El hombre que se enamoró de la luna, de Tom Spanbauer
“Aquellos que tienen algo que necesitan esconder siempre odian a aquellos que no lo esconden”“Las cosas son según el modo en que uno las piensa”“… la vida es un sueño. (…) Lo único que evita que el viento se nos lleve son nuestras historias. Ellas nos dan un nombre y nos colocan en un lugar, nos permiten seguir tocando.”
Aviso. Ni
se os ocurra devorar esta novela: mantenedla cerca y sus personajes os
acompañarán durante días y días. Llegareis a cogerles cariño, rumiareis las
cuestiones que plantean, sentiréis lo mismo que ellos, llegareis a habitar su
mítico espacio y os servirán de inspiración. En cuanto os acostumbréis a su
compañía será difícil vivir sin ellos.
En la
mezcolanza de ingenuidad y dramatismo, de llanto y éxtasis, que es El hombre que se enamoró de la luna acabamos
aceptando esa otra realidad –donde todo
parece recién estrenado– manifestada con expresiones tan primarias que acaban
resultando poéticas, en la que la fantasía llega a rozar lo mágico y los lazos
emotivos se muestran como la única tabla de salvación posible. Contemplando su
inclemente paisaje, podemos comprender y aceptar otros límites del respeto, acostumbrarnos
incluso a acatar sus reglas con la naturalidad de quien, como el protagonista,
no ha conocido otra vida. También en ese mundo se producen los celos, también existen
límites y reglas, pero se encuentran mucho más alejadas que en el nuestro.
Es obvio
que no se la puede calificar de realista, y aún así resulta totalmente verosímil,
aunque sea en clave de fábula y tengamos que atenernos a sus pautas. El maniqueísmo
de las personalidades –por otra parte, perfectamente delineadas– encaja
perfectamente en este tipo de relato. Sin olvidar que Spanbauer maneja a la
perfección intriga y tensión narrativa, las preguntas y medias verdades se van
multiplicando según avanza la trama, pero logra cerrarla sin dejar un solo cabo
suelto. Algunos episodios consiguen erizar la piel, como el del rescate de Ida
y Alma en pleno precipicio nevado.
A quien
objete que la forma de narrar es parcial, sentimentaloide, innecesariamente
maniquea, pueril o moralizante le recuerdo que el que nos habla es Cobertizo, y
todo lo que pasa por su tamiz particular adquiere una nueva dimensión. Por
cierto, ¿estáis seguros de saber deletrear bien la palabra I…N…T…O…L…E…R…A…N…C…I…A?
Escandalosa,
vitalista, iconoclasta, la novela pretende (y consigue) romper moldes, tanto
narrativos y expresivos como éticos. Comenzamos presenciando un mundo desolado
para terminar asistiendo a una sanguinaria y brutal lucha que tiene lugar entre
dos bandos desiguales: el intolerante y el insolente. Imposible no tomar
partido, pero para eso hay que leerla hasta el final.
THE MAN WHO FELL IN LOVE WITH THE MOON – PUBLICACIÓN: 1991 (EN ESPAÑA: 1994) – VARIAS EDICIONES - TRADUCCIÓN: CLAUDIO LÓPEZ DE LAMADRID
- PÁGINAS: 456
Cuando lo primario alcanza lo poético es que lo que contiene merece la pena. Le seguía de cerca la pista a este libro, ahora tendré que hacer algo más que seguirle la pista, y decantarme (o no) por el bando de los intolerantes o el de los insolentes (conociéndome, creo que estaré en el de los insolentes...)
ResponderEliminarUn abrazo
Vale. Te prevengo de dos cosas: al utilizar un lenguaje muy específico la traducción, probablemente, no hace justicia al texto original y hasta chirría un poco, Se lee con fluidez y sin problemas de comprensión, pero supongo que el traductor ha tenido que hacer malabarismos y aún así hay lenguajes muy anclados al idioma y repletos de juegos de palabras que no pueden trasladarse conservando el encanto y la naturalidad del texto del que proceden.
EliminarLa segunda, entre los insolentes y los intolerantes (división reservada a los personajes) existe un término medio en el que, probablemente, nos sitúemos la mayoría: así que prepárate para olvidar convenciones basadas en una sociedad civilizada, pásate una esponja por las neuronas y disfruta porque vale la pena. (Por si te he asustado aclaro que no hay violencia explícita ni escenas subidas de tono.)
Un abrazo y ya me contarás