En el Quijote está todo
Emblema de lo clásico y lo posmoderno, el Quijote es un universo que lo contiene todo, literatura fragmentaria, metaliteratura, relatos que son muñecas rusas, cinismo, sátira, transgresión, puntos de vista ficticios, ensayo, opiniones del autor, caricatura, poemas...
Los
grandes textos literarios se ven envueltos con el tiempo en una especie de
leyenda negra, un halo maléfico que hace difícil acercarse a ellos sin
prejuicios. Si además han tenido la desgracia de convertirse en lectura
obligatoria en edad escolar –estando como están dirigidos a adultos y, para
colmo, de una época con lenguaje y mentalidad muy alejada de la nuestra– se les
adjudicará para siempre el sambenito de aburridos y/o pedantes. Mucha gente se
deja llevar por estos prejuicios –y, la verdad, eso que se pierden– en lugar de
pensar que algo tendrá el agua cuando la bendicen, o lo que es lo mismo, que si
esa obra en concreto suscita desde siempre la admiración de propios y extraños será
por algo, un algo que merece la pena conocer.
No vengo a
descubrir yo ahora las excelencias de El Ingenioso Caballero pero a ningún
adulto que lo lea con calma se le puede escapar que contiene toda la
complejidad de la vida: ideales, astucia, ambición, locura, amistad,
conflictos, engaños, humor, poesía, conversaciones, amor, odio, enfermedad,
muerte, burla, esfuerzo, sudor, lágrimas, confusión, arrogancia, tipos
populares y aristocráticos, sensatez, solidaridad, victorias y derrotas con la
euforia y desánimo consiguientes, aventura y vida cotidiana, ambiente rural y
urbano, un repaso por todos los caracteres, oficios y estamentos propios de la
época. Podría seguir y no llegaría a agotarlo todo, ni siquiera con el libro en
la mano, anotando durante meses, página por página, todo lo que se me fuese
ocurriendo. La prueba es que se han escrito muchos y muy sesudos estudios sobre
don
Quijote de la Mancha y todavía queda mucha tinta por verter y bastantes
perspectivas que agotar.
Vladimir
Nabokov, al titular La larga sombra de
don Quijote a una de las secciones de su Curso sobre el Quijote, viene a hablar de esa universalidad con
argumentos tan irrefutables como este:
“A lo largo de todas las demás novelas que leamos, en cierto modo, seguirá estando con nosotros”
Afirma el
escritor que el personaje es fácilmente reconocible en la “nobleza extravagante” de un personaje de Dickens, en “el esquema pseudopicaresco y en la extraña empresa
que su protagonista acomete” en Las
almas muertas de Gogol, en el insensato romanticismo de Madame Bovary así como en la tenacidad
de Flaubert al componerla, y en Lyovin, perteneciente al entorno amistoso de Ana Karenina. Sigue diciendo:
“Debemos, pues, imaginarnos a don Quijote y su escudero como dos siluetas pequeñas que van caminando allá a lo lejos, sobre un fondo de dilatado crepúsculo encendido, y cuyas negras sombras, enormes, y una de ellas especialmente flaca, se extienden sobre el campo abierto de los siglos y llegan hasta nosotros.”
Vladimir Nabokov – Curso
sobre el Quijote – Ediciones B, 1997 – pgs. 34-35
(Traducción María Luisa Balseiro)
Si pudiésemos
hacer un repaso exhaustivo de todo lo escrito sobre el Quijote/personaje y el
Quijote/novela, y a pesar de tanto hallazgo interesante, difícilmente
hallaríamos algo más poético que este párrafo.
Hace un
par de años se conmemoró el cuadringentésimo aniversario de la publicación de
la segunda parte que, como sabemos, apareció una década después de la primera. Excepto
algunos actos de relleno en la agenda de ciertas instituciones culturales, no
me parece que haya hecho mucho ruido ni creo que se haya aprovechado para
fomentar la lectura de los clásicos ni para darlo a conocer a los jóvenes de
una forma dinámica, acercándolo a los problemas actuales, insistiendo en su carácter
paródico y el uso de la ironía para que lo dejen de ver como un ladrillo.
A mis dieciséis
años, visitando un pueblo manchego de cuyo nombre me acuerdo muy bien, me
sorprendió la confesión de un hombre mayor, un campesino de la tierra, que
aseguraba haberlo tenido como libro de cabecera a lo largo de toda su vida. Por entonces, el
Quijote no era para mí más que un tostón de los muchos que tenía que
estudiarme, y eso que me encantaba leer. Él, sin embargo, no se tuvo que aturdir con los currículos, quedo encandilado muy pronto por las dos
alargadas sombras de que hablaba Nabokov y las había fusionado con el resto de
sus vivencias.
De una
forma u otra, cuatrocientos dos años no han bastado para sepultar al Quijote, esperemos que, en lo sucesivo, no
acabe cayendo en el olvido cubierto por toneladas de merchandising.
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