Rinconete y Cortadillo, de Miguel de Cervantes




Aunque con cierto retraso, aquí dejo mi homenaje a quien puso los cimientos del género literario que mejor nos explica como especie social que somos. Tantos años sin leer a Cervantes ayudan a elevar su figura cuando volvemos a él de nuevo, recordamos entonces por qué se le sigue alabando más de cuatro siglos después del Quijote. Es abrir el libro, esta novela ejemplar o cualquier otra, o bien elegir al azar un capítulo del de La Mancha, y sentir un pellizco en el corazón. Su lenguaje, tan pintoresco como exacto, o su picardía dirigida a  establecer complicidad con cualquier lector dispuesto a responder a sus demandas, esa ironía suya tan particular que insinúa y alude intentando no mojarse demasiado, hasta los arcaísmos nos exigen atención y salpican de colorido una prosa magnífica que sabe situarnos en el ambiente que describe y mirar a sus personajes cara a cara, como si -en este caso- se encontraran a dos pasos de nosotros en un patio de vecindad de mala muerte, allá por el siglo XVII.

Pedro del Rincón y Diego Cortado son dos adolescentes, que vagabundean ganándose la vida como pueden. Cuando coinciden en una venta del valle de Alcudia, al sur de Ciudad Real, se cuentan la vida el uno al otro e inmediatamente se hacen amigos y hasta socios. Lo que planean, dada la habilidad de ambos con la baraja (de cartas marcadas, se entiende) es confabularse para sacar el dinero a cualquiera que se preste a jugárselo. En esto están cuando aparece otro muchacho y les anima a formar parte de una sociedad de delincuentes liderada por un tal Monipodio. A ambos les parece muy buena idea y le siguen hasta el corral de vecinos donde se juntan los miembros de la banda, tan maltrechos y miserables como puedan imaginar. Allí conocen al jefe y a gran parte de sus pupilos, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, cada uno con sus habilidades y funciones específicas. No obstante, sorprende la seriedad con que actúan, ya que está todo registrado, tanto lo ejecutado hasta el momento como las actividades que planean realizar, el debe y el haber, las faltas y los logros. Hasta el soborno a la autoridad está establecido y se cumple escrupulosamente. Por si esto fuera poco, el grupo funciona como un gremio más de los considerados legales, se refieren a él como si hablasen de cualquier clase de oficio aunque este tenga como objetivo el robo y hasta la extorsión ejecutada con violencia. Y todos, principalmente el jefe, alardean de honestidad, virtud, buenas maneras y espíritu religioso, se llevan ofrendas a los santos y se ponen a sí mismos de ejemplo. Esta es una de las muchas veces que me imagino a un escritor riéndose a carcajadas mientras escribe.

No niego que hace falta un mínimo de atención para no perderse entre tanto vocablo desaparecido o con un significado diferente, giros arcaicos, comparaciones en desuso, costumbres perdidas, objetos que desaparecieron hace mucho, expresiones de germanía etc., pero viajar en el tiempo nunca ha sido fácil, y eso es lo que hacemos al leer a un autor que vivió entonces, no a un contemporáneo que solo imagina como fueron las cosas, muchas veces sin demasiado fundamento. Y cuando lo que se narra es tan divertido, la crítica social tan ácida y la prosa tan expresiva es casi obligatorio zambullirse en ella, aunque a veces haya que averiguar de lo que habla por el contexto, aunque perdamos el sentido de alguna palabra o no tengamos más remedio que recurrir al diccionario. El esfuerzo no es exagerado, a cambio se reirán bastante y no se les borrará la sonrisa hasta un buen rato después de cerrar el libro. Y lo van a hacer con Cervantes, nada menos. ¿Quién no desea acompañar las risas del Príncipe de los Ingenios, aunque sea a cuatro siglos de distancia? 

La huella de la obra de Cervantes, así como del denominado género picaresco -tan parecidos ambos- se puede encontrar en grandes obras que todos conocemos, tanto americanas como europeas, y que sería tedioso relacionar aquí. La novela que estoy leyendo ahora, según creo intuir, es una de ellas, así que atentos a mi próxima publicación.

No puedo cerrar este artículo sin referirme al final, tan brusco y poco acorde al tono y mentalidad de lo narrado. Cuando los neófitos se separan del grupo, hacen una acerba crítica a lo visto y oído decidiendo apartarse lo antes posible de tan malas compañías. Acto seguido se acaba el relato, prometiendo una continuación que nunca tuvo lugar. ¿Tenía el escritor intención de acabar con una moraleja o más bien se vio obligado a cambiar sus planes para que la censura no prohibiera su publicación o, peor aún, le enchironara por escribir historias poco edificantes? Ya sabemos cómo las gastaban por entonces, con la Inquisición aleteando sobre todo el que se apartara un ápice de las normas más estrictas o no tuviese la sangre tan limpia como era menester en la época. El propio Cervantes había estado prisionero, de otra cultura, es cierto, pero también en España pasó brevemente por la cárcel y hasta se le excomulgó por algún motivo relacionado con expropiaciones eclesiásticas. Su habilidad para decir lo que pensaba camuflándolo con toda clase de argucias constituye uno más de sus muchísimos méritos.


PUBLICACIÓN: 1613 - CLÁSICO: VARIAS EDICIONES - EDITORIAL, TRADUCTORES Y NÚMERO DE PÁGINAS: VARIABLES SEGÚN LA EDICIÓN.

Comentarios

  1. No creo que Cervantes quisiera seguir el cuento. Es uno de mis preferidos, la verdad, y siempre que voy a Madrid a la calle Lope de Vega, lo recuerdo con cariño.

    Un abrazo

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  2. Yo tampoco lo creo, dice que va a hacerlo pero es una forma de justificar el cierre tan brusco, supongo yo.
    El barrio de las Letras me encanta y lo he frecuentado todo lo posible.

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