La ciudad, de Mario Levrero

 



¿A qué les recuerda una obra de ficción (en este caso, novela) que narra sin aportar nombres, localización, antecedentes ni ningún otro detalle que nos permita situarnos en tiempo, lugar, personalidad del protagonista y resto de personajes y otras circunstancias igualmente imprescindibles? ¿Qué escritor de primerísima línea nos coloca en un escenario incierto, aportando datos en apariencia irrelevantes y hurtándonos los que más nos podían interesar? ¿En qué novelas el protagonista está tan perdido como los lectores?

Por si no lo han adivinado, ya se lo digo yo. El escritor que, en mi opinión y en la de voces más que autorizadas en estas cuestiones, influye en las novelas de Levrero es, nada más y nada menos, el gran Franz Kafka. Quien no haya leído nada suyo ya está tardando. (Sin ir más lejos, en este mismo blog publiqué hace tiempo sendos artículos sobre América y En la colonia penitenciaria). Pero, además, y ya a título muy personal, he encontrado ecos de existencialistas como Sartre y Camus. Por su parte, otros han visto influencias muy diversas a las que merece la pena seguir el rastro.

Solo después de facilitar su principal fuente, puedo analizar La ciudad y que resulte coherente lo que, a primera vista, pueda parecer un gran absurdo. Y en realidad lo es. Ninguno de los autores mencionados se puede considerar realista por mucho que utilicen el mundo que todos conocemos para dar vida a sus personajes, por mucho que nos abrumen con todo tipo de descripciones irrelevantes que forman parte de nuestra rutina diaria. En un principio, quizá pueda parecer lo contrario, pero el escenario que se va a abrir ante ustedes es impreciso, ambiguo y y sin conexión entre sus diferentes elementos. Lo verán en cuanto avancen unas páginas, pero es indiscutible que, además, resulta atrayente por esas dosis de misterio e intriga sabiamente repartidas a lo largo de la narración.

El significado más evidente salta a la vista. La desorientación del hombre moderno ante los estímulos, tan contradictorios como agresivos, de la sociedad que le rodea. En la actualidad persisten algunos de aquella época, con más o menos variaciones, y con el tiempo han ido apareciendo otros nuevos que intensifican el impacto de los anteriores. Nos bombardea la publicidad, el periodismo, las circunstancias socio económicas etc. sin que seamos capaces de articular la relación que se establece entre ellos. Imposible averiguar si existe un plan preconcebido ni quien lo dirige, ni de qué forma, ni por quién y con qué objetivo se va mediatizando nuestro punto de vista para hacerlo coincidir con lo que convenga en cada momento.

El personaje, sin nombre, personalidad, ni pasado conocidos, actúa con la misma normalidad que nosotros mismos, un poco desorientado, es cierto, pero sin percibir el caos real en el que se desenvuelve. Al lector le parece una pesadilla, más o menos camuflada con explicaciones que tratan de parecer racionales, y a veces el ciudadano -tanto el actual como el de la época de Levrero- siente algo muy parecido al del protagonista de La ciudad. ¿No les parece?

La prosa es tan sencilla como minuciosa, si de ello resulta una historia difícil de desentrañar se debe a un enfoque muy particular que se detiene en la superficie de lugares, objetos y personas sin permitirnos profundizar en ellos. Nos cuenta solo lo que ha decidido contarnos y no va ni un paso más allá nunca.

Un botón de muestra:

"Miré mi reloj y advertí que aún faltaban más de quince minutos; comparé su hora con la de uno eléctrico, que había sobre una pared, cerca del techo, y vi que había una diferencia bastante importante, de casi diez minutos. Di por buena la hora de ese reloj y adelanté el mío; me llamó la atención que el mío estuviera atrasado, porque su tendencia general es la de adelantar; pero debía guiarme por el reloj de la oficina, aunque la hora no fuera buena , porque en cierto modo era, por así decirlo, la hora oficial. Entonces, faltando apenas ocho minutos para el momento de la operación, me propuse estudiar el croquis que llevaba en el bolsillo superior de la campera.

Antes de hacerlo, sin embargo, quise comprobar el estado de mis facultades mnemotécnicas, que nunca habían sido del todo malas." 

No tengo intención de desvelar el argumento, se lo van a explicar con detalle en cualquier otro sitio. Por cierto, es extremadamente simple, si se lo cuento no solo estaría haciendo spoiler, destripando el libro o como quieran llamarlo, también les quitaría las ganas de leerlo porque lo que de verdad importa no es lo que pasa, sino cómo pasa. Esa es la clave, como he tratado de explicarles con toda la precisión que me ha sido posible.

Entonces, ¿en qué se diferencia Levrero de Kafka? Pues, como es lógico, cada uno posee su propia personalidad, su peculiar forma de escribir, pero además el escritor checo consigue espeluznarnos a conciencia y, naturalmente, trasladarnos un propósito claro, una crítica, una forma de ver las cosas, aparentemente distorsionada para que percibamos el absurdo de un orden establecido que damos por bueno simplemente por costumbre. Hablo del propósito que guía al autor, pero no olvidemos el del protagonista y, por supuesto, el siniestro objetivo de quienes mueven los hilos de la trama. Ese es el plan que guía la narrativa de Kafka y, para llevarlo a cabo, deja a sus personajes completamente solos, inmersos en una realidad compleja, degradante y sumamente angustiosa, ya que carecen de protección ante unas amenazas, ciertas pero cuya naturaleza no acaba de concretarse. Una soledad  que se manifiesta igualmente en La ciudad, pero la amenaza así como el propósito, aunque presentes de principio a fin, no se perciben con la misma nitidez que en el Kafka de El castillo, El proceso, La metamorfosis, e incluso de la novela inconclusa que es América.


PUBLICACION: 1970 - CLÁSICO: VARIAS EDICIONES - NÚMERO DE PÁGINAS: 150 (aprox.) - INCLUIDO EN EL VOLUMEN POSTUMO "TRILOGÍA INVOLUNTARIA", QUE CONTIENE, ADEMÁS, "EL LUGAR" Y "PARÍS"

Comentarios