinense” es sinónimo de “cauto”.
Aún
así, la lectura resulta amena, sazonada por una ligera retranca que aparece de
vez en cuando. Cuando afirma que no desea una cocina perfecta porque entonces
no tendrá excusa si se estropea algún plato que otro le escuchamos con
simpatía, pero pronto vuelve a las andadas y es entonces cuando echamos de menos a ese Barnes.
THE PEDANT IN THE KITCHEN – PUBLICACIÓN: 2003 – (EN
ESPAÑA: 2006 - EDITORIAL ANAGRAMA –
COLECCIÓN PANORAMA DE NARRATIVAS) - TRADUCCIÓN: JAIME ZULAIKA – PÁGINAS: 136
(aprox.)
La traducción del titulo es inadecuada, en mi opinión. Lo correcto sería el "pedante" y tal vez se acerque más a lo que se encuentra:un Vilamatas cocinica.
ResponderEliminarEs cierto, lo de perfeccionista queda muy bien pero no es la idea. Y, sí, yo también pienso que Barnes es el Vila Matas británico.
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