Indignación, de Philip Roth


Blanco y rojo omnipresentes, sobre todo el primero, en una obra, a primera vista mero relato de iniciación, cuyo motivo, como gran parte de lo escrito por Roth, es la vida cotidiana de una familia estadounidense de ascendencia judía. Pero, como cualquier obra de ficción solvente, cuanto más arraigada se encuentre más universal es. Por eso, bajo la anécdota desnuda y en el contexto de los primeros años 50 hallamos esos símbolos cromáticos que nos hablan de convenciones, de miedo, de violencia soterrada, de afán de libertad, de racionalismo frente a integrismo, y de las consecuencias a que dan lugar esos factores cuando se ponen  a hervir todos juntos en la olla a presión de una sociedad puritana.
Blanco y rojo, pureza y violencia que no deben identificarse ni con la pureza tradicional de catecismo ni con la violencia explícita de la guerra. Aunque esta –la de Corea, en concreto– aparezca como un elemento más de la historia, el verdadero desencadenante es la violencia que se ejerce sobre las personalidades puras, esas cuyo objetivo es desarrollarse libremente sin necesidad de agostar otras vidas y que se ven abocadas sin excepción a la soledad sin que nadie, y menos ellos mismos, pueda remediarlo.

El blanco de la nieve y de las bragas blancas en ese expresivo episodio de rebeldía que tiene lugar en un campus harto de mojigatería y represión. Un blanco manchado por el rojo de la sangre y el negro de la tinta, dos metáforas que no requieren explicación. Y el rojo omnipresente hasta la nausea en esa carnicería de la que nuestro personaje quiere escapar casi a cualquier precio. Las cicatrices corporales (en la muñeca de Olivia y las causadas por la apendicetomía practicada a Marcus) aluden también a esas heridas del alma.

La violencia puede estar provocada por un cariño real pero mal entendido, aspecto que personifica de maravilla el señor Messner. Pero, a mi entender, la mayor escenificación de hostilidad (aparentemente) no cruenta tiene lugar en el despacho del decano durante esa primera entrevista que este sostiene con Marcus y donde –con magistral pericia– se pasa revista a todos los esquemas y mecanismos de la manipulación y la represión.

Es evidente que el germen de toda podredumbre se encuentra en la hipocresía que generan los tabúes más absurdos. Aquí, como en todas partes, se presiona para erradicar los legítimos deseos de razonar y actuar libremente, de zafarse del destino marcado y elevarse en la escala social, para aniquilar la necesidad de amar a quien, teóricamente, no es digno de ese amor, para anular la tendencia de cualquier mente sana a seguir su propio curso y no el que marcan las omnipresentes tradiciones, para destruir el ansia de escapar a una muerte probable a pesar de ser varón y joven y hallarse disponible en tiempo de guerra. En definitiva, para marchitar la pujanza de la vida –como idea opuesta a la muerte, por una parte, y al hecho de vegetar por otra– un potencial indestructible, capaz de arramblar con lo que sea con tal de permanecer y expandirse.
 

“¡No podía creer como un niño en una deidad estúpida! ¡No podía escuchar sus himnos lameculos! ¡No podía sentarse en su sagrada iglesia! Y las plegarias, aquellas plegarias con los ojos cerrados… ¡una putrefacta y primitiva superstición! ¡Locura nuestra que estás en el cielo! La ignominia de la religión, la inmadurez, la ignorancia y la vergüenza de todo ello! ¡Lunática piedad acerca de nada!”
 

He de destacar también la innegable originalidad del punto de vista. Sabemos quién habla, pero no sabemos cómo tiene lugar ese discurso, perfectamente creible en el marco de la línea argumental.
 
La trama se desarrolla con precisión hasta que, en un momento clave, se corta por lo sano y se da por finalizada apresuradamente. No conozco los motivos, lo que sí sé es que la novela entera se resiente por culpa de ese cierre en falso.
 
Otro punto débil se encuentra a mi entender, en la personalidad de Olivia. No por las, explicables, contradicciones de su carácter ni la innegable sumisión disfrazada de audacia, sino por cierta inconsistencia que se manifiesta explícitamente en una carta madura hasta lo inverosímil –que demuestra, además, un conocimiento de la mente masculina inaudita, dada su juventud y la impuesta separación entre ambos mundos– e implícitamente al excluir incómodas, pero imprescindibles, explicaciones de hechos relevantes.
 


PRIMERA EDICIÓN: 2008 – EN ESPAÑA: 2009 - EDITORIAL MONDADORI  - TRADUCCIÓN: JORDI FIBLA FEITO - PÁGINAS: 176 (aprox.)

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