Mujeres, libros y obstáculos

En los últimos años, sobre todo a partir del Me Too, pero también anteriormente, los nombres femeninos ocupan un lugar apreciable en las librerías. Esto, que en un primer momento puede parecernos una buena noticia, contiene matices que merece la pena abordar.

El más evidente, y bastante peligroso, que todo este boom (mujer pa’cá, mujer pa’llá, enhorabuena por serlo, yo también tengo derecho a ser mujer aunque luzca barba desde los 15, ¡qué bien te ves con maquillaje, tacones, uñas plateadas etc.) quede en una simple moda y, como todas ellas, acabe sepultada en el baúl de los recuerdos simpáticos en lugar de servir de acicate para las autoras, lectores, editores, libreros etc. Es decir, en lugar de normalizar y equilibrar el papel de unos y otras, dejarlo en una mera performance para amenizar este comienzo de siglo.

Pero hay inconvenientes difíciles de ver, no solo para el gran público, también por los profesionales implicados e incluso para las propias autoras. Por ejemplo, de todo eso que se publica ¿qué pertenece a la gran cultura y qué no? ¿No es verdad que lo que se espera de la mayoría de autoras son meros subproductos (sentimentaloides, eróticos, de autoayuda, esotéricos)? ¿Pueden ellas dedicar el mismo tiempo a su profesión cuando la compatibilizan con una familia? ¿Pueden, por el contrario, aislarse, renunciar a una vida propia y contar con el ánimo suficiente para crear una obra maestra? ¿No es verdad que muchas tienden a autocensurarse para encajar en el canon o que no pueden evitar ese complejo de impostora que la sociedad ha inculcado en la mujer? Y lo más relevante de todo, ¿pueden las escritoras entregar al editor esa obra maestra y que sea valorada, admitida, publicada, publicitada? Quizá quede olvidada en el último cajón o se publique sin hacer grandes alardes para que pase sin pena ni gloria. Cuando una creadora destaca tras tener que superar un sinfín de obstáculos añadidos –más aún si es combativa con la cuestión de la mujer en el aspecto que sea– no suele encontrar muy buena acogida por parte de los empresarios cuya obligación es ponerla en órbita.

Lo primero que hay que quitarse de la cabeza es la figura de la musa. La gran Laura Freixas –escritora y conferenciante, que ha tratado a menudo este asunto– acuñó la frase “ni nosotras musas ni ellos genios”. Apliquémosla todos. Los que escarbamos en los estantes, quienes los surten de novedades, los que sacan cada año millones de ejemplares del horno editorial y ¡cómo no! las propias creadoras. Escritoras, sí, pero también actrices, músicas, artistas, arquitectas, investigadoras y cualquiera en cuyo quehacer intervenga el cerebro.

Pero las mujeres también son descritas, guionizadas e interpretadas, convirtiéndose así en personajes surgidos de las mentes de ambos sexos. A este respecto, citaré el test de Bechdel, concebido para evaluar el sexismo de las obras a partir de tres preguntas: ¿hay en ella más de dos personajes femeninos relevantes? ¿mantienen algún tipo de conexión? ¿el objeto de su relación/conversaciones es independiente de los personajes masculinos?

Las creadoras tienen que abordar sin cortapisas problemáticas universales, situar a sus personajes femeninos en el mundo empresarial, laboral, político etc., pero tampoco hay que olvidar esas temáticas, consideradas de segunda categoría solo porque afecta exclusivamente a las mujeres, que incluye sexualidad, prostitución, embarazo, aborto, menstruación, maltrato o violaciones. Cuando desaparezca la autocensura de las creadoras (y creadores), así como la oposición soterrada del mundo editorial basada en tabúes absurdos, podremos hablar de igualdad de condiciones entre escritores de un sexo y de otro.

Para llegar a un equilibrio de este tipo, no hace falta establecer cuotas sino abrir mentalidades. Si todos habitamos el planeta, vamos a erradicar restricciones y prejuicios, dejemos que cada cual se exprese libremente a partir de un único criterio: la calidad de las obras, ya se trate de novela, relato, poesía, ensayo, teatro o cualquier otro en el que intervenga la palabra.

Comentarios

  1. Pues me parece un reflexión muy acertada. Me ha encantado tu blog, me quedo de seguidora y te invito a que te pases por el mío si te apetece (es Relatos y Más, es que aparecen dos en el perfil).
    Un abrazo.

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  2. Hola Rocio. Gracias por seguirme. Esta mañana he estado echando un vistazo al tuyo y no he leído ninguno de los recientes.
    Seguiré. Y me suscribiré ;)

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  3. Una reflexión tan antigua como actual. Lo digo porque pasando por unas galerías de arte, es que me regalan algunas piezas y las rechazo de plano. El arte y la cultura del arte están siempre en entredicho. Todo es cuestionable.

    Un abrazo

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  4. Así es. El arte, incluso la literatura, se ha banalizado. Lo de las bellas artes ya es de traca, pero las novelas van superándose. Para mal, digo. Hace años estaban relegadas a los quioscos algunas bastante mejores que las que hoy están ganando premios.

    Me he dado cuenta de que no te seguía y acabo de remediarlo :)

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