Nudo de víboras, de François Mauriac
Acabo de terminar una novela –que no
tiene nada que ver con esta y que comentaré aquí en un par de meses– publicada en
2017 por un escritor de cuarenta y dos años. Nudo de víboras apareció en 1932, cuando Mauriac tenía cuarenta y
siete. Se diferencian en muchas cosas, naturalmente, mejor dicho, no se parecen
en nada. Pero, ¿cuál es en mi opinión su diferencia esencial? Dicho de otra
forma, ¿por qué las estoy comparando?
En principio, porque dos unidades del
mismo tipo se pueden comparar aunque, como es el caso, no se parezcan ni de
lejos. Pero sobre todo porque me ha hecho pensar en esa diferencia tan
definitiva (y definitoria, diría yo). Nudo
de víboras está escrita desde dentro. El escritor explora en su
experiencia, la revive, repasa su conocimiento de las personas, ese sedimento
en el que se han acumulado las experiencias de una vida. Es honesto consigo
mismo y con la realidad que refleja, aunque podría ser igual de honesto
utilizando la fantasía más febril. Lo fundamental es que escriba para sí mismo,
que exprima eso que tiene dentro, de la especie que sea, y lo deje caer sobre
el papel en blanco palabra por palabra, con todo el esfuerzo que supone extraer
algo, un mineral más o menos precioso, de lo más profundo de la mina,
acarrearlo hasta la superficie, pulirlo, darle forma, engarzarlo, limpiarlo y
presentarlo en un estuche diseñado especialmente para él.
Nada de esto se produce en esa novela
que he cerrado por última vez hace dos horas, y lo peor es que esto parece ser
hoy casi una constante. Leyéndola se aprecia claramente que su autor solo tenía
una obsesión: impresionar. Y este objetivo es por sí mismo tan absorbente,
gasta tanta energía, vuelca la mente tan fuera de sí, dilapida las energías de
tal forma, que de ello no podemos obtener más que una cáscara vacía, un estuche
pulido y nacarado absolutamente vacío.
Nudo de víboras es un clásico, su
argumento es conocido y contarlo aquí no aportará gran cosa. Pero, ya que
estamos, resumo. El protagonista, gravemente enfermo, repasa en su lecho de
dolor una vida que ahora le parece casi un desperdicio. Rodeado de familia que
no aprecia la opulencia en que vive, a la que ha dedicado todos sus esfuerzos,
desengañado de todo y de todos, incluso de sí mismo, realiza un último gesto,
que pretende ser generoso y que lo enfrenta a la ruindad de su entorno al
completo. La introspección y los recuerdos se alternan con un retrato fiel de
los personajes y las relaciones que mantienen.
El egoísmo, la codicia, la murmuración,
la mezquindad, los convencionalismo, los prejuicios, la hipocresía, la forma de
vida de una clase social producto de su tiempo no se pueden plasmar en unos
folios cuando se está más pendiente de impresionar que de parir lo que has ido
gestando en tu cerebro. Eso es lo que cuesta extraer, inventar cuatro boutades mejor o peor hilvanadas solo es
cuestión de ponerse.
Mauriac, como el gran escritor que era,
nos enfrenta con el mundo que conocemos tamizado por su proverbial pesimismo,
con sorpresa final incluida, quizá en un intento de objetividad que incluye un
suave destello en medio de tanta sombra.
LE NOEUD DE VIPERES - PUBLICACIÓN: 1932 . CLÁSICO (VARIAS EDICIONES) - PÁGINAS: 250 (aprox.)
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