Tobías Mindernickel, de Thomas Mann

 
Es este un relato corto cuyo sentido me parece algo desdibujado, quizá porque fue uno de los primeros que escribió el que luego sería uno de los grandes exponentes de las letras alemanas. O puede que yo no haya sabido captarlo. Desde luego, Mann ofrece una serie de indicios que intentaré interpretar, aunque no sé si seré capaz de desvelar sus verdaderas intenciones. En cualquier caso, se trata del texto pasado por el tamiz de mi lectura personal y, como sabemos, cada vez que un lector hace suyo un título, este adquiere una dimensión nueva, de manera que su sombra se va alargando indefinidamente, enriqueciéndose y aportando unos valores que, la mayoría de las veces, su autor no habría podido sospechar.

Desde un principio, se nos presenta un panorama sombrío, tanto físico como psíquico, incluso sociológico, perfectamente descrito en todos sus aspectos. Tanto el protagonista, que da nombre a la pieza, como su entorno presentan un aspecto realmente desagradable. Tobías es un hombre de edad indefinida, mal aspecto, pobremente vestido, aunque pulcro y cuidadoso en todo lo que le es posible. Vive solo en el último piso de un edificio humilde, su vivienda no contiene más que lo estrictamente indispensable y, aparte de su inquilino, no se percibe en ella ni un solo rastro de vida, hasta el tiesto lleno de tierra permanece junto a la ventana completamente vacío. Pero encontramos señales de una existencia anterior más próspera y hasta más integrada socialmente: Tobías no solo es capaz de esmerarse en su cuidado personal, además posee una bonita cómoda antigua y que, adivinamos, de cierto valor, tanto sentimental como monetario.

No sabemos de qué vive, posiblemente de antiguos ahorros que debe conservar hasta sus últimos días, ya que su vida roza lo miserable y no parece que se dedique a ningún oficio lucrativo. Tampoco mantiene relación social alguna, se nos informa de que sale poco pues sus vecinos se burlan de él y los niños lo persiguen. Es más, las pocas veces que aparece mantiene la vista fija en el suelo, como avergonzándose de sí mismo.

¿Qué le ha pasado a Tobías? ¿Por qué ha terminado así? El misterio nunca se aclara, pero existe un intento por parte del narrador de enfrentarnos con la parte más siniestra del ser humano, así como con la más bondadosa. Ese personaje, que se presenta como víctima y que solo es capaz de disfrutar y sentir orgullo cuando ayuda a un niño herido o recoge a un perro y lo alimenta, guarda en su interior un desprecio por la felicidad de los demás y una crueldad extrema que podemos calificar de patológicos. El masoquista, el infeliz, la víctima de sus semejantes se convierte en sádico con aquel que se encuentra a su merced, a quien considera más vulnerable que él mismo y sobre el que puede ejercer la violencia que, activa o pasivamente, padece en su vida diaria. Por eso es incapaz de soportar la alegría y la vitalidad de quien tiene cerca, necesita ejercer el poder, el control absoluto, y eso solo es posible cuando el sujeto está inerme por la causa que sea, y si no hay ninguna tiene que provocarla él mismo actuando como el perfecto psicópata que es. ¿Quién se lo iba a decir a la gente del barrio, a esos que no han visto más que su faceta más débil y asustadiza? Los que le rodean le consideran un cobarde y en eso no se equivocan, ya que solo es capaz de mostrar su rabia y de vengarse sin piedad de quien es más débil todavía, aunque se trate de un ser inocente que está expiando culpas ajenas. Esto, creo, queda meridianamente claro: aunque ignoremos quienes, en el pasado, trataron mal a Tobías, este quedó en unas condiciones deplorables y ya es incapaz de acceder a un modo de vida más digno y de adoptar una personalidad más atrayente.

De todo ello deduzco que el relato pretende analizar las relaciones de poder entre las personas, investigar si existe un límite para la crueldad y la empatía, y parece llegar a la conclusión de que estos límites no existen, al menos en lo que respecta a la maldad. Pero, en su afán de ser objetivo, de no intervenir como narrador, dejando al lector únicamente las pistas imprescindibles, Thomas Mann traza un cuadro meramente descriptivo y por tanto demasiado críptico, que nos desorienta, pues no acabamos de averiguar adónde se nos conduce. Aunque -justo es reconocerlo- la excelente prosa, el impecable desarrollo y el perfecto dibujo que hace de personajes, lugares y escenas nos compensan con creces ofreciéndonos una experiencia altamente disfrutable.


TÍTULO ORIGINAL: TOBÍAS MINDERNICKEL - PUBLICACIÓN: 1898 EN LA REVISTA LITERARIA "NEUE DEUTSCHE RUNDSCHAU" - EN ESPAÑOL: VARIAS EDICIONES (TANTO AISLADO COMO EN ANTOLOGÍAS) - TRADUCCIÓN Y  NÚMERO DE PÁGINAS: VARIABLE

Comentarios