Divagaciones metaliterarias
Es
cierto que no existen recetas sobre lo que resulta efectivo o no en las
ficciones. Pero sí una suerte de pragmática. Italo Calvino, en su ensayo Seis propuestas para el próximo milenio,
parece apostar, en un principio, por el relato rápido y directo, pero acto
seguido alaba algunas digresiones. Esto es así porque los autores establecen en
cada obra unas pautas concretas. El que apuesta por el desarrollo conciso de
los hechos o aquel que considera que sus divagaciones no tienen demasiado
interés debe construir un artefacto enérgico que se desarrolle en línea recta y
no caiga en la tentación de andarse por las ramas. Pero la concisión tampoco es
fácil. En el arte de decir lo más posible con muy pocas palabras nos suele venir
a la mente el que comúnmente se considera el relato más corto del mundo, el
de de Monterroso y su famoso dinosaurio.
La narración efectiva se caracteriza por haber seleccionado previamente
términos cargados de información que se relacionan entre sí de forma que, en
conjunto, expresen mucho más de lo que dicen.
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Pablo Ruiz Picasso |
No
obstante, y si nos fijamos en ciertos relatos implícitos –es decir, aquellos
que no se consideran tales pero que contienen en sí mismos una historia, como
los estribillos de algunas canciones– hallaremos la efectividad elevada a la
máxima potencia. Si aislamos la frase: “Has
sabido que te amo” del resto de la letra, vemos que nos cuenta más de lo
que parece. Ya al primer vistazo sabemos que habla de dos personas, una de
ellas enamorada de la otra desde hace algún tiempo, y de un entorno conocedor
de ese sentimiento entre el que se encuentra un individuo –o varios– que
desvela el secreto a su destinatario –hombre o mujer– y luego –él mismo u otro–
descubre al enamorado la supuesta indiscreción. Pero hay más: este último, en
lugar de callarse, aprovecha la coyuntura y se declara. Es evidente que tenemos
una historia completa, narrada en segunda persona, con dos personajes
principales y un número indeterminado de secundarios, que podría desarrollarse
mucho más, pero también quedaría cerrada si finalizase en ese preciso momento.
Por
tanto, existen muchos más micro-relatos de lo que parece a primera vista y a
veces los mejores son los que se han elaborado sin intención de que lo sean.
Muchos de ellos, en cambio, responden a una simple moda y resultan poco, o nada,
consistentes. Lo mismo ocurre con esas obras consideradas experimentales y que
al primer soplo de aire –o en cuanto acaba la temporada y a pesar de la
promoción editorial– se derrumban. Y no voy a dar títulos.
Quiero
decir con esto que un edificio literario, funcional, sólido, construido con
materiales resistentes al tiempo, constituye una garantía de permanencia. En ocasiones,
incluso, podríamos apostar por que su creador puede desarrollar algo mucho más
ambicioso, un auténtico monumento. Algo que no ocurre con esas supuestas
catedrales de ficción cuyas cúpulas, capiteles y rosetones quedan sin armar,
diseminados por el suelo porque no hay ningún elemento que pueda mantenerlos en
pie. Lo humilde y bien hecho contra lo ambicioso que no es más que fachada.
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