La república mejor, de Pablo López Gómez
A
mediados de los años ochenta, un muchacho, como otros miles, es llamado al
servicio militar obligatorio. Lo que le ocurre es, fundamentalmente, lo que
narra esta novela. En la vida real de entonces, el debate sobre la conveniencia
de tener los cuarteles repletos de gente sin ninguna inclinación por el
ejército, el continuo descontento de los reclutas al ver obstaculizado su
futuro laboral en un momento clave de la vida, así como las crecientes
objeciones de conciencia e, incluso, deserciones en masa, -a pesar de estar
obligados a prestar lo que se denominó Servicio
social sustitutorio en el primer caso y a ingresar en la cárcel en el
segundo-, motivó la promulgación, años después, de una ley que obligaría a la profesionalización
de los neófitos.
Pablo
López construye una ficción tan bien ensamblada, tan rica en detalles, con tal
conocimiento de la vida cuartelaria y sus entresijos (oficiales o no), que
constituye un documento inestimable para conocer ese mundo y, en particular, lo
que les ocurría a los chicos que accedían a él, sobre todo a aquellos que
habían vivido siempre a sus espaldas. La crueldad, arrogancia y conductas
arbitrarias, por un lado, la angustia y
la impotencia, por otro, impulsan la primera mitad de la trama; en la
segunda, lealtad, valentía e idealismo añaden una nota positiva al conjunto. Personalmente,
he disfrutado acumulando datos que no conocía y
me parece muy meritoria la minuciosidad del relato, pero reconozco que –considerando
solo el género novela- la obra, aligerada de tanto detalle, ganaría
literariamente y que eso supondría una mayor confianza en la participación de
los destinatarios. Pero hay que tener en cuenta que no estamos ante un género
puro, que se ha tenido el acierto de recurrir a procedimientos periodísticos,
muy adecuados a los fines, pues, aunque se trate de una novela y abunde en
elementos novelescos, contiene elementos propios del reportaje, un género que
el autor maneja con gran habilidad.
Si
tuviese que clasificar esta obra, la situaría en un género híbrido, a medio
camino entre ambos. Combinar reportaje de investigación y punto de vista
omnisciente es el método óptimo de suministrar gran cantidad de información. Por
otra parte, atreverse a combinar géneros en una primera novela supone un riesgo
y demuestra una gran audacia. Pero no solo dibuja admirablemente la vida en los
cuarteles y el ambiente militar en general, la novela es también el retrato de
una época. Con esos elementos, se podía haber construido un trepidante
thriller, pero el autor ha ignorado lucrativos cantos de sirena evitando decantarse
por un producto comercial que restaría seriedad y hondura a los asuntos que
plantea e impediría mostrar con detalle motivos, causas, costumbres y
conductas, restando fuerza crítica a la obra, uno de sus puntos fuertes. De
este modo, los hechos se muestran tal como pudieron suceder, sin ningún
paliativo ni adorno. Su estilo es cuidado, está escrita con vigor y, sobre
todo, con honestidad literaria, algo muy
de agradecer en estos tiempos.
Desde
el principio se intuye que existe gran cantidad de información oculta bajo las
apariencias. El autor se encarga de insinuarnos que lo que muestra no es la
realidad, o no toda, pues lo que de verdad ha ocurrido es otra cosa y la naturaleza de eso
otro es lo que se dispone a contarnos. Su maniobra es tan sutil que ni
siquiera nos percatamos del modo en que lo hace. No hay que olvidar la enorme
dosis de intriga que contiene: las últimas cien páginas me las tuve que leer de
un tirón, casi sin respirar, y el volumen no llega a cuatrocientas. En cuanto al
golpe de efecto final, me ha parecido de lo más pertinente.
Otro
gran acierto son los personajes, que podría calificar de redondos. Como es
lógico, se encuentran más o menos perfilados según nivel de importancia, pero
incluso los secundarios y los que están esbozados con un par de rasgos nada más
son claramente identificables. Tan convincente resulta esta construcción de
personalidades que, se diría, han sido calcadas una a una de modelos de carne y
hueso, un procedimiento que no restaría un ápice de valor a la copia. Y, sin
embargo, son retratos que rozan el maniqueísmo, algo connatural a toda
narrativa que suscite apasionantes dilemas éticos.
La
obra recuerda a La ciudad y los perros
de Mario Vargas Llosa por el argumento centrado en la vida militar con la
muerte como telón de fondo, así como a A
sangre fría de Truman Capote por la mezcla de ficción y periodismo.
Quiero
aportar también mi visión más subjetiva. He disfrutado con esta novela lo que
no está escrito, escenas emotivas las hay a centenares, pero esa en especial, la que ha conseguido
ponerme el nudo en la garganta, no pinta, curiosamente, el dramático acoso que
sufre Gabriel Castaño, ni las constantes vejaciones a que es sometido, el
momento que, personalmente, más me ha conmovido es aquel en que el abogado de
la familia localiza a Ramón, el Toronaga,
testigo de los hechos y amigo leal del protagonista. (Pgs. 266, 268).
En
el otro extremo, el segmento más flojo es, en mi opinión, el que describe la
vida personal del abogado. No aporta nada al relato, distrae de la línea
principal y acaba resultando algo tópico.
Nos
encontramos ante una primera novela en la que el autor pone a prueba unas
herramientas literarias perfectamente adecuadas al argumento; espero leer muy
pronto la segunda y no dudo que seguirá experimentando.
PRIMERA
EDICIÓN: 2009 – PÁGINAS: 382 - EDICIÓN DEL AUTOR
Muchas gracias, Molina. Lo de Capote y Vargas Llosa, ya... ¡qué más quisiera!
ResponderEliminarMuchos empezaron fijándose en modelos y acabaron siendo modelos de otros.
ResponderEliminar¡Ánimo! y a escribir.