Ácido sulfúrico, de Amélie Nothomb
Esta autora, con su peculiar forma de proceder,
ha conseguido hacerse un nombre conocido y reconocido en el panorama literario actual. Algún crítico asegura que, a diferencia del resto de escritores
cuyos antecedentes se pueden rastrear, no se parece más que a sí misma. Pero a
mí me recuerda un poco a Milan Kundera, salvando las distancias, en la
concisión de ambos, en su enfoque directo al meollo de la historia, sin andarse
por las ramas literarias, en la mezcla de narración, opinión particular y sobria
crónica periodística. Ambos cultivan un híbrido de novela, ensayo y periodismo.
Esto que sería un excelente punto de partida si su nivel de exigencia literaria
fuese mínimamente aceptable, se convierte en mera anécdota pues el factor
ensayístico no pasa de simple constatación de opiniones sin ningún engranaje
especulativo, y el ficcional resulta francamente flojo.
En Ácido
sulfúrico, Nothomb parece haber querido dar el campanazo construyendo un
relato que compara la insidiosa tele-realidad con los campos de concentración
nazis. Pero unos hechos tan incrustados en la piel de cualquier persona
sensible merecen más respeto, no se pueden abordar de una forma tan superficial
y grosera sin levantar ampollas en mucha gente. Las comparaciones son odiosas y
esta, por mucho que nos desagraden esos subproductos televisivos es
completamente arbitraria. Sin embargo, al llevar la situación a sus últimas
consecuencias la caricaturiza provocando la reflexión en el lector. Lo que
critica es, ante todo, la falta de empatía, la insensibilidad cada vez mayor de
la gente, la tendencia -bastante extendida- a considerar cualquier cosa un
espectáculo cuando no son ellos quienes lo sufren. No se puede negar la
intención satírica, que se frustra por el desequilibrio establecido al prescindir
de los dos extremos de la secuencia (organizadores y público) y desarrollar solo
los elementos centrales (kapos y víctimas). Hay otros aspectos que chirrían,
por ejemplo, el planteamiento es de concurso televisivo pero los individuos no
participan de forma voluntaria, son captados en las calles de París como antaño
se apresara a los judíos; acabarán por matarlos a todos; no hay en juego ningún
premio. Y, ante tamaña sarta de insensateces, no se da una justificación que
convenza.
La novela, aunque esto ya es marca de la casa, adolece
de brevedad y apresuramiento. Los personajes son planos, no hay localizaciones
-ni siquiera inventadas- ni una línea argumental coherente. Pero, al tratar dos
asuntos tan polémicos y relacionarlos, aunque sea por los pelos, Nothomb
consigue, con un esfuerzo mínimo, atraer la atención del gran público, ávido de
lecturas ligeras que exciten su morbo al máximo. Quizá no se pueda considerar
literatura pero no se puede negar que es rentable.
Al inicio de la novela, el análisis de los
pensamientos y actitudes de Zdena -la candidata sin escrúpulos, preocupada sólo
por reafirmarse y triunfar- da en el clavo porque retratan una forma de pensar
bastante generalizada en estos tiempos: “nadie me va a pedir cuentas por esto,
no hace falta que juzgue lo que sucede, eso compete a otros, ellos me mandan,
yo me limito a cumplir con mi parte”. Elusión de responsabilidad que, a mi
entender, deshumaniza. Los únicos valores cotizados son triunfo, dinero, poder,
fama y similares, mientras se desprecian los sentimientos, la dignidad de las
personas y el dolor. Con esta escala social de valores ¿quién tiene todas las
papeletas para triunfar? Posiblemente, el mediocre, que se congratula de la
facilidad de su éxito, el despiadado, el obtuso, el incapaz. Y su falta de
criterio es un pretexto oportunísimo para su particular forma de ser. La trama,
pues, se construye a base de planteamientos éticos, la acción progresa mediante
los diálogos y una narración más que somera. No hay descripción de lugares ni,
apenas, de situaciones. Es la sobriedad y concisión narrativas llevadas a su
máxima expresión. Poco convencional, como todo lo que escribe la autora, utiliza
un recurso fácil, aunque lo que pierde en técnica lo gana en valentía. Es muy
duro lo que dice y lo que insinúa todavía más. Todo lo que vamos leyendo nos
remite a valores como dignidad, orgullo, coraje, admiración, emulación,
imitación de modelos, aprendizaje de recursos para sobrevivir, solidaridad,
amistad, inteligencia. Y al otro lado -recurriendo a un maniqueísmo de probada
eficacia comercial- todos sus opuestos. Algo más tarde aparece el elemento
heroico añadiendo a un esquema tan radical un toque aún más melodramático.
Hay más elementos interesantes. La mención del
novelista francés Romain Gary y la adopción de
Pannonique como símbolo plantea la función social de la literatura, o de la
ficción, o del arte en general.
Y, aunque de forma muy sui generis, aborda también
la cuestión religiosa. Creo entender que, cuando el drama arrecia, el arte y
similares no sirven, hace falta otra cosa: una explicación de porqué sucede
esto y a la vez algo, situado
por encima del hombre, a lo que se pueda echar la culpa.
¿En un medio abyecto el que se mantiene íntegro
es despreciado por los demás o al menos por los más degenerados, o abúlicos o
incompetentes o cobardes, o bien simplemente obtusos? Estaba
segura de que Pannonique sería increpada si no aceptaba venderse igual que se
le increpó cuando creían que se había vendido. Haga lo que haga es igual. En
medio de la ciénaga el intachable siempre estará en tela de juicio.
Ya cerca del final quedan en el aire las
preguntas. ¿Se salvará la heroína? ¿Será ayudada finalmente por la kapo? La inclusión
de la intriga no está mal, por fin, y para variar, un factor genuinamente
novelesco.
Notomb se sirve del símbolo pues necesita usar
técnicas no realistas para ser fiel a una realidad crudísima. Una idea como
esta, acompañada de toneladas de trabajo y talento hubiese dado lugar a una
obra magnífica, pero ella se ha contentado con mostrar un cuadro
espeluznante que simplemente indigna, sin apenas profundizar en personalidades,
analizar causas o trabajar la belleza estilística del texto. Su mérito es que
anima al debate, pero no hace falta escribir una novela para desatar la
polémica: servirían también un artículo periodístico o una simple charla de
café. Dada su ambigüedad, y puesto que no puede presumir de original, ni de
agudeza psicológica ni de capacidad descriptiva ni de sabiduría narrativa, su
valor principal radica en el simbolismo. El lector asiste, aunque a ráfagas, a
un conflicto ético, un duelo de personalidades y un dilema moral, con toda una
sociedad como testigo: la abrumadora mayoría de televidentes.
PRIMERA
EDICIÓN: 2005 - EN ESPAÑA: EDITORIAL ANAGRAMA 2007, COLECCIÓN PANORAMA DE
NARRATIVAS - PÁGINAS: 168 - TRADUCCIÓN DE SERGI PÀMIES
Comentarios
Publicar un comentario
Explícate: