Todo lo que era sólido, Antonio Muñoz Molina
Con cierta cautela, mucho entusiasmo y desprendiendo sinceridad, este ensayo reflexiona sobre los pequeños o grandes acontecimientos que nos han empujado hacia el pozo siniestro –espero que con fondo– en el que nunca esperamos caer. Se trata de un texto escrito con pasión, en el que se puede entrever la amargura, algo que no excluye la objetividad de los análisis.
Recomendando olvidar lo inservible y recordar los errores que no se deben repetir, el académico utiliza tanto su memoria personal como la recogida en los archivos de prensa. En primer lugar, recuerda ese recientísimo pasado en el que todo era sólido aún, y eso ocurría hace poco más de un lustro. En algún momento, se acusa a sí mismo de una despreocupación que, en realidad, nos afecta a todos pues, convencido del papel social de los intelectuales, considera su deber haber dado la voz de alerta.
Pero lo que el ciudadano percibía era justamente lo inverso: destrucción sistemática de nuestro patrimonio natural a cambio de altísimas sumas, alardes ostentosos por parte de los responsables autonómicos, derroche ilimitado de los fondos procedentes de Europa. Y los resultados de esa pedagogía podían rastrarse hasta el último rincón del país en forma de enchufes, privilegios, falta de rigor informativo, alardes de ignorancia de algunos nuevos ricos, nulo interés por el aprendizaje por parte de los jóvenes. Todo esto convierte a una parte de los ciudadanos de a pie en cómplices de un estado de cosas claramente insostenible.
“Los que conocimos el mundo anterior tenemos la obligación de contar cómo era: no para que se nos admire o se nos compadezca por la escaseces que sufrimos, sino para que los que han venido después y lo han dado todo por supuesto sepan que no existió siempre, que costó mucho crearlo, que perderlo puede ser infinitamente más fácil que ganarlo Y que si nos importa de verdad tenemos que comprometernos para defenderlo y mantenerlo.”
Recomendando olvidar lo inservible y recordar los errores que no se deben repetir, el académico utiliza tanto su memoria personal como la recogida en los archivos de prensa. En primer lugar, recuerda ese recientísimo pasado en el que todo era sólido aún, y eso ocurría hace poco más de un lustro. En algún momento, se acusa a sí mismo de una despreocupación que, en realidad, nos afecta a todos pues, convencido del papel social de los intelectuales, considera su deber haber dado la voz de alerta.
Es curioso que, a pesar de toda esa prosperidad, nunca se haya visto mayor enconamiento entre los que manejan los engranajes de la vida en común:
“La mayor parte de los titulares de los periódicos consistían en frases entrecomilladas de políticos, que muchas veces eran la respuesta a otras frases dichas previamente por otros, y desmenuzadas a continuación por el zumbido perpetuo de los opinadores, cuya principal tarea era casi siempre exagerar todavía más la agresividad y el sectarismo de los partidos políticos a los que favorecían.”
La transición nos alumbró pobres y humildes, pero en un corto espacio de tiempo llegamos a volvernos faraónicos. Al menos las instituciones, y todos los que se aprovecharon de ellas destruyendo los incómodos mecanismos de control. De ese modo, la endémica picaresca española invadió el tejido social. Un ejemplo:
“Desde hacía muchos años la clase política se había especializado en la invención de simulacros. (…) Cuanto más dinero había los simulacros se fueron haciendo más perfectos, y ni quienes los organizaban ni quienes informaban sobre ellos ni la ciudadanía que los admiraba eran capaces ya de distinguir la realidad de la representación.”
Incluso en el propio idioma se pueden rastrear los síntomas. La palabra pelotazo nació, y se propagó rápidamente, para designar una realidad que era cada vez más común. Nos habían tutelado como a menores de edad y la sociedad no supo hacer uso de su nueva independencia.
“En treinta y tantos años de democracia y después de casi cuarenta de dictadura no se ha hecho ninguna pedagogía democrática. La democracia tiene que ser enseñada porque no es natural, porque va en contra de inclinaciones muy arraigadas en los seres humanos. Lo natural no es la igualdad sino el dominio de los fuertes sobre los débiles. (…) La única manera de predicar la democracia es con el ejemplo.”
Pero lo que el ciudadano percibía era justamente lo inverso: destrucción sistemática de nuestro patrimonio natural a cambio de altísimas sumas, alardes ostentosos por parte de los responsables autonómicos, derroche ilimitado de los fondos procedentes de Europa. Y los resultados de esa pedagogía podían rastrarse hasta el último rincón del país en forma de enchufes, privilegios, falta de rigor informativo, alardes de ignorancia de algunos nuevos ricos, nulo interés por el aprendizaje por parte de los jóvenes. Todo esto convierte a una parte de los ciudadanos de a pie en cómplices de un estado de cosas claramente insostenible.
“Cuando la barbarie triunfa no es gracias a la fuerza de los bárbaros sino a la capitulación de los civilizados.”
En un país donde la no pertenencia a una tribu significa volverse invisible y vivir en la intemperie, las consignas se convierten en órdenes. Lo impensable es discrepar. Sea cual sea la barbaridad que se presencie, la hipocresía es, a veces, la única salida posible.
Finalmente, toda esa coherencia y lucidez discursivas empieza a perder fuelle, se desorganiza y convierte en reiterativa. Se diría que las cincuenta últimas páginas solo están ahí para aumentar artificialmente el volumen del texto. Lo cierto es que, sin ellas, la obra saldría ganando.
PRIMERA EDICIÓN: 2013 – EDITORIAL SEIX BARRAL (COLECCIÓN BIBLIOTECA BREVE) - PÁGINAS: 256
No sé ahora si tuve la misma sensación que tú acerca de las últimas cincuenta páginas, Molina, pero lo que sí vi, y creo que tú también, es la impecable y necesaria denuncia de la vileza de nuestros círculos dirigentes (políticos, culturales y económicos) que hace Muñoz Molina en este libro, así como la constatación de la cómplice pasividad de los demás. Tú seleccionas muy bien algunas citas muy significativas. Este libro es muy recomendable, porque colecciona testimonios y análisis que evidencian los procedimientos y la grosería de los expoliadores que nos han traído a la crisis. De eso debe quedar constancia. Otra cosa: Muñoz Molina parece sugerir que aquí incluso podríamos llegar a un estallido, cosa ante la que estamos también felizmente ajenos. Creo que no le falta razón, porque los abusos que se ven son cada vez más insultantes.
ResponderEliminarPues creo que no detecté eso. O puede que no le diese importancia porque yo también lo he pensado alguna vez. Aunque creo que está todo muy medido y saben cuando parar antes de que se rompa la cuerda. Además, no pueden seguir hasta el infinito sin perder pasta. Y, por si acaso, están jugando con las leyes a ver si nos asustan. ¡Panda de represores!
ResponderEliminarEn fin, que si quieres leer otra reseña del libro, sale el día de la consti por ahí. Seguro que te imaginas dónde. Saludos
Lo tendré en cuenta. Un saludo.
ResponderEliminarY a ver si vuelvo a regularizar las publicaciones de este blog y de La Azotea. En ello estoy.
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