La muerte bebe en vaso largo, de Manuel Vicent






En una entrevista realizada en el Café Gijón de Madrid en 1997, decía Vicent:

“… a mí la fantasía no me interesa para nada. Yo parto siempre de la realidad, de lo que veo, de lo que percibo con los sentidos. Pero a eso le añado una dosis de imaginación, que es distinta de la fantasía. La imaginación siempre está arraigada en la realidad. La fantasía es una especie de juego ilógico o cerebral, que a mí no me interesa porque en él vale todo. Es un juego muy fácil. Y si uno tiene ya cierta capacidad de malabarismo, más todavía. Sin embargo la imaginación siempre parte de la realidad, y supone un trabajo de la inteligencia. Creo que la imaginación es un producto de la inteligencia basado en el acervo que le proporcionan los sentidos.” “… eso no es una fantasía... Quizá se podría definir como una ciencia-ficción, pero lo cierto es que esa novela, o lo que sea, ese relato, parte de un hecho real: de un tipo que murió a mi lado. Y prácticamente todo el resto de cosas que suceden son elaboraciones de hechos reales.”  “Se habla de realismo mágico, de los personajes de García Márquez, pero ya en la Odisea los personajes vuelan. Está todo inventado.”

No seré yo quien clasifique la novela, seguramente no pertenece a ningún subgénero previamente establecido. Lo que está claro es que Vicent hace exactamente lo que le da la gana, utiliza la fantasía y la realidad según le conviene para poner en marcha una trama alucinada y un poco repetitiva. Esto, unido a que no acabo de verle la intención, me impedido que lo disfrute tanto como sería de esperar tratándose de un artefacto tan poco realista que, además, retrata fielmente la ciudad de Madrid convirtiéndola en un personaje más. Se trata, eso sí, del Madrid más lumpen – el más interesante, quizá, a la hora de emprender aventuras literarias–, un Madrid en el que campan a sus anchas los tahúres, los mendigos, los empleados de tanatorio, las adivinas y hasta los resucitados. Muchos resucitados que se unen a los muertos vivientes, en un simbolismo que quizá quiere ser satírico y cuyo significado, como digo, se me escapa un poco. Aplaudo su evidente escepticismo y su querencia por los bajos fondos, pero tanto muerto viviente acaba convirtiéndose en monótono y, salvo algún episodio particularmente impactante como la procesión por las cloacas madrileñas a la que se van incorporando una bandada de hipnotizados zombis, no hay mucho que destaca, aparte de un puñado de imágenes inolvidables, destellos afortunados que, justo es reconocerlo, nos dejan boquiabiertos:

“La ciudad olía a esa hora a pollo fermentado. Había un policía con metralleta junto a la Audiencia que vio pasar a Georgina por una acera de la calle de Génova, y como era poeta pensó si no sería una de esas flores que en Madrid se abren de madrugada buscando más estiércol. La siguió con los ojos hasta dejarla en la aboca del túnel de Recoletos, y al perderla de vista encendió un cigarrillo.”

Puede que  la de las alcantarillas sea mi escena favorita porque he creído ver en ella reminiscencias –directas o indirectas – del mundo pesadillesco de Fellini. Sea así o no, creo que no le saca todo el partido posible. En realidad, hay mucho material cuyas inmensas posibilidades intuimos claramente y que, una y otra vez, se quedan sin explotar del todo.
La protagonista absoluta es una tal Georgina, asesinada varias veces, como era de esperar,  por diversos amantes y resucitada en el momento que uno de ellos muere de un infarto. A partir de ahí, y conducida por ella, se pone en marcha una acción un tanto indecisa en laque se busca una sortija oculta en un brazo ortopédico – y más adelante un tesoro incalculable – mientras se pone en marcha un lujosísimo casino que atrae al Todo Madrid, impaciente por gastar y ganar, pero que no llegamos a ver más que formando un bulto difuso.
A Vicent, creo, le sucede lo que a algún otro escritor de habla española de uno y otro continente: le pierde su facilidad para fabular. El resultado, además de este vacío significativo, es un descuido estilístico que se evidencia en ocasionales errores sintácticos, algo imperdonable en quien maneja con la soltura que conocemos las herramientas literarias y periodísticas.

PUBLICACIÓN: 2000 – EDITORIAL DESTINO – PÁGINAS: 200 (aprox.)

Comentarios

  1. Vicent es bueno en el artículo, el ensayo, el relato, los retratos y los libros de viajes. En la novela no lo es tanto, pero a mí como me gusta mucho su pereza mediterránea de lenguaje afilado, inteligente y personalísmo, leo todo lo que él escribe.

    Te deseo unas felices fiestas y próspero años nuevo.

    Abrazos

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  2. Tienes razón, su chispa es muy particular. Tengo que frecuentarlo más pero buscando sus puntos fuertes.

    Mucha felicidad, buenas lecturas y mejor cine. Un abrazo

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  3. Un desmadre total que me ha entretenido. La capacidad del autor para inventar los más mayores despropósitos es admirable.

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    Respuestas
    1. Hola
      Una capacidad digna de mejor causa, está bien que te sorprendan pero tanto despropósito desgobernado acaba cansando un poco. Y, sobre todo, después de un tiempo te das cuenta de que ha pasado sin pena ni gloria, que no te ha calado en absoluto.
      Los textos surrealistas o del realismo mágico podían ser igual de locos o más, pero se ve en ellos una mano que gobierna, un hilo conductor. Aquí, en cambio, solo se busca el asombro.

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