Apegos feroces, de Vivian Gornick



Poco después de sus cuarenta años, la feminista y autora de largo recorrido procedente del Bronx neoyorquino Vivian Gornick decidió escribir un texto autobiográfico. No lo llamaré autobiografía porque contiene claras diferencias con ese género. Apegos feroces narra parte de la vida de Gornick, está escrito en primera persona y ella es la voz narradora así como el único punto de vista, pero contiene los elementos elusivos y la hibridación biografía-novela propia de las obras autoficcionales. Esto se entenderá mejor más adelante, cuando haya aportado otros datos.
Estructuralmente, podemos establecer un paralelismo entre el relato de un supuesto presente y el que narra por orden cronológico su infancia y primera juventud. En cuanto a los ejes temáticos, podríamos distinguir dos más evidentes y un tercero que los abarca. El más importante, y alrededor del que gira todo, es la relación materno filial: las estampas que narran el presente se reducen a los paseos que ejecutan madre e hija por la ciudad, sus diálogos, encuentros y desencuentros; los recuerdos del pasado están igualmente determinados por el carácter materno, su influjo –negativo, naturalmente– en el temperamento y futuros fracasos de Vivian, y adolece de la absoluta carencia de piedad que ella misma reprocha. Sobrevolándolo todo, nos presenta los obstáculos y limitaciones que, a causa de su condición de mujer, han determinado su vida, coartado su libertad, impedido alcanzar sus objetivos, en definitiva, ser más feliz.
Estos obstáculos, claramente patriarcales, proceden, por supuesto, de su madre –siempre ella, como otra maldición que la persigue (a la madre, no a la hija)– y de los hombres a quienes se ha unido. En el primer caso, porque las dos dieron por hecho que al quedarse viuda la buena señora y no tener más que un hermano, la narradora era la única obligada a acompañarla, cuidarla y velar por ella, a contemplarla indefinidamente en su infinito periodo depresivo, incluso a imitar su estado de ánimo, a suspender su actividad de persona joven con un futuro por delante, que hubiera sido una posibilidad aceptable si no se lo hubiese estado reprochando toda la vida. Exacto, Gornick no me ha caído muy bien.
Y llegamos al segundo núcleo conceptual: el de las relaciones amorosas. Es cierto que los tres hombres descritos eran un auténtico desastre, el segundo por sí mismo, los otros, en su relación con ella al menos. Es fácil deducir que la autora tuvo mala suerte, que no supo elegir bien o cualquiera de la sarta de tópicos que tenemos a nuestra disposición. Pero lo cierto es que el varón ha sido educado para la asimetría de pareja y, aunque no queda muy claro, debido a sus ideas feministas doy por hecho que esto lo asume. No creo que se trate de elegir o atraer, eliges a quien te elige siempre que te guste y viceversa, la vida no es una estantería de supermercado. El error no está ahí, creo que cualquier mujer podría exhibir una larga letanía de reproches, porque nos toca la peor parte, sea el tipo de relación que sea, lo queramos o no lo queramos. El error –pienso yo– consiste en ese derrotismo que atraviesa toda la novela y que la empuja a cargar durante demasiado tiempo con personas que, una vez comprendido de qué pié cojean, no se merecían ni medio minuto.
Sin embargo, ese derrotismo, pasividad, actitud victimista, o como quieran llamarlo, no parece corresponderse con la trayectoria de una mujer que ha ejercido su vocación, ha publicado varios libros y por tanto ha tenido la posibilidad –dentro de los límites que se concedían a su sexo en aquella época (y en esta)– de dirigir su propia trayectoria. Eso es lo que me disgusta: tanta melancolía, negatividad, tanta parálisis vital, su tendencia a verlo todo tan negro. No deja un resquicio para la esperanza, la ilusión, la luz, ya sea a través de la compasión o la complicidad con otros, o bien, partiendo de su propia fe en sí misma. Como vemos, la autocompasión es una constante, así como las lamentaciones a posteriori, que proceden fundamentalmente de una crónica falta de autoestima. Al menos eso es lo que deja entrever el texto.
Ahora sí. Voy a explicar por qué el género de Apegos feroces lo convierten, a mi entender, en una obra fallida. Cada vez está más de moda la autoficción y se estarán preguntando por qué. Muy fácil, porque es un género, a caballo entre autobiografía y novela, que exige muy poco a los autores. La autobiografía exige rigor, cierta sinceridad y detalles, la novela necesita que se construya un universo, en cambio este híbrido a medio camino entre uno y otro lo permite todo en teoría. Es cierto que algunos autores no se han escudado en esta supuesta falta de premisas y han ejecutado obras memorables, pero la tentación de la comodidad es demasiado fuerte, y Gornick no se ha sustraído a ella. Las lagunas de una novela o un relato corto no son tales, se trata de fundidos en negro que el autor ha de justificar de alguna forma y que en su cabeza no son tales, incluso aunque el contenido sea abierto; las de un texto como este son puras elusiones, sin ninguna intención literaria, cuya coherencia se ampara en que el autor conoce su propia vida y, mientras se ciña a ella más o menos –aunque puede inventar todo lo que quiera– no va a cometer errores manifiestos.
¿Esto la convierte en una mala historia? Por supuesto que no. Gornick escribe bien, empatizaremos con ella, le haremos reproches en secreto como si se tratase de una amiga que nos ha enviado una carta. Ahí está la cosa: demasiado familiar, casi epistolar, una salida fácil para quien escribe, pero también para el lector. Pocas páginas, lectura rápida, contenido suculento.

 APEGOS FEROCES – PRIMERA EDICIÓN: 1987  (VARIAS EDICIONES) – PRÓLOGO: JONATHAN LETHEM - TRADUCCIÓN: DANIEL RAMOS SÁNCHEZ - PÁGINAS: 195 (aprox.)

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