La juguetería errante. Un misterio para Gervase Fen, de Edmund Crispin

 



Se suele destacar esta novela entre la decena, aproximadamente, que integra el conjunto protagonizado por cierto profesor de Oxford -que se inspira según parece en una persona real- aficionado a investigar misterios aparentemente irresolubles. Su autor, cuyo auténtico nombre fue Robert Bruce Montgomery (1878-1962), escribía, tanto las piezas largas como los relatos, bajo pseudónimo, tomado este de un personaje de Hamlet. Aunque se hizo muy popular con su literatura, también tuvo tiempo de labrarse una exitosa carrera como compositor musical, especialmente de temas para películas.
Su estilo pertenece al conocido como misterio clásico, muy lejos del género policiaco americano que inspiró tanto al mundo del cine y, por supuesto, del thriller actual. Supongo que sus fuentes fueron Conan Doyle y Agatha Christie, al menos a mí me han recordado mucho algunas obras, especialmente de la segunda. En particular, el recurso al cuarto cerrado tan del gusto de la dama del crimen. Consiste en situar a la víctima, aún viva, en un entorno al que es imposible haber accedido desde fuera y describir las circunstancias de su muerte de tal forma que no pueda tratarse de un suicidio. Pero el ingenio humano es inagotable, por eso, tanto las obras de Christie como otras posteriores influidas por ellas, utilizan esta técnica para elevar al máximo la intriga del lector. Recuerdo, en particular, una serie estadounidense de hace dos décadas titulada Monk, en referencia al carácter reservado del personaje principal, que se muestra como un lince en lo referente a detectar hasta el mínimo detalle de la escena criminal y cuya capacidad de deducción supera los límites habituales, mientras en su vida personal y social aparece como un desastre auténtico.
Decía más arriba que la colección de novelas gira en torno al profesor Gervase Fen, excéntrico personaje con un punto de misterio y la consabida habilidad para resolver casos irresolubles, pero quizá debamos ceder el centro de todas estas tramas a la ciudad de Oxford, siempre presente y cuya fisonomía condiciona por completo las vicisitudes que allí se cuentan.
Otra característica que tienen en común todas ellas es el gusto por las citas eruditas de todo tipo, principalmente musicales y literarias, con cualquier pretexto y ocasión. No es que sea muy verosímil que un investigador o sus acompañantes recuerden el verso de un poema clásico en un momento culminante de la acción, pero al autor el realismo le interesa poco, está más centrado en la sátira, la crítica social y el humor, algo cínico y desde luego genuinamente británico. Ni que decir tiene que todo ello sitúa a La juguetería errante y similares dentro del campo de la parodia. Y para acabar de rizar el rizo del artificio más explícito, Crispin -al menos en esta obra- gusta de apelar al lector de vez en cuando, o aludir a la próxima publicación de la aventura que se está desarrollando en ese momento.
Si quieren una muestra del tipo de humor que se gasta el novelista, empecemos por el principio: un poeta en fase de sequía, y vinculado a Oxford desde sus tiempos de estudiante, decide pasar allí unos días esperando vivir alguna aventura que le haga escapar de la rutina. Y lo consigue, ¡vaya que sí! además sin hacer ningún esfuerzo. Aún no le ha dado tiempo a alojarse cuando topa con una juguetería cuya puerta no está bien cerrada, dentro le espera el cadáver de una mujer y un buen golpe en la cabeza. Acude a la policía, pero lo que encuentran los agentes no se parece en nada a la descripción que ha hecho el buen Cadogan, sino una vulgar tienda de ultramarinos y ni rastro de ningún asesinato. Naturalmente, y como es imposible vivir con ese reconcome, nuestro personaje acude al famoso profesor, antiguo conocido suyo, que ya tiene algún misterio más en su haber. A partir de aquí tiene lugar una sucesión de pesquisas, a cual más disparatada, en las que se ven involucrados diversos tipos humanos, unos más siniestros que otros pero todos igualmente peculiares.
No puedo decirles si la trama resulta del todo consistente o contiene importantes lagunas. A mí, lo confieso, me ha dado vueltas la cabeza con tanta ida y venida, cuartos que se cierran y se abren para que los sospechosos entren y salgan a voluntad en el momento del crimen, al modo de los trileros, un coche ruinoso que está a punto de chocar con todo lo que se ponga por delante, gente que escapa en cuanto se ve descubierta, pobres diablos que tienen bastante que ocultar etc. etc.
Descacharrante, sí, aunque en mi opinión no es tan divertida como quiere aparentar y le sobran al menos la mitad de las páginas. Probablemente en su época fuese una auténtica bomba, dado el éxito que obtuvo, pero hoy día hemos leído muchos argumentos similares, estamos familiarizadísimos con todos los recursos que emplea Crispin y ya nos sorprenden muy pocas cosas de este tipo por no decir ninguna. Quizá por eso, el thriller actual se haya vuelto tan retorcido, desagradable y morboso. Así que, puestos a elegir, me quedo con los detectives clásicos, los del sombrero y la pipa, para que me entiendan.

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