Edén, de Stanislaw Lem
La ciencia
ficción sirve a la auténtica literatura –y excluyo explícitamente las obras de
mero consumo– para desarrollar artísticamente:
-la
fantasía de cada creador y, de algún modo, también la fantasía de una época y
un pueblo, su imaginario colectivo, sus deseos y temores.
-para
realizar elucubraciones científicas tomando como punto de partida el estado de
la ciencia en cada momento concreto.
-un
análisis más o menos filosófico y profundo del ser humano, según las
posibilidades e intereses de cada escritor en particular.
-indagar
en los límites éticos, tanto del momento en que se escribe como de un futuro
condicionado por nuevos descubrimientos y posibilidades que precisará,
lógicamente, de una revisión de lo anterior.
De
Stanislaw Lem –aparte de su evidente capacidad fabuladora, de su casi insuperable
fantasía, de su preocupación por la convivencia planetaria e interplanetaria,
de lo extenso, variado y actual de sus conocimientos científicos y de su
capacidad predictiva en el ámbito de las relaciones sociales– destacaría en el
conjunto de su obra un sentido del humor muy sutil, que utiliza la ironía y el
sarcasmo, difícil de percibir muchas veces pero palpable en cuanto se le coge
mínimamente el truco. También su escrupulosa utilización del lenguaje y un
gusto por los juegos de palabras que le lleva a introducir en ocasiones falsos
arcaísmos, palabras inventadas para situarse en el lenguaje del futuro, pues da
por hecho –y no se equivoca– que la evolución de técnica y costumbres acabaran
produciendo diferentes formas de expresión. Esto plantea problemas a los
traductores, pero en lo que concierne a España, y teniendo en cuenta que se
conserva la profundidad ideológica y que el castellano no chirría en absoluto,
no me cabe duda de que los resultados son óptimos.
Lo
sorprendente y característico de este autor es que para desarrollar su fantasía
necesitaba, por una parte, acumular cada vez más conocimientos científicos (ya
en 1957 estaba interesado por la cibernética aunque, como él mismo apunta, en
aquella época era un asunto que no le interesaba a casi nadie). Por otra, -y eso llegaría algo más tarde –formarse a
sí mismo como escritor, estudiando teoría de la literatura y construyendo con
la práctica sus propios materiales y recursos. A partir de ahí, no dejaría de indagar
en las posibilidades de ese tipo de narración
ya que, al vivir en la Polonia de los años 50 y no tener acceso a ese
tipo de literatura, notó que le hacían falta modelos y no tuvo más remedio que
inventarlos. Pero no solo actúa movido por la curiosidad, toda esta actividad
se relaciona también con el constante temor a que se le agotara la inspiración
y tuviese que empezar a repetirse. Por otra parte –y paradójicamente– le inquieta
que, al ir aumentando la dificultad científica de sus obras a medida que pasan
los años, a sus lectores les cueste seguirle. Pretendía mantener la misma dificultad
siempre, pero luego acabo convenciéndose de que esto no era posible, que lo
lógico es evolucionar y piensa que el lector entenderá esto y, si no llega a
entenderle cien por cien, se quedará con la idea global.
Pero,
quizá, lo que más le caracteriza es el hecho de utilizar las circunstancias
futuras para hablar del presente y plantear sus preocupaciones sociales y
éticas. La convivencia y los límites del comportamiento cuando existe
confrontación entre principios morales y objetivos prácticos. Está convencido
de las enormes posibilidades del género, en este sentido y en otros muchos,
como el humor, y se lamenta de que hasta entonces haya sido utilizada
fundamentalmente como un divertimento sin ninguna pretensión ni de contenido ni
de forma y que los propios lectores no le exijan mucho más al género. Para él
hay dos formas de escribir ciencia ficción, la escapista, cultivada
principalmente en Estados Unidos, que fue evolucionando aunque sin abandonar su
carácter superficial, y lo que él hace. Según sus palabras: “Si alguien
quiere escribir hoy una novela de ciencia ficción y no quiere actuar de forma
escapista, tiene que enfrentarse con los problemas que todavía no se han
materializado, pero sobre los cuales todos los especialistas dicen que se acercan.” Es decir,
lo que le interesa es reflexionar sobre “el
porvenir de nuestra civilización” y no simplemente divertir. E intenta
hacerlo, de forma rigurosa, es decir, escribir de la forma más realista
posible.
En 1959,
con cerca de una decena obras a sus espaldas, publica dos novelas: La investigación –a mi juicio mucho más
meritoria –y Edén, que se resiente de
cierto apresuramiento, quizá por hallarse implicado en varios proyectos a la
vez y por una experiencia en el género todavía relativa, en cualquier caso nada
comparable a la que acumularía hasta los años 80.
Demostrando
que conoce los mitos clásicos y la aplicación de algunos de ellos al campo de
la ciencia, desarrolla una teoría, la procústica[i],
relacionada, como el mismo señala en la novela, con la teoría de la información.
Según lo entiendo yo, en esencia, se trata de la constante adaptación de los
poderosos a la realidad de cada momento para dominar absolutamente a la gente
de a pie sin que esta tenga conciencia de ello. En Edén se ignora todo del poder y sus procedimientos, quien mueve los hilos observa sin que ni
siquiera se conozca su identidad. El resultado son unas condiciones de vida
terribles para la gran mayoría de individuos.
“Para dominar el mundo, primero hay que nombrarlo. Sin conocimientos, sin armas y sin organización… no es mucho lo que pueden hacer.”
“Una sociedad que no puede concentrar la resistencia, que no puede dirigir sus sentimientos hostiles contra una persona concreta y determinada, es una sociedad inerme”.
De
resistencia, Lem sabía un poco: había formado parte de ella en Polonia durante
la época nazi. Es evidente que, si la responsabilidad se diluye en un colectivo
difuso que escamotea tanto su identidad como cualquier información sobre sus
actos, el resultado se aproxima bastante a lo que el autor había vivido
anteriormente. Y no solo eso, sorprendentemente y de forma muchísimo más sutil,
gran parte de sus afirmaciones son en cierto modo proféticas. El planeta Edén se
basaba en la desinformación, lo que vemos ahora es mucho más complicado: una
mezcla de sobreinformación (o más bien simple acumulación de datos) que más que
informar desinforma, y falta absoluta de información en los terrenos que
conviene. Ni el mismísimo Lem podría haber imaginado que los hombres –todos con
nuestro móvil en el bolsillo- nos hemos convertido en una masa consistente en
puntitos luminosos de la que se conocen sus preferencias, movimientos de todo
tipo, contabilizándose, administrando mayorías y excepciones, ubicando a todo
el mundo en su lugar concreto e incluso profetizando sobre comportamientos y
ubicaciones futuras. Los fines son políticos, económicos o de cualquier otra clase. En cualquier caso, control.
En esa
especie de balanza abstracta que presenta constantemente en sus obras, balanza
que se manifiesta mediante dilemas entre valores opuestos antes de tomar una
decisión, el equipo acoge al alienígena fugitivo (Bien), matan, destruyen lo
que no entienden (Mal), se defienden hábilmente de la barrera de cristal
(Bien), dialogan con el alienígena ilustrado (Bien), dan prioridad a la
recogida de información antes que a restablecer su salud (Mal), huyen dejando a
la población general inerme ante la injusticia (¿Bien? ¿Mal?)
Pero el maniqueísmo
no solo lo manifiesta en relación a los personajes digamos terrícolas, también
se pone claramente a favor de los habitantes de otros mundos, que en general considera
más inteligentes y menos malintencionados. Aunque en este caso la civilización
de Edén, o mejor, sus gobernantes, no salen muy bien parados, los dos
individuos que se presentan aquí son buenas personas. El único edeniano verdaderamente
listo con el que se topan, no solo no les daña pudiendo hacerlo sino que pone
en peligro su vida por ayudarles apareciendo como un auténtico héroe. Y la
población común que los astronautas han llegado a conocer en bloque es ingenua,
primitiva y está dominada por los poderosos. Es significativo que la localidad
que logran entrever y que, en principio, denominan poblado, nos resulta tristemente familiar, ya que se parece
bastante a los campos de concentración que Lem debía tener muy presente. Quizá pretenda
ser imparcial pero lo que intuimos es que se siente profundamente decepcionado
de sus congéneres y todo lo que sabemos de su vida contribuye a corroborarlo.
EDEN –
PUBLICACIÓN: 1959 – (EN ESPAÑA: 1991) – ALIANZA EDITORIAL - TRADUCCIÓN: LUIS PASTOR PUEBLA - PÁGINAS: 376
[i] Se conoce como análisis de Procrustes a la serie de métodos estadísticos que
aplican la teoría de grupos al análisis de conjuntos de datos, para poder
compararlos y realizar inferencias de dichas comparaciones. Forma parte del
llamado análisis estadístico multivariable.
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