La hija del coronel, de Martín Casariego
No tenía ni idea de lo que me iba a encontrar ni es la clase de lectura que frecuento, en mi descargo diré que lo abrí en un momento de despiste. Y, la verdad, tratándose de Casariego –emblemático guionista del cine español de los 90– no esperaba encontrar un argumento tan clásico, tan propio de una época muy anterior, tan anclado en ideales bastante más trasnochados de lo que podría esperarse. Por otra parte, el argumento me ha parecido previsible. ¿Recomendaría esta novela? Podría hacerlo, pero nunca a alguien cuyos gustos coincidan con los míos.
El relato se mueve en torno a dos núcleos. La relación
pretendidamente amorosa entre el recluta y la hija del gran jefe y, como telón de fondo, las peculiaridades de la vida cuartelaría,
con esa camaradería impregnada de violencia tan propia del estamento militar.
Una violencia que es como la costra que se acumula en los objetos que nunca han
visto el agua: forma parte del paisaje, pues sin imágenes ni drama ni reproche
no deja ninguna huella a su paso.
Tal como parece exigir el escenario en que se
desarrolla, y sin ser una novela coral ni mucho menos, nos encontramos con un
gran número de personajes sin ninguna relevancia, gente de paso que aparece y
desaparece sin más explicaciones. Tampoco podemos decir que los protagonistas
tengan entidad propia, más bien podrían considerarse tipos representativos de
un cuadro de costumbres: el legionario novato y la chica. La chica, ¿eh? Si os parece ver cierto deje despectivo en
esta denominación, estáis en lo cierto.
El único personaje femenino con un rol relevante en el
relato, entre una sucesión de prostitutas sin rostro, es ella, la hija del
coronel. El rol consiste en ejercer de florero con alguna escena erótica
incluida. Eso, a pesar de dar título a la novela, pero ¿qué podemos esperar
entre tanta tonelada de testosterona con tufillo añejo años sesenta?
“Aunque aparentaba ser fuerte y que nunca se dejaría
dominar por el llanto, José sabía que ella poseía corazón de mujer, pues ya una
vez había sido testigo de cómo acudían presurosas a sus ojos lágrimas que, sin
comprenderlas del todo, o sin creer en su total sinceridad, le habían
enternecido. Por un perro. Había llorado por un perro. ¿Lloraría por un hombre?”
Y vaya si intenta hacerla llorar: a lo bestia. Más
adelante desarrollaré esta idea, porque tiene su miga y no es cuestión de
dejarla pasar.
Desde que José ingresa en la Legión presentándose como
Julio –el hijo del más rico del pueblo– para ocultar sus orígenes humildes, la novela
transcurre sin pena ni gloria hasta su adscripción forzosa al grupúsculo Hijos
de la Noche. A partir de ahí, se aparta del mero cuadro de costumbres y el
relato coge algo de vuelo. (Tampoco demasiado: el progreso narrativo mínimo
para lograr que la trama avance.)
Aunque en un primer momento lo parezca, una lectura
atenta demuestra que entre José y María no hay historia de amor que valga. Se
trata de la seducción interesada de un muchacho herido en su soberbia a una
chica inexperta por el simple hecho de ser guapa y tener un nivel social más
elevado. El auténtico apoyo afectivo de José es el sargento Carcelén (apodado
Mijo), cuyo carácter, tan desenfocado como el de todos los demás y sin llegar a
apartarse del tópico, presenta al menos algún rasgo definido.
María, al principio, era un objetivo inalcanzable. El
trofeo que solo se consigue a base de mentiras sobre su auténtica posición
social. O eso creía él, porque nunca le dio ocasión de demostrar que podía
aceptarle siendo pobre. María era la figura que destacaba en lo alto de la
montaña, recortada sobre el cielo montando su caballo, alguien que nunca se
dignaría mirar al legionario sin oficio ni beneficio recién llegado al cuartel.
Más adelante, y una vez conquistada, era el entretenimiento algo aburrido que
le impedía divertirse con los colegas. Finalmente, y tras un rosario de
catástrofes que ella ni alcanza a imaginar, tiene la desfachatez de convertirla
en responsable de todos sus errores. “La
Virgen del Pecado atraía la desgracia sobre aquellos que la rodeaban”.
Pobrecita. La destroza y se va sin más explicaciones. Es cierto que el coronel
pone el asunto difícil, pero ella no atrae la desgracia, su desgracia fue haber
caído en las garras de un depredador que la condena a un castigo perpetuo por haber cometido un solo
delito: confiar en él.
En cuanto al estilo, salvo excepciones, me ha parecido
apresurado. Más que novelar unos hechos, se diría que el autor está redactando
un informe para consumo interno de algún departamento militar. Eso explicaría
la falta de agilidad narrativa, el exceso de detalles anodinos y, en general,
el burdo manejo de las herramientas literarias. Casariego es, además, uno de
esos escritores que no permiten al lector deducir por su cuenta: explica hasta
el mínimo detalle como si no nos considerase inteligentes.
PUBLICACIÓN: 1997 - PREMIO DE NOVELA ATENEO DE SEVILLA 1997 - VARIAS EDICIONES - PÁGINAS: 250 (aprox.)
Me alegra leer que, sin error ni despiste, valga la pena leer sobre tan variados personajes.
ResponderEliminarGracias por compartir. Un saludo
Pues, Albada, mucho no me ha gustado, la verdad, como puedes deducir de la reseña. Sobre si merece la pena leerlo, unos pensarán que sí y otros que no, hay opiniones para todos los gustos.
EliminarSi al final te decides a leerlo, estaría bien saber qué te ha parecido.
Saludos
¡Al fin has vuelto! Echaba de menos ese espíritu tan crítico que tienen tus reseñas.
ResponderEliminarJeje. Nunca me he ido, solo había hecho una pausa.
EliminarAgradezco tus palabras, un saludo