La fábrica de la infelicidad. Nuevas formas de trabajo y movimiento global, de Franco Berardi (Bifo)

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Las sociedades cambian, y no necesariamente para bien (eso de la evolución que nos han contado es un camelo total). A veces, las diferencias con lo que ocurría hace tan solo unos años nos pasan desapercibidas, los muy jóvenes pueden pensar que lo que ven es lo natural y, por tanto, ha sido así desde tiempos inmemoriales. Pero los sutiles cambios que se producen día a día acaban dando lugar a una fisonomía social casi irreconocible por los que nos precedieron. Las fábricas, por ejemplo, ya no son el paradigma de la industria, y eso –en lo que quizá muchos aún no habíamos reparado– ha producido, en todos los aspectos, un cataclismo de dimensiones cósmicas.
Bofardi da en el clavo en sus conclusiones y las expone con rigor un tanto abstracto. Lo encuentro, eso sí, desorganizado y demasiado reiterativo, defectos muy comunes, sobre todo este último, en esta clase de ensayos, y que se subsanaría fácilmente si el ensayista ampliase el foco de su análisis o bien adelgazase los textos. Cualquier cosa antes que aburrir a las ovejas repitiendo el mismo concepto –no sé si con las mismas o diferentes palabras porque no me he molestado en comprobarlo– una y otra vez.
La primera constatación es que el mismo sistema ha llegado al callejón sin salida que era de esperar, demostrando con ello que “el mercado no se corrige a sí mismo, y de que la mano invisible de smithiana memoria no es capaz de regular los procesos sociales y financieros hasta producir una perfecta autorregulación del ciclo económico.” Pero esto no parece arredrar a sus defensores, todo lo contrario. Si hace unas décadas los obreros se sentían explotados y respondían organizándose para reivindicar sus derechos, la economía del siglo XXI y su consiguiente globalización ha desterritorializado la industria ubicándola en las áreas de mayor subdesarrollo y ha producido una nueva clase social que se cree privilegiada debido a su gran cualificación, a que su actividad es de índole intelectual realizándose ante una pantalla y, por encima de todo, a que pueden escoger su propio horario. Pero ser tu propio supervisor no impide la sobreexplotación causada por jornadas abusivas, exiguos salarios, aislamiento e, incluso, precariedad. “En el centro se halla una promesa de felicidad individual, de éxito asegurado (…) Esta promesa es falsa, falsa como todo discurso publicitario.
Como todas las ilusiones esta también se ha convertido en humo. Eso sucedió en el 11-S, cuando quienes ponen en práctica los esquemas previos de la new economy dejaron de sentirse invulnerables al descubrir que su clase “también tiene un cuerpo social, que puede ser despedido, ser sometido al sufrimiento, a la marginación, a la miseria…” A partir de ahí, la sensación de privilegio se diluye y aparece un nuevo término, cognitariado, cuyo sufijo se inspira en los sufridos ejecutores de la revolución industrial llevada a cabo en los siglos previos.
En el momento que fue escrito se atisbaba, por tanto, una nueva conciencia de clase, existía una esperanza. Todo esto ha sido destruido por una crisis –más o menos forzada– que no ha servido más que para reforzar a los más fuertes. En palabras de Bifo (que parecen premonitorias): “En la lucha por la supervivencia no ha vencido el más eficaz ni el mejor, sino el que ha sacado los cañones.”
Esto en lo que se refiere a la artesanía intelectual. En cuanto al público en general, lo que se produce es una sobre-estimulación informativa que, además de agotarle, le impide abarcar toda la catarata de impactos que ha de soportar diariamente. “La consecuencia está a la vista: decisiones económicas y políticas que no responden a una racionalidad estratégica a largo plazo sino tan solo al interés inmediato.”
La búsqueda de la felicidad a toda costa constituye el discurso imperante desde hace varias décadas y ha sido caldo de cultivo de totalitarismos de toda laya y la principal fuente de infelicidad a través de sus principales consecuencias: competencia, fracaso, culpa. De ahí un exceso de infelicidad que, al dar lugar a la proliferación de desajustes mentales, conlleva un gran incremento en el consumo de psicofármacos. Y no solo eso: “… la infelicidad funciona como un estimulante del consumo: comprar es una suspensión de la angustia, un antídoto de la soledad, pero solo hasta cierto punto. Más allá, el sufrimiento se vuelve un factor de desmotivación de la compra.”  Por eso, “se buscan técnicas que moderen la infelicidad y la hagan soportable…” Toda una estrategia a alto nivel que deja a la sensación de sentirse manipulado bastante por debajo de lo que en realidad está ocurriendo.
El autor hablaba de unos fenómenos que, con los años se han ido incrementando y radicalizando exponencialmente, esto ha desencadenado una precariedad que se conoce con el nombre de crisis y que quizá podría denominarse algo así como estafa auto-inducida debido a que ha sumido en la pobreza a una gran mayoría con el fin de enriquecer a unos cuantos. Pero esto es opinión mía. Lo que sí hace el ensayo es profetizar. Muy atinadamente, creo:
“Sin embargo, los fenómenos de crisis sistémica en México, el sureste de Asia, Rusia y Brasil han tenido efectos devastadores y han dejado a millones de personas en la pobreza. La economía mundial, que aún no se ha recobrado de tales golpes, tarde o temprano se sumergirá en la próxima recesión, que probablemente sea más destructiva que cualquiera de las recientes.”
O bien, algo que es un hecho  y cuyos efectos vemos ya desde hace tiempo:
“En esta perspectiva, es necesario comprender con rapidez los efectos a largo plazo que se derivarían de la difusión de la nueva tecnología de conexión telefónica celular con la red…”
LA FABBRICA DELL’INFELICITA'. NEW ECONOMY E MOVIMENTO DEL COGNITARIATO - PUBLICACIÓN: 2001 – (EN ESPAÑA: EDITORIAL TRAFICANTES DE SUEÑOS) – TRADUCCIÓN Y NOTAS: PATRICIA AMIGOT LEATXE Y MANUEL AGUILAR HENDRICKSON – PÁGINAS: 190

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