La higuera, de Ramiro Pinilla
Ramiro
Pinilla es un escritor vasco que publica en castellano. Si tenemos en cuenta que tiene
ya 90 años y viene publicando regularmente desde los veinte hasta ahora historias
maravillosamente contadas y enraizadas con pasión en la realidad pasada y
presente, resulta extraño que sea tan
poco popular. La explicación es sencilla, no se ha dado publicidad suficiente a
una obra integrada fundamentalmente por
novelas –con territorio propio, Getxo, el pueblo que vio nacer a su
autor–, y alguna incursión en el ensayo. Destaca la trilogía denominada
genéricamente Verdes valles, colinas
rojas (2004-2005) que podríamos considerar la gran epopeya vasca. Recién salida del horno (2013) encontramos
El cementerio vacío, novela policiaca
que continúa la serie del detective Samuel Esparta, inaugurada hace cuatro años
y, por lo que parece, rebosante de salud. Pinilla, a lo largo de su dilatada
carrera, ha recibido algunos de los más prestigiosos premios, como el Nadal y
el de la Crítica, y fue finalista del Planeta en 1971.
La
acción de La higuera se sitúa, una
vez más, en Getxo y arranca en plena guerra civil, con esas terribles
incursiones falangistas que muchos conoceréis, no solo por la historia, sino
por habérselo escuchado a los más viejos de la familia. En aquella época era habitual
que un grupo de fanáticos del bando dominante en una zona irrumpiese
por las buenas en los domicilios y se llevase a los varones de paseo. Eso, en
el mejor de los casos, pues a veces acababan con ellos allí mismo, sin más
ceremonia. Aquí se nos presenta una escalofriante escena de este tenor para introducir
una acción paradójicamente estática. La mirada dolorida de un hijo y el impacto
que esta produce en la conciencia de uno de esos sicarios da lugar a un relato
demencial y, sin embargo, literariamente verosímil, por obra y gracia de la
habilidad narrativa de Pinilla, que consigue salvar todos los obstáculos.
Un
hombre quieto, una silla, una higuera, un par de tumbas y un niño. Eso es todo,
o casi. Mientras tanto, van pasando décadas, la vida sigue su curso,
cambian mentalidades y costumbres, hasta llegar a los años 60. Pero hay manchas
que no se borran nunca y eso, mejor que nadie, lo sabe Rogelio Cerón.
Los
hechos se presentan con toda la desnudez posible, sin adornos, ya que los planteamientos
transitan por el delicado espacio de las cuestiones éticas. Pero la frontera
nunca se traspasa; los dilemas quedan simplemente expuestos, pues si se
resolviesen Pinilla habría caído en la moraleja y con ella en un radical
fracaso estético. No es así: estamos ante un autor capaz de salir airoso de
retos, por lo menos, tan complicados como este.
PRIMERA EDICIÓN: 2006 – TUSQUETS EDITORES (COLECCIONES: ANDANZAS
Y FÁBULAS) – PÁGINAS: 300 (aprox.)
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