Las chicas, de Emma Cline

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A nadie le gusta que le den gato por liebre, claro está, pero si hay algo en las técnicas de marketing que verdaderamente me enfurece, es que utilicen los productos culturales, en particular la literatura, para vender a mansalva empleando toda clase de tretas que convenza a los incautos de la excelencia de una obra.
En este caso, además, la maniobra es tan burda que hace aguas por los cuatro costados. A saber, novelista primeriza a la que se le adelanta una millonada para que saque adelante un producto con el asunto fijado de antemano. Asunto de la mayor truculencia. Obsesión juvenil, hasta lo enfermizo, de la joven escritora que habría que demostrar. A mí, como mínimo, me parece una casualidad la mar de oportuna que se afianza al comprobar que, una vez realizado el encargo, lo que resulta no contiene ni rastro de las circunstancias morbosas que se anunciaban previamente, no se ha realizado una indagación previa, ni sobre los personajes ni sobre el hecho en sí –a saber, los asesinatos a la actriz Sharon Tate y acompañantes, ejecutados en 1969, en su propia casa con la mayor de las alevosías posibles. ¿Dónde ha quedado la supuesta obsesión de  Cline? ¿Cuánta desfachatez hace falta para argumentar que los hechos, únicamente, han servido de base para poner en marcha una trama, por lo demás, inventada de cabo a rabo?
En primer lugar, la novela no narra, en absoluto, las incidencias de la secta –o como quiera llamarla el lector– ni mucho menos de los crímenes, no investiga en los caracteres y forma de vida de los personajes, ni del gurú ni de las chicas ni de ningún otro componente del grupo, la protagonista ni siquiera es alguien concreto que estuviese allí con ellos, sino un constructo, no muy creíble por cierto, que Emma Clime se ha sacado de la manga. Y si no aclara nada de lo ocurrido, la acción de Las chicas podría estar basada en las incidencias de cualquier comuna de hippies de la época, que además haya practicado crímenes rituales, o ser una invención completamente libre. Hace ya más de una década, Henning Mankell público la espeluznante e interesantísima Antes de que hiele, inspirada en un suceso igual de truculento, un suicidio masivo llevado a cabo en 1978, con los recursos del género negro y unas profundidad e intencionalidad que ya quisiera para sí esta novela. Hasta las, a mi juicio, peores obras de Mankell se encuentran a años luz de este pastiche, por adjudicarle el nombre que merece si somos honestos y no nos dejamos engañar por las apariencias.
Y voy con las apariencias que, he de reconocer, se apoyan en una habilísima estrategia de marketing. ¿Recuerdan la teoría del elefante azul (o rosa)? Se trata de una broma, un juego con pretensiones psicológicas y hasta del título de un ensayo político y consiste en evocar la (peregrina) idea mientras se ruega a los presentes que la borren de su imaginación. ¿Y qué es lo que consigue quien propone tal cosa? Pues, naturalmente, el efecto contrario: que ante la mención de un ser tan enorme e insólito ocupando un espacio común, nadie se lo pueda quitar de la cabeza.
El publicista, o quienquiera que pusiese en marcha este proyecto, ha logrado,  tal como se proponía, (además de una venta masiva de ejemplares) que los lectores de Las chicas piensen todo el tiempo en Charles Manson y sus secuaces –aunque aparezcan aquí con otro nombre– y, algo todavía más enrevesado, que rellenen las evidentísimas lagunas del relato con la información que inevitablemente obra en el imaginario de todos. Es decir, no hace falta describir al líder porque todos los lectores recuerdan a Charles Manson o bien se han documentado antes de iniciar la lectura, y lo mismo ocurre con cada uno de los personajes relevantes y con los detalles concretos del caso.
Con esto quiero decir que la novela ya estaba escrita en todas las mentes, ya estaba vendida de antemano, por eso se pudo adelantar una fortuna al primer candidato que tuvo la osadía de aceptar el reto.
Pero se produce un fallo de bulto. La novela describe dos secuencias temporales separadas por un abismo de cuarenta años que constituye un fundido en negro del que no se nos da ninguna noticia. La primera muestra, a base de brochazos más bien gruesos, a la protagonista con tan solo catorce años, sus motivaciones e inseguridades, el abandono temporal de su(s) hogar(es) para unirse a la siniestra familia. Si estos episodios parecen, a primera vista, mucho mejor construidos, el personaje más cercano etc. que los que tienen lugar años más tarde es, precisamente, porque rellenamos las lagunas con la información que poseemos, es decir, gracias al elefante azul presente en nuestros recuerdos o en cualquier hemeroteca on line, disponible a solo un golpe de tecla. Pero esta  información previa no existe en relación con los episodios que tienen lugar en la época presente. La Evie madura aparece desdibujada, sin ninguna consistencia porque tiene que surgir de la nada. Cline ha de componer al personaje de principio a fin, ponernos al corriente de sus andanzas previas –algo que omite por completo– convertirla en una personalidad consistente y eso no parece estar a su alcance. En otras palabras, cuando se elimina el truco la tramoya queda al descubierto.
La prosa está compuesta en su mayor parte por metáforas recurrentes, siempre iguales a sí mismas, construidas a base de formas no personales, casi siempre gerundios (en su traducción al castellano, ignoro cuál es su equivalente en inglés), lo que ahorra cualquier complejidad formal y de significado. He aquí una muestra, un párrafo en el que la protagonista reflexiona sobre un personaje que no es sino un alter ego de ella misma cuando era joven y que sirve de excusa, otra más, para ocultar su absoluta falta de relieve.
“… Pobres chicas. El mundo las engorda con la promesa de amor. Cuánto lo necesitan, y qué poco recibirán jamás la mayoría de ellas. Las canciones pop empalagosas, los vestidos descritos en los catálogos con palabras como “amanecer” y “París”. Y luego les arrebatan sus sueños con una fuerza violentísima: la mano tirando de los botones de los vaqueros, nadie mirando al hombre que le grita a su novia en el autobús. La lástima por Sasha me bloqueó la garganta.”
Una reflexión verdaderamente atinada si proporcionase alguna pista sobre la raíz de ese estado de cosas, pero Cline nunca llega tan lejos, su estrategia, lo hemos comprobado, consiste en algo tan cómodo como nadar entre dos aguas.

THE GIRLS – PUBLICACIÓN: 2016 – (EN ESPAÑA: EDITORIAL ANAGRAMA – COLECCIÓN: PANORAMA DE NARRATIVAS) – TRADUCCIÓN: INGA PELLISA – PÁGINAS: 312

Comentarios

  1. Este libro es un desatino, y cuanto más tiempo pasa de su lectura, más estafada me siento. Es verdad que tiene cosas a favor. Pero ni siquiera sus puntos fuertes superan la prueba de algodón: el paso del tiempo.

    Un abrazo

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  2. Después de tanto boom mediático y de lo que leí en tu blog iba bastante alerta, pero aún así, no esperaba un fiasco como ese. Creía que Anagrama se pondría límites, que tendría en cuenta que se estaba jugando el prestigio. Nada. Vamos a lavar el cerebro a la gente todo lo que podamos y a forrarnos.
    ¡Qué verguenza y qué pena!

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