Lucro Sucio, de Joseph Heath


A todo el que tropiece con un ejemplar de esta obra le recomiendo que no se deje engañar por su subtítulo. Lucro sucio no es ningún tratado de “Economía para los que odian el capitalismo”, tal como se lee en la portada. Lo que ofrece es un cabal repaso de los principios que rigen la economía actual –con algún desfase ya que, dada la fecha de publicación, no recoge los hechos más recientes- realizado por alguien que cree firmemente en las leyes del mercado aunque, debido a su formación filosófica, se esfuerza en contemplar todos los puntos de vista. De ahí que aparezca dividido en dos grandes apartados de similar longitud: Falacias de derechas y Falacias de izquierdas. Pero en un asunto así no es posible hallar el término medio, aunque sí corregir excesos teóricos, y eso es lo que Heath hace (o lo intenta) con resultados y sinceridad discutibles. Y digo esto porque sus tesis de la primera parte son derribadas, más o menos contundentemente, en la segunda. Por ejemplo, el asunto de la intervención gubernamental para corregir desigualdades producidas por un supuesto orden natural darviniano mercantilista, que defiende primero para derribar más tarde con argumentos propios del liberalismo económico.
En la primera parte, establece un axioma básico de la convivencia social: que los intereses individuales no coinciden necesariamente con los del grupo. Señalado esto, lo siguiente es apelar a la conciencia personal del individuo y constatar que esta casi nunca es fiable. La conclusión es:
 La mano invisible del mercado no puede resolver todo, también es necesaria algún tipo de guía consciente para que la mano invisible se empiece a mover.”
 Y concluye que es el estado quien debe llevarlo a cabo y ha de hacerlo por medio de los impuestos. Un concepto que molesta a los empresarios, excepto cuando el seguro social está destinado a recuperar compañías en bancarrota. En ese caso, no protestan ya que solo se oponen al seguro social que protege a los otros ya que un sistema capitalista no podría subsistir sin leyes que protejan a las empresas de la bancarrota y las eximan de responsabilidad en situaciones límite. De la mentalidad inversora, destaca que la moralidad no se considera un valor realista y pone en tela de juicio que el fin, es decir, la obtención de beneficios, justifique cualquier medio. También advierte contra las predicciones de los autodenominados expertos, ya que se basan en simplificaciones excesivas cuando el modelo actual de mercado es sumamente complejo y, por tanto, resulta imposible tener todos los factores en cuenta. Mucho menos predecir el comportamiento de los agentes económicos (productores, consumidores, inversores etc.)
Toda esta sensatez contrasta con falacias como la de que los pobres (tal cual) no se pueden quejar por la calidad de los servicios públicos obtenidos con el dinero de todos. Es cierto, probablemente no se quejen por ello sino, precisamente, por el hecho de serlo, o lo que es lo mismo, por no contar con ingresos que les permitan, acceder a mejores servicios cuando algunos trabajan como el que más y otros luchan por encontrar un lugar en el mercado de trabajo que este no tiene a bien concederles. Lo que demuestra que es imposible llegar a una conclusión objetiva y justa partiendo de premisas falsas.
Y sin embargo, como lo suyo es dar una de cal y otra de arena, ataca (o lo parece) la insuficiencia crónica de los salarios en los países en vías de desarrollo y defiende la regulación de los mercados laborales, el amparo al consumidor y la protección del medio ambiente; advierte contra la falaz exageración del riesgo moral (pasividad de los protegidos potenciales a la que se responsabiliza de su situación de precariedad) y, no obstante, considera al que afectó hace unos años a los agentes financieros internacionales responsable de la bancarrota económica en páginas que resumen muy certeramente el proceso que dio lugar a las actuales circunstancias (pgs. 154-158).
A continuación entramos en la segunda parte, la que defiende los argumentos de la derecha. Aquí se ensaña con el sector público alegando la dificultad de controlarlo y justifica la insuficiencia de los salarios con la ley de la oferta y la demanda (según la cual, el hecho de que todo el mundo estuviese bien pagado originaría la debacle) dejando claro de parte de quién está realmente. Poco después, protesta contra esa manía que tiene la gente de izquierdas de defender el derecho a trabajar, cuando “el trabajo es un mal, razón por la cual la gente intenta evitarlo” (pg. 229) descubriendo la enorme demagogia que atraviesa la obra en su conjunto.
Por otra parte, me gustaría saber a qué se refiere cuando afirma que “la gente de izquierda defiende la igualación por lo bajo”. Evidentemente, es imposible que todo el mundo acumule el capital de Bill Gates, pero no veo descabellado elevar  los salarios mínimos aunque esto reduzca sus beneficios.
A veces, hasta desvaría. Para defender la vitalidad de la economía de mercado –a pesar de los augurios de caída inminente- lo compara con ¡¡¡el mercado de la droga!!! Ambos gozan de una salud de hierro, afirma, porque sus principios son exactamente los mismos. No digo que esto no sea cierto, lo que pienso es que, una vez reconocido, ¿qué crédito merece un sistema que se rige por el mismo modelo que uno de los más perniciosos que existen? Y es fácil ver el paralelismo –ambos se rigen por la ley del todo vale; con tal de amasar la mayor cantidad posible no importan vidas, relaciones ni la salud mental de nadie- lo extraño es que lo reconozca alguien como Heath.
Otras, establece diferencias entre medidas similares según vayan a afectarle o no  personalmente. Así, las pensiones, la sanidad y el seguro de desempleo son considerados formas de redistribución eficaces ya que, tal como ocurre con los seguros privados, generan valor añadido. Si este, según reconoce, consiste en el beneficio que produce a los implicados ¿por qué le molesta tanto la ayuda a las madres solteras? ¿Con qué criterio considera viable prohibir el trabajo infantil de los países en vías de desarrollo y no la explotación adulta o la contaminación indiscriminada? A esta altura del ensayo, Heath no debería permitirse tanta arbitrariedad. Menos aún, cuando al final nos enteramos de que su trabajo está subvencionado por un organismo oficial. Mucha ley de la oferta y la demanda pero él. aún teniendo un trabajo seguro, ni siquiera se arriesga  a no vender el libro.

PRIMERA EDICIÓN: 2009 – EN ESPAÑA: TAURUS 2009,  COLECCIÓN PENSAMIENTO – TRADUCCIÓN: ESTRELLA TRINCADO

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