Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño
Para ser un buen novelista es esencial evitar la (casi irresistible) tentación de mirarse constantemente
el ombligo. Porque ¿qué otra cosa puede interesar más a quien escribe que el
hecho mismo de escribir? Pero este hecho incuestionable no deja de ser un arma
de doble filo. Por varios motivos, en primer lugar un escritor está ahí para
dar testimonio del mundo que le rodea y si se concentra en su mesa, pluma y hoja
de papel todo esa amplitud de miras cae; sin contar que resulta de lo más
aburrido leer al que escarba en los entresijos de la creación, excepto –y solo
a veces– para sus propios colegas. Los artefactos metaliterarios aparecen hoy
día envueltos en una aureola de prestigio, en teoría están de moda pero a la
hora de la verdad no parecen interesar mucho. La mayor parte de esos contenidos
deberían quedarse en los tratados, no salir nunca de su ámbito natural: la
ciencia.
Hasta hace poco daba cierto pudor hablar del propio
oficio. Parecía preferible seguir las andanzas de fontaneros, pescadores,
prostitutas, ministros, gitanos y guardias civiles, amas de casa, obispos,
antes que de uno mismo sudando tinta delante de un folio en blanco. Algunos,
como Pirandello, imaginaron seis
personajes en busca de autor o, en el caso de Unamuno, penetraron en la niebla que separa ficción de realidad. Pero
sabían hacerlo con gracia, fabulando, mediante procedimientos surrealistas filosóficamente
complejos y, por eso mismo, entretenidos al máximo.
Roberto Bolaño, emprendió y llevó a buen puerto la ardua
tarea de hablar de literatura sin olvidar contarnos lo que ve y burlarse hasta
de su sombra. Sobre todo de su sombra y del sujeto que la proyecta. Su gran
mérito consiste en haber conseguido plasmar sus obsesiones de escritor sin
adormecer a las ovejas y, de paso, mientras toma un poco el pelo a los lectores,
mostrarles un mundo, un ambiente y una época algo disparatados y delirantes de
la forma más vertiginosa y disparatada posible. El aspecto metaliterario
aparece de todas las formas posibles: alardeando de virtuosismo y soltura
narrativa al saltarse todos los esquemas sin perder el pulso, divagando sobre
técnicas posibles, mostrando al lector la difícil supervivencia de los que se
dedican a esto, mostrando el aspecto seductor
del que escribe, o su carácter prestigioso, o el comercial que tienen los
libros, o presentando estos como una forma de volcar las vivencias o, de una
forma práctica –exponiendo técnicas y procedimientos en vivo, como introducir unas
ficciones en otras o acumular variantes
de un misma historia– o a la literatura como actividad lúdica, tanto del
narrador como de sus destinatarios. O como fraude descarado, que de todo hay.
Para disfrutar de esta y muchas otras obras de Bolaño
solo hay que relajarse, no dejarse abrumar ni intentar convertirse en un notario
que registra cualquier nombre y circunstancia sino adquirir una idea algo impresionista
de lo que estamos leyendo. Eso evitará que nos pase desapercibida la ironía y
sátira constantes, así como el entrañable absurdo que envuelve a unos sujetos,
aún así tan reales como cualquiera de nosotros. En una palabra, lo que hay que
hacer ante todo es no olvidarse de reír.
En Los detectives
salvajes, de un capitulo a otro cambia de tono y de escenario, incluso el
protagonista se esfuma y es substituido por otros para volver a aparecer al
final. Y con Juan García Madero y Méjico nos olvidamos del propósito fundamental,
buscar a Cesárea Tinajero, la supuesta poetisa excelsa. Solo en esa última
parte –tras habernos hecho viajar por dos continentes, haber transitado por
Barcelona hasta la extenuación y presentarnos a los personajes más variados y
excéntricos para enterrarlos en la nada unas veces y recuperarlos otras, con su
fisonomía más o menos difuminada–, y ya trasladados al desierto de Sonora, vuelve
a mencionarse esa búsqueda, ahora convertida en humo, mero pretexto para sacar
de la chistera los contenidos más variopintos, esos que condensan la visión que
el autor tiene del mundo. Se trata de un relato coral, con tantos puntos de vista
como registros lingüísticos. Una parte de los individuos que desfilan por sus
páginas, incluido el propio Bolaño, –así como algunos de los hechos que se narran
y la constante alusión a la muerte, a cargo de un Bolaño desahuciado ya por los
médicos– se basan en su propia experiencia, lo que otorga al texto un carácter claramente
autobiográfico.
El telón de fondo que presenta es decididamente
escéptico: se plantean muchas preguntas pero certezas hay pocas, la realidad es
ambigua, proliferan alucinaciones y dementes, todo es más o menos relativo,
simple juego, territorio pantanoso en el cual no hay dogma que valga, nada
tiene verdadero sentido, no existe un objetivo final, solo la sentencia
inapelable, la amenaza, y lo único efectivo para combatirla es la broma, el guiño
a todas horas, no tomarse nada en serio, pensar lo menos posible. Y todo ese trasiego,
el mundo alucinado que describe, solo se apoya en tres elementos: literatura,
muerte y demencia.
PRIMERA EDICIÓN: 1998 – CLÁSICO – VARIAS EDICIONES – PÁGINAS: 622 (aprox.)
Hay una cosa que me preocupa, Molina: con lo bien que tú lees, no estar de acuerdo contigo. En este artículo es sobre todo en solo una cosa que dices, pero que me parece esencial: que Bolaño no aburre. De "Los detectives salvajes", leí solo y a muy duras penas la primera parte, esas aproximadamente 140 páginas que cuentan las andanzas de los jóvenes poetas realistas viscerales que se dedican, entre otras cosas, a orbitar en torno a las hermanas Font. Les encontré el principal defecto que le encuentro a Bolaño en general: son insoportablemente repetitivas. Tiempo después, volvía a intentarlo, esta vez, con la muy celebrada "2666", que, más o menos y a saltos, leí hasta el final. La primera parte (llamada "de los críticos") es estructuralmente calcada de la de "Los detectives salvajes": un grupo de hombres se afanan en una competición en torno a una misma mujer, lo cual se relata de una forma morbosa y repetitiva, y al final hay una "sorpresa" argumental. Después viene lo relativo a Ciudad Juárez, donde Bolaño no aporta NADA, mejor dicho, sí: otra vez el defecto de lo repetitivo, ya que los expedientes de los terribles casos allí ocurridos se limita a hilarlos de manera acumulativa. La deuda que en lo referido a esta parte tiene Bolaño con el ensayista Sergio González Rodríguez no ha sido suficientemente señalada por él, ya que todo lo que está en su libro está prácticamente en el de González, pero mucho mejor presentado. Es, por cierto, un libro que te recomiendo: se titula "Huesos en el desierto" y está publicado en Anagrama. Es estremecedor. Finalmente, la última parte de "2666" se titula, creo recordar, "La parte de Archimboldo": es demasiado larga, insípida y plagada de tópicos. Bueno, me imagino que la próxima vez que me meta en Orlandiana me vas a echar los perros, pero es que no tengo más remedio que decir que no me gusta Bolaño, me parece un narrador sobrevalorado. Un saludo.
ResponderEliminarBueno, alguna vez habrá que discrepar, que parecíamos clones ¿no? Me encanta que haya debate y no pienso echarte los perros ni a nadie que dé su opinión francamente,
ResponderEliminarLeí ayer tu comentario y, aprovechando que estaba "de librerías" pregunté por Huesos aquí y allá. En la FNAC me dijeron que Anagrama lo tiene descatalogado desde hace ¡¡cuatro años!!
Creo que la discrepancia está en que tú le das un poco más de importancia al fondo que a la forma, y puede que a mí me pase al contrario. Lo que vi en Los detectives es que lo que nos cuenta está más bien en ese batiburrillo, en esa estampa impresionista que queda después de leerlo que en el contenido estricto. Además, te faltan la segunda y la tercera parte. A mí la que más me gustó fue la segunda porque, aunque te vuelves loca con tanto personal e historias varias, no hace falta memorizar, es ese mundo de locos, precisamente, lo que quiere mostrarnos.
También valoro que tiene una voz muy personal y que intentó innovar y no conformarse con fórmulas ya exploradas. Como Rayuela en su día, por ejemplo. (No pongo más ejemplos ilustres porque ahora el que me va a echar los perros eres tú, jeje).
Y, como no escarmiento, te voy a recomendar otro de Bolaño, a ver si haces las paces con él. Es Amuleto, donde un personaje de Los detectives se convierte allí en protagonista. Es un flujo de conciencia, algo alocado como el personaje pero tradicional. Si lo lees, ya me dirás algo.
(Los dos están reseñados en el blog misterioso desde hace mucho)
Saludos y enhorabuena por el post/publicación de hoy
Muchas gracias. "Rayuela" es un libro muy especial y a mí, personalmente, me parece que el estilo de Cortázar es muy superior al de Bolaño, no obstante, intentaré hincarle el diente a esa segunda parte una segunda vez. No te prometo nada en cuanto a "Amuleto", por terribles imposiciones de tiempo, que me tienen con dos libros a medio terminar desde hace ya mucho y otros dos a la cola, horrible. Además, volveré a serte franco: me atraen más los que has reseñado últimamente aquí. Una pena lo de "Huesos en el desierto"; si pasas por Madrid algún día, tomamos aquel famoso café y te lo dejo. Un saludo.
ResponderEliminarNo te veo continuando con Los detectives. Muchas páginas y todavía más impertinentes que las del principio. Se me ocurrió lo de Amuleto porque es corto, pero a mí me pasa eso con Vila Matas. Cuando un autor no es santo de la devoción de alguien, es complicado cambiar.
ResponderEliminarY nada, me parece bien que me dejes el libro. A ver si encuentro yo algo interesante que no hayas leído y podemos intercambiar.
Saludos
Perfecto. En cuanto a lo de "El amuleto", si es corto, lo buscaré por ahí. Un saludo.
ResponderEliminarNo lo leí en papel, pero te lo mandaré en el formato que usé por si te sirve.
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