Ágata ojo de gato de José Manuel Caballero Bonald

Si observamos la obra de José Manuel Caballero Bonald en su conjunto, la novela no ocupa más que un pequeño espacio. Significativamente, su carrera literaria se inicia con un poemario, Las adivinaciones, accésit del premio Adonais en 1952. En total, y además de las cinco novelas, ha escrito doce poemarios, veintiséis ensayos y recopilaciones de artículos (sobre el cante y baile andaluces, el flamenco, el vino, las fiestas, Espronceda, Cervantes y otros escritores, la poesía, la pintura o la narrativa cubana revolucionaria) y dos volúmenes de memorias. Esta contención narrativa le ha permitido elaborar concienzudamente su prosa y dar profundidad a los contenidos, aunque ninguna de ellas contiene el barroquismo y la complicación estilística de Ágata ojo de gato. Y es que la novela es, ante todo, su forma, esa prosa barroca y preciosista con la que amasa unos personajes entrelazados y arraigados al terruño, unas vidas tan anodinas o relevantes como todas y el territorio mítico Argónida –esa naturaleza profusa e inmisericorde que amenaza con devorar hombres y haciendas, realzada y elevada a la máxima potencia por un barroquismo estilístico que armoniza con ella perfectamente.
Como dice Antonio Soler en el prólogo:
“Un escritor es su lenguaje, ese es su verdadero mapa, su verdadero territorio, y muy pocos escritores españoles han sido dueños en el pasado siglo de un lenguaje de tan alto nivel, de tan alta elaboración y rigor, de tanta riqueza como José Manuel Caballero Bonald”.
La literatura nos ha proporcionado muchos otros lugares, mezcla de invención y recreación de zonas concretas, personalizándolos y dotándolos de un carácter legendario: la Vetusta de Clarín, el Macondo de García Márquez, Región de Benet, Comala de Juan Rulfo, Santa María de Onetti o Yoknapatawpha de Faulkner. Pero lenguaje y territorio mítico son inseparables, no es la cartografía la que engendra los lugares, sino las palabras, el lenguaje particular de cada uno de estos genios. Caballero Bonald reelabora la topografía del Coto de Doñana para adaptarla a los intereses de la novela presentándola al lector en las épocas inmediatamente anterior y posterior a la guerra civil española dando lugar a una alegoría de la vida en ese momento y lugar, y de la vida en general por extensión.
El autor coloca en la platina del microscopio a unos seres insensibilizados a todo lo que no sea sus requerimientos inmediatos, en unas circunstancias despóticas, definidos por su relación con los otros y sin apenas contornos personales, los observa concienzudamente y refleja sus conclusiones con la mayor pasión y exuberancia. Las sensaciones de angustia, opresión, inquietud y desconcierto están garantizadas. Esto, junto a la dificultad de seguir con fluidez una prosa alambicada, repleta de adjetivos, con semántica ambigua en ocasiones, la convierte en una obra difícil, aunque su lectura compense por las satisfacciones que reporta.

“Nadie supo  de los normandos ni los vio bregar por la marisma hasta bastante después de su insólita llegada. Debieron de luchar a brazo partido contra la salvaje tiranía de los médanos y la bronca resistencia del terreno a dejarse engendrar. Una costra salina, compacta y tapizada de líquenes, que rompía en formas concoideas de pedernal al ser golpeada por el azadón, les fue metiendo en las entrañas como una progresiva réplica a aquella misma reciedumbre y a aquella misma crueldad. Con asnos cimarrones cazados a lazo y domesticados por hambre, fueron acumulando guano y tierra de aluvión sobre la marga que ya habían conseguido sacar a flote entre las brechas de salitre.”
 PUBLICACIÓN: 1974 – CLÁSICO – VARIAS EDICIONES – PÁGINAS: 300 (aprox.)

Comentarios

  1. Una breve reseña de "Un Hombre de Lejanías" que bien pudiere ser del interés de ese blog. Más propiamente de su responsable. Muy grande Pacoumbral.

    http://julianbluff.blogspot.com.es/2016/05/deslumbrante-francisco-umbral-un-ser-de.html

    ¡Un fuerte abrazo! Y... gracias.

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  2. Gracias, Julián. Le echaré un vistazo.

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