El valor de la crítica en No leer, de Alejandro Zambra
¡Qué dura
es la vida del crítico¿ Me refiero a aquellos que no son dueños de elegir lo
que analizan, más aún si son reclutados de repente y, a su pesar o no, han de
ponerse al día por poco que les interesen gran parte de las novedades del
momento. En esta recopilación de artículos –uno de cuyos máximos valores es su
ordenación y progresión que no tiene en cuenta lo cronológico– Alejandro Zambra
recuerda aquellos momentos y se explica así:
“Supongo que por eso algunas de mis reseñas eran muy duras. Inevitablemente acababa vengándome por el tiempo que había perdido… Procuraba siempre, sin embargo… que fuera perceptible que yo adhería a otra clase de literatura…”
No sé si
por ese motivo, toda la primera parte –y más extensa– resulta paradójica, snob,
elusiva y está tan impregnada de cinismo como falta de opiniones concretas.
Declara, por ejemplo, que suele viajar con enormes mamotretos que detesta y con
otros que ha leído ya. Además, tenemos que creernos que:
“… aunque escribo libros siempre me asombra que la gente escriba libros.”
Este propósito
provocador se evidencia a lo largo de la primera mitad, ocupada en su mayor
parte por artículos de apenas dos cuartillas, al contrario que las otras dos, bastante
breves y compuestas por piezas más extensas reposadas y comprometidas. Criterio
que ha servido para agruparlos, pues todos ellos fueron publicados en diversos
medios durante los últimos diez años, aproximadamente.
Las
dificultades del crítico son correlativas a las del escritor, como señala en Un libro vacío, donde se les califica de
inseguros –tanto personal como profesionalmente–, considerándolo, no obstante,
un defecto mucho menos grave que la arrogancia y presunción exhibidas por otros.
“Creer que uno tiene algo que decir es, por supuesto, un acto de vanidad extrema. Por eso muchas veces la página queda en blanco y el libro vacío.”
Solo es
escritor quien se enfrenta a las dificultades lingüísticas, aquél que teme a las
palabras.
“Pavese lucha con el lenguaje, construye un italiano propio o nuevo, valida las palabras de la tribu y los problemas de su tiempo. No adhiere a fórmulas, desconfía de las proclamas, de los falsos atavismos. Es, en un punto, el escritor perfecto.”
Y esto es
así porque, como explica en Árboles
cerrados:
“Escribir es como podar un bonsái, pensé entonces, pienso ahora: escribir es podar el ramaje hasta hacer visible una forma que ya estaba allí, agazapada; escribir es alambrar el lenguaje para que las palabras digan, por una vez, lo que queremos decir, escribir es leer un texto no escrito.”
Cuando la
literatura pretende romper tantos esquemas como los actuales movimientos
artísticos amenaza con desintegrarse. El propio Zambra, enredado en sus
paradojas, se anula por momentos como crítico.
Pero aún
existe una esperanza que, tal como afirma en Primeras y últimas palabras, se encuentra en la mirada al pasado
para recuperar los vocablos perdidos. O en el recuerdo de la infancia de uno. O
en el retorno de Coetzee a la identidad sudafricana que le define personal y
literariamente. O en el regreso de Tanizaki a un mundo de penumbra desaparecido
hace tiempo. O en la recuperación de inquietudes vanguardistas por, pongamos,
un Bolaño, quien, como tantos otros, utilizó la poesía como “pista de despegue”
para alzar el vuelo novelístico. La novela entra en crisis cuando –citando en Ribeyro y su telaraña al propio Ramón
Ribeyro– renuncia a explicar el mundo para enredarse con los referentes. Sin
embargo, en De novela, ni hablar
proclama su afición a la lectura y confiesa no poder asegurar que le ocurra lo
mismo al resto de escritores. Aunque “toda
literatura es, finalmente, una falla”, ya que, citando a Henry Miller:
“lo que no está en medio de la calle es falso, derivado, es decir, literatura”.
PUBLICACIÓN
ORIGINAL: 2010 - EN ESPAÑA: 2012 – EDICIONES ALPHA DECAY – SELECCIÓN Y EDICIÓN:
ANDRÉS BRAITHWAITE – PÁGINAS: 240
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