El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon
La
propaganda editorial –que aparece en la contraportada de esta novela y se
repite en todas las reseñas publicitarias que he encontrado en la red– afirma
que no se parece a ninguna otra y, en
cierto modo, tiene razón, pero esto no quiere decir mucho. Afortunadamente, las
obras de ficción aún no se han vuelto totalmente clónicas, aunque tienden a
ello, y hasta esta última etapa de pánico en la que los editores van a lo
seguro repitiendo una y otra vez las mismas fórmulas, lo que se pedía a una
obra literaria era, ante todo, originalidad. Y creo que la clave está ahí, en
la expresión obra literaria. Porque
todas esas otras que se imitan entre sí, las sagas, secuelas y precuelas, de ningún modo se pueden
considerar literatura. ¿Es literatura El
curioso incidente del perro a medianoche? Sinceramente, pienso que lo es.
Puede
que aún sea pronto para adivinar la talla que alcanzará su autor. Mark Haddon,
con un puñado de relatos infantiles y dos novelas en su haber, quizá no pase
aún de la categoría de promesa, pero, si atendemos a la calidad y no a las
ventas potenciales, no hay tantos autores jóvenes de quienes se pueda decir lo
mismo. Por otra parte, creo que se ha hecho excesivo hincapié en su condición
de maestro de educación especial. Naturalmente, todo creador ha de recurrir a
los materiales que le brinda la experiencia, pero solo cuando consigue
elevarlos a otro nivel, transmitir algo más que una sucesión de hechos vividos,
es cuando se puede hablar de arte.
Aparentemente,
se trata de una obra muy sencilla, casi infantil, pero –aunque su protagonista
es un adolescente– no me parece la típica obra ligera dirigida a gente muy
joven que apenas ha leído. Su peculiar lenguaje –del que hablaré enseguida–,
junto a esos dibujos naifs que encontramos desde el principio, pueden confundir
a mucha gente pero, como el asunto de los gustos personales me produce
curiosidad, he indagado un poco por ahí y mi impresión es que ha decepcionado
bastante a esos devoradores habituales de superventas que se lanzaron sobre él
en un principio.
Me
gustaría no tener que contar que el protagonista (y narrador en primera
persona) sufre el síndrome de Asperger, pero supongo que todo lo que dijese a
partir de este momento resultaría muy confuso para quien no conozca la trama.
Esa peculiaridad convierte a Christopher en un genio de las matemáticas,
incapaz de recibir la parte más literal de los mensajes pues le está vedada
hasta la deducción más elemental. De ahí que su mentalidad sea la de un niño y
no pueda desenvolverse con la soltura que lo haría alguien de su edad. Ese es
el motivo de que el lector saque de hechos y palabras conclusiones que parecen
obvias y que el protagonista ni siquiera percibe, y se refleja en un lenguaje sencillo
y repetitivo que utiliza únicamente conectores simples y evita las
subordinaciones, así como en la frecuente utilización de gráficos, reducidos a
manchas o figuras geométricas, incluso los que representan a personas. Sin
embargo, su mente es racional cien por cien, su pensamiento brillante, a través
de sus ideas el novelista parece defender la lógica a expensas de las
creencias. No puedo juzgar si el retrato es fiel psicológicamente a un
personaje de estas características, pero sí me parece meritorio hacerle hablar
durante casi trescientas páginas de forma coherente y acorde a su peculiar
pensamiento.
¿Les
recuerda esto a algo? Sí, lo que Haddon refleja es una personalidad muy
parecida a la del personaje de Rain Man –la
famosa película de los años ochenta– a quien daba vida Dustin Hoffman. Ambos
son igualmente vulnerables y tiernos, pero no hay que quedarse ahí, lo que yo
he encontrado aquí no es almíbar, precisamente. Excepto el desenlace, que me ha
parecido algo forzado, todos los elementos están manejados con soltura y la
narración se resuelve de forma convincente, incluso presenta ligeros toques de
suspense.
Cualquier
excusa es buena para reflexionar sobre la comunicación y las relaciones
humanas, para ello es indispensable un diseño de personalidades tan minucioso
como el que ha realizado el autor. Sin llegar a los extremos que presenta la
novela, vivencias y mentalidades nos condicionan de tal manera que, en gran
cantidad de ocasiones, las palabras se malinterpretan o se quedan cortas. Hay
mentes casi tan esquemáticas como la de Christopher, su lenguaje estaría a años
luz de las más soñadoras e imaginativas, que se hallarían en el extremo
opuesto. Las malinterpretaciones y silencios que se reflejan aquí no son, por
tanto, tan diferentes de los que se producen en cualquier convivencia. Y ese
paralelismo es –junto al mencionado hábil manejo del lenguaje– lo que me parece
el gran hallazgo de esta obra.
PRIMERA EDICIÓN: 2003 – EN ESPAÑA: SALAMANDRA (COLECCIÓN NARRATIVA) Y CIRCULO DE LECTORES – VARIAS EDICIONES –
TRADUCCIÓN: PATRICIA ANTÓN DE VEZ – PÁGINAS: 272 (aprox.)
Hola Ana. Gracias por entender tan bien el enfoque que he querido dar a la reseña. Nos leemos.
ResponderEliminarUn beso