Devaneo y embriaguez de una muchacha, de Clarice Lispector

Asombro, requisito fundamental en todo artefacto literario que se precie de serlo. Más aún si se trata de relatos. El lenguaje llamando la atención sobre sí mismo, la ficción reclamando que la atiendan. De todo eso hay en este relato de Clarice Lispector, pero contiene también otras cosas: un flujo de conciencia casi surrealista pero controlado lo imprescindible para no caer en la escritura automática, un impresionismo basado en las descripciones -de ambiente y estado de ánimo- que hacen avanzar la (minúscula) trama sin recurrir a la narración propiamente dicha.
Devaneo y embriaguez de una muchacha
Clarice Lispector
Aquí cada uno puede ver lo que quiera y nadie coincidirá al cien por cien, pero algunas situaciones están muy claras: mujer en la soledad de su cuarto espantando a otra soledad, más íntima, por medio de ensoñaciones; mujer esquivando al marido; abrumada por sus labores maternales y domésticas bajo una techumbre que, metafóricamente, le cae encima hasta sepultarla; en la cena de negocios del marido humillada por sus propios complejos y hundida en una inseguridad que solo puede combatir emborrachándose; pensativa en la noche al lado del hombre dormido. 
Mujer que se sabe joven y sin embargo al borde de una vida acabada. Todo esto se traduce en soledad, frustración, desánimo, autoengaño y necesidad de huir hacia delante. Una interpretación muy personal de la vida, la literatura y la relación entre ambas, una lucidez autoconsciente que muestra los condicionantes de su sexo.
Nunca está de más recordar a Lispector:
“El sábado por la noche el alma diaria estaba perdida, y qué bueno era perderla, y como recuerdo de los otros días apenas quedaban las manos pequeñas tan maltratadas, y ahora ella con los codos sobre el mantel de la mesa a cuadros rojos y blancos, como sobre una mesa de juego, profundamente lanzada a una vida baja y convulsionante.”
Literatura en estado puro que basa su originalidad en el hallazgo y la expresión de una voz personal.

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