El hombre sin atributos, de Robert Musil

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Escrita en periodo de entreguerras pero referida a acontecimientos que ocurrieron –o pudieron haberlo hecho– poco antes de la Primera Guerra, la novela nos introduce en un caldo de cultivo lleno de efervescencia, que acabó engendrando un futuro –que ya es pasado– tan complejo, belicoso, contradictorio, imaginativo e iconoclasta como podamos recordar y más aún. A estas alturas, enternece casi tanto como desalienta leer análisis tan sinceros, profundos y sensibles y compararlos con el cinismo y la superficialidad de estos tiempos. En esta obra monumental, que a pesar de quedar inconclusa ocupó a su autor más de una década, se adivina el deseo de construir un mundo mejor, no como hoy, que ocupados como estamos en nuestros particulares narcisismos, nos conformamos con mantenernos a flote como especie.
Esta vena nostálgica viene a cuento porque quien esto escribe supone, o más bien se teme, que pocos tendrán el valor de embarcarse, con la que está cayendo, en una empresa de estas características. Sin embargo, y a pesar de cierto hermetismo, morosidad y carencia de aventuras apasionantes, y quedar lejos de los gustos de este siglo, nos muestra mucho más de nosotros mismos que muchas obras contemporáneas.
El hombre sin atributos se llama Ulrich y es una especie de diletante con oficio, un observador nato, un escéptico, un pez que se mueve entre dos aguas (o más) y no se decide a nadar en ninguna. Inspira confianza a los hombres y amor en las mujeres. Se embarca en largas conversaciones fluctuantes y de resultado incierto. Colabora en una empresa utópica que pretende unir a las naciones y mantener la dignidad de Kakania (Imperio Austrohúngaro) frente al creciente poderío alemán. Tiene una hermana con la que apenas ha convivido y cuya inesperada coincidencia enciende una mutua chispa de pasión.

“Un hombre inepto para la vida práctica –que no solamente lo parece, sino que de hecho lo es– no sirve ni se le puede confiar cosa alguna en las relaciones humanas. Emprenderá acciones que significarán para él algo distinto que para los demás, pero pronto se dará por satisfecho, en cuanto consiga reducirlo todo a una idea rara. De poseer lógica también está lejos. Es además muy posible que un delito con daños a terceras personas lo considere como una frustración social, y no culpe al delincuente, sino a la institución de la sociedad.”
“Y puesto que el disfrutar de atributos presupone unacierta deleitación en su realidad, es lícito prever que a alguno que ni para sí mismo tiene sentido de la realidad, le llegue un día en el que tenga que reconocerse hombre sin atributos.”
 El resto de hombres y mujeres que aparecen en la novela –caracterizados también magníficamente– quizá tengan atributos, pero eso les encorseta y condiciona, les impide emprender vuelos más altos. No se puede separar a Leona de su condición de prostituta –de ahí que se califique de desliz a la relación que el protagonista tiene con ella– ni a Bonadea de involuntaria enamorada sin esperanza, ni a Ermelinda Tuzzi (más conocida por Diotima) su personalidad fogosa y conductora de cerebros, ni a su marido de aburrido funcionario y hombre de paz, ni al doctor Arnheim de afanoso potentado y no obstante humanista. Hay más. Todos tan excepcionales y únicos como cualquiera si tuvieran vida propia.
Las ideas se despliegan y oscilan, a veces son tan vagas que se escapan apenas nos acercamos a ellas, otras –como Patria, Dios, estamentos sociales– llevan impreso el sello inevitable de una época en trance de desaparecer.

DER MANN OHNE EIGENSCHAFTEN – ESCRITO ENTRE 1930 Y 1942 – PUBLICADO EN : 1930 – CLÁSICO: VARIAS EDICIONES – TRADUCCIÓN: JOSÉ MARÍA SÁEZ – PÁGINAS: 1200 (aprox.)

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