La edad de hierro, de J. M. Coetzee
Hay
paisajes que, al conmover con insólita intensidad a los lectores, dan mucho más
juego literario que otros. Pero las cosas no son tan sencillas: si cumplen esa
función, es precisamente porque no son tan exóticos como parece primera vista.
El relato superpuesto al decorado habla de quiénes somos, y para vernos reflejados
solo hay que eliminar lo anecdótico y quedarse con la esencia.
Coetzee,
al retratar Sudáfrica en sus novelas, muestra una imagen del ser humano muy
poco complaciente. Se le puede acusar de pesimismo y derrotismo, incluso de
cierto nihilismo, pero no se puede negar su clarividencia.
Una
vez más, el apartheid adquiere un protagonismo evidente. Pero el autor no se
conforma con reflejar el caldo de cultivo social de una manera prodigiosamente
exacta. Su fuerte es la narración de personaje. Así, en singular. Y el que
construye en esta ocasión, al que llama señora Curren, resulta tan convincente
en sus contradicciones, en su dramática lucidez, en sus espeluznantes
circunstancias que el lector, sencillamente, se ve arrastrado a seguirle una
página tras otra. No se le da tregua. Ni siquiera tiene tiempo para preguntarse
cómo es capaz su autor de ponerse en una piel tan (aparentemente) distinta de
la suya ni la cantidad de sabiduría que hace falta para recrear esa clase de
vivencias.
Ningún
esbozo de argumento hace justicia al texto. ¿Una mujer que se sabe desahuciada
y desahoga su congoja con su hija ausente? ¿La larga agonía de un ser humano
que se aferra a otro, si cabe aún más inmerso en la desgracia, para conservar un
vestigio de lucidez? ¿Una metáfora de la derrota y la desesperanza? Podría
continuar.
A
mí las historias tristes no me desaniman más que otras pero comprendo que a la
mayoría sí, y precisamente esta no es la más adecuada para momentos vitales
complicados. Sin embargo –y esta afirmación puede resultar discutible– se encuentra
impregnada de un extraño clima poético, exuda tanta dignidad y entereza que
podríamos considerarla un canto a la vida. Sí, es una historia dura. Negra.
Opaca. Su belleza es austera y singular. Como el hierro.
¿Puede
el hierro convertirse en una larga y compleja carta de amor?
AGE OF IRON – PUBLICACIÓN 1990 – (EN ESPAÑA: EDITORIAL RANDOM HOUSE MONDADORI) – TRADUCCIÓN:
JAVIER CALVO - PÁGINAS: 224
A mí tampoco me desaniman las historias tristes, en ese juego de espejos que a veces establecemos con las lecturas, intento ver esa tristeza como una superación. Coetzee me encanta y es verdad que es poco complaciente, pero ¿acaso la complacencia ayudaría a crecer al ser humano?
ResponderEliminarGracias y un saludo!
Como la mayoría de las veces, estamos de acuerdo.
ResponderEliminarSiempre he querido leer libros sobre el apartheid. Me parecen muy interesante, pero supongo que serán tristes también, porque no hay nada bueno en ello. Tengo algún que otro apuntado que aún no he tocado. Este se suma a la lista.
ResponderEliminarSí, son tristes, aunque a veces asoma la esperanza. Si eso te afecta al estado de ánimo, busca una época eufórica, pero todo Coetzee merece la pena. Me refiero a las novelas, las autobiografías son otro asunto.
ResponderEliminarY, sobre el apartheid, te recomiendo también "Canta la hierba" de Doris Lessing. Aunque sea la primera suya, a mí me parece la mejor.
¡Tomo nota!
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