TEXTOS: La tercera verdad, por Javier Cercas (A vueltas con Anatomía de un instante)
La historia y la literatura
persiguen objetivos distintos; ambas buscan la verdad, pero sus verdades son
opuestas. La naturaleza de la novela es híbrida, sostiene el autor de Anatomía
de un instante.
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Y hay más. Sin duda los géneros literarios se distinguen por sus rasgos formales, pero tal ve
z también por el tipo de preguntas que plantean y por el tipo de respuestas que dan. Así, las preguntas centrales que ante el golpe del 23 de febrero formularía un libro de historia, o un ensayo, podrían ser estas: ¿qué ocurrió el 23 de febrero en España?; o ¿quién fue en realidad Adolfo Suárez? En cambio, es muy improbable que un libro de historia o un ensayo formulase la pregunta central que formula Anatomía: ¿por qué permaneció Adolfo Suárez sentado en su asiento el 23 de febrero mientras las balas de los golpistas zumbaban a su alrededor en el hemiciclo del Congreso? Para intentar responder a esta última pregunta son desde luego indispensables los instrumentos del historiador, del periodista, del ensayista, del biógrafo, del psicólogo, pero la pregunta es una pregunta moral; una pregunta muy parecida a la que se plantea, por ejemplo,Soldados de Salamina: ¿por qué durante la Guerra Civil un soldado republicano salvó la vida de Rafael Sánchez Mazas cuando todas las circunstancias conspiraban para que lo matase? Dado que son preguntas morales, tanto la pregunta central de Soldados como la de Anatomía son preguntas esencialmente novelescas, y resultan impertinentes o carecen de sentido como preguntas centrales en un libro de historia o un ensayo. Pero además, como digo, un género literario no sólo se distingue por las preguntas que formula sino también por las respuestas que da a esas preguntas. Pues bien, al final deSoldados, después de la larga búsqueda en que consiste el libro, no sabemos por qué el soldado republicano le salvó la vida a Sánchez Mazas, ni siquiera estamos seguros de quién era ese soldado: la respuesta a la pregunta es que no hay respuesta; o mejor dicho: la respuesta a la pregunta es la propia pregunta, la propia búsqueda, el propio libro. Lo mismo ocurre en Anatomía: después de la larga búsqueda en que consiste el libro, no sabemos por qué Adolfo Suárez permaneció inmóvil en su asiento mientras las balas zumbaban a su alrededor en el hemiciclo; durante la búsqueda, el libro responde desde luego a las preguntas que se hubieran hecho el historiador o el ensayista -por ejemplo: el 23 de febrero fue el principio de la democracia en España y el final del franquismo y de la Guerra Civil; por ejemplo: Adolfo Suárez fue un colaboracionista del franquismo y un trepador social y político convertido finalmente en héroe de la democracia-; pero la pregunta novelesca, la pregunta central, queda sin respuesta o, de nuevo, la respuesta es la propia pregunta, la propia búsqueda, el propio libro. En suma: si es posible definir la novela como un género que persigue proteger las preguntas de las respuestas, esto es, como un género que rehúye las respuestas claras y unívocas y que sólo admite formularse preguntas que no pueden ser contestadas o preguntas que exigen respuestas ambiguas, complejas, plurales y en todo caso esencialmente irónicas, entonces, si es posible definir así la novela, no hay duda de que Anatomía es una novela.
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¿Qué es una novela? Una novela es
todo aquello que se lee como tal; es decir: si algún lector fuese capaz de leer
la guía de teléfonos de Madrid como una novela, la guía de teléfonos de Madrid
sería una novela. En este sentido no hay duda de que mi libroAnatomía de un
instante es una novela. ¿Lo es también en algún otro?
No lo sé. Lo que sí sé es que a
algunos lectores les ha parecido un libro raro.
Quizá lo es. Anatomía explora el
instante en que, durante la tarde del 23 de febrero de 1981, un grupo de militares
golpistas entró disparando en el abarrotado Parlamento español y sólo tres de
los parlamentarios se negaron a obedecer sus órdenes y tirarse bajo los
escaños: el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez; el vicepresidente, general
Gutiérrez Mellado; y el secretario general del partido comunista, Santiago
Carrillo. Tratar de agotar el significado del instante en que esos tres hombres
decidieron jugarse el tipo por la democracia -precisamente ellos tres, que la
habían construido tras haberla despreciado durante casi toda su vida- obliga a
indagar en sus biografías y en los azares inverosímiles que las unen y las
separan, obliga a explicar el golpe del 23 de febrero, obliga a explicar la
conquista de la democracia en España. La forma en que el libro lo hace es
peculiar. Anatomía parece un libro de historia; también parece un ensayo;
también parece una crónica, o un reportaje periodístico; a ratos parece un
torbellino de biografías paralelas y contrapuestas girando en una encrucijada
de la historia; a ratos incluso parece una novela, tal vez una novela
histórica. Es absurdo negar que Anatomía es todas esas cosas, o que al menos
participa de ellas. Ahora bien: ¿puede un libro así ser fundamentalmente una
novela? De nuevo: ¿qué es una novela?
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La novela moderna es un género
único porque diríase que todas sus posibilidades están contenidas en un único
libro: Cervantes funda el género en el Quijote y al mismo tiempo lo agota
-aunque sea volviéndolo inagotable-; o dicho de otro modo: en el Quijote
Cervantes define las reglas de la novela moderna acotando el territorio en el
que a partir de entonces nos hemos movido todos los novelistas, y que todavía
no hemos terminado de colonizar. ¿Y qué es ese género único? ¿O qué es al menos
para su creador? Para Cervantes la novela es un género de géneros; también, o
antes, es un género degenerado. Es un género degenerado porque es un género
bastardo, un género sine nobilitate, un género snob; los géneros nobles eran,
para Cervantes como para los hombres del Renacimiento, los géneros clásicos,
aristotélicos: la lírica, el teatro, la épica. Por eso, porque pertenecía a un
género innoble, el Quijote apenas fue apreciado por sus contemporáneos, o fue
apreciado meramente como un libro de entretenimiento, como un best seller sin seriedad.
Por eso no hay que engañarse: como dijo José María Valverde, Cervantes nunca
hubiese ganado el Premio Cervantes. Y por eso también Cervantes se preocupa en
el Quijote de dotar de abolengo a su libro y lo define como "épica en
prosa", tratando de injertarlo así en la tradición de un género clásico, y
de asimilarlo. Dicho esto, lo más curioso es que es precisamente esta tara
inicial la que termina constituyendo el centro neurálgico y la principal virtud
del género: su carácter libérrimo, híbrido, casi infinitamente maleable, el
hecho de que es, según decía, un género de géneros donde caben todos los
géneros, y que se alimenta de todos. Es evidente que sólo un género degenerado
podía convertirse en un género así, porque es evidente que sólo un género plebeyo,
un género que no tenía la obligación de proteger su pureza o su virtud
aristocráticas, podía cruzarse con todos los demás géneros, apropiándose de
ellos y convirtiéndose de ese modo en un género mestizo. Eso es exactamente lo
que es el Quijote: un gran cajón de sastre donde, atadas por el hilo tenuísimo
de las aventuras de don Quijote y Sancho Panza, se reúnen en una amalgama
inédita, como en una enciclopedia que hace acopio de las posibilidades
narrativas y retóricas conocidas por su autor, todos los géneros literarios de
su época, de la poesía a la prosa, del discurso judicial al histórico o el
político, de la novela pastoril a la sentimental, la picaresca o la bizantina.
Y, como eso es exactamente lo que es el Quijote, eso es exactamente también lo que
es la novela, y en particular una línea fundamental de la novela, la que va
desde Sterne hasta Joyce, desde Fielding o Diderot hasta Perec o Calvino.Más
aún: quizá cabría contar la historia de la novela como la historia del modo en
que la novela intenta apropiarse de otros géneros, igual que si nunca estuviese
satisfecha de sí misma, de su condición plebeya y de sus propios límites, y
aspirara siempre, gracias a su esencial versatilidad, a ser otra, luchando por
ampliar una y otra vez las fronteras del género. Esto es ya visible en el siglo
XVIII, cuando sobre todo los ingleses se apoderan de la novela (o a los
españoles se nos escapa literalmente de las manos), aprendiendo mucho antes y
mucho mejor que nosotros la lección de Cervantes, pero se hace evidente a
partir del XIX, que es el siglo de la novela porque es el siglo en que la
novela pelea a brazo partido por dejar de ser un mero entretenimiento y
conquistar un lugar entre los demás géneros nobles. Balzac aspiraba a equiparar
la novela a la historia, y por eso afirma famosamente que "la novela es la
historia privada de las naciones". Años después Flaubert, a la vez
principal seguidor y principal corrector de Balzac, no se conformaba con ello
y, según es posible advertir aquí y allá en su correspondencia, se obsesiona
con la ambición de elevar la prosa a la categoría estética del verso, con el
sueño de conquistar para la novela el rigor y la complejidad formal de la
poesía. Muchos de los grandes renovadores de la narrativa de la primera mitad
del siglo XX adoptan a Flaubert como modelo y, cada uno a su modo -Joyce
regresando a la multiplicidad estilística, narrativa y discursiva de Cervantes,
Kafka regresando a la fábula para construir pesadillas, Proust exprimiendo
hasta el límite la novela psicológica-, prolongan el propósito de Flaubert,
pero algunos, sobre todo algunos escritores en alemán -un Thomas Mann, un
Robert Musil-, pugnan por dotar a la novela del espesor del ensayo,
convirtiendo las ideas filosóficas, políticas e históricas en elementos tan
relevantes en la novela como los personajes o la trama. Tampoco el periodismo,
uno de los grandes géneros narrativos de la modernidad, se ha resistido al
apetito omnívoro de la novela. El New Journalism de los años sesenta pretendía,
como afirmaba Tom Wolfe, que el periodismo se leyera igual que la novela, entre
otras razones porque usaba las estrategias de la novela, pero el resultado no
fue sólo que el periodismo canibalizó la novela, sino también que la novela -A
sangre fría de Truman Capote, digamos- canibalizó el periodismo, digiriendo los
recursos de éste y convirtiendo la materia periodística en materia de novela.
Épica, historia, poesía, ensayo, periodismo: esos son algunos de los géneros
literarios que la novela ha fagocitado a lo largo de su historia; esos son
también algunos de los géneros de los que, a su modo, participa Anatomía, un
libro que, desde este punto de vista, quizá no quede más remedio que considerar
como una novela, aunque solo sea porque, de Cervantes para acá, a este tipo de
libros mestizos solemos llamarlos novelas. Por lo demás, vale decir que
Anatomía no es por supuesto un libro aislado o excepcional; otros libros de
autores contemporáneos exploran territorios colindantes con el suyo. De hecho,
la hibridación de géneros es, además de un rasgo esencial de la novela, un
rasgo esencial del postmodernism. Borges, acaso el fundador involuntario del
postmodernism, tardó casi cuarenta años en encontrarse a sí mismo como
narrador, y lo hizo con un relato titulado 'El acercamiento a Almotásim' que se
publicó en un libro de ensayos, Historia de la eternidad, y que adoptaba la
forma de un ensayo, la reseña de un libro ficticio tituladoThe Approach to
Al-Mu'tasim. Esta mezcla de ficción y realidad, de narración y ensayo, es lo
que le abre a Borges las puertas de sus grandes libros. Así, en Borges el
relato y el ensayo se confunden y fecundan; de igual modo lo hacen en
determinados autores contemporáneos -de Sebald a Magris, de Kundera a Coetzee-
que indagan en los confines del género y tratan así de expandir, o simplemente
de colonizar por completo, el territorio cartografiado por el Quijote. En todo
caso, a esa tarea de expansión o colonización del territorio de Cervantes
quiere sumarse modestamente Anatomía, y esa es otra razón por la que el libro
admite una lectura novelesca.
Pero no es la última; ni desde
luego la más elemental. La más elemental es que yo soy ante todo un novelista,
y que, aunque también he practicado el ensayo o la crónica, en este libro no he
operado como un cronista o un ensayista, sino como un novelista: la estructura
del libro es novelesca, muchos de sus procedimientos técnicos son novelescos,
elementos esenciales de la narración, como la ironía o el multiperspectivismo,
son consustanciales al género, igual que lo son la visión ambigua y poliédrica
de la realidad que a través de ellos se ofrece; mi preocupación principal
mientras escribía el libro, en fin, fue la forma, y un escritor en general -y
un novelista en particular- es alguien concernido ante todo por la forma, alguien
que siente que en literatura la forma es el fondo y que piensa que sólo a
través de la forma es posible acceder a una verdad que de otro modo resultaría
inaccesible.
Y hay más. Sin duda los géneros literarios se distinguen por sus rasgos formales, pero tal ve
z también por el tipo de preguntas que plantean y por el tipo de respuestas que dan. Así, las preguntas centrales que ante el golpe del 23 de febrero formularía un libro de historia, o un ensayo, podrían ser estas: ¿qué ocurrió el 23 de febrero en España?; o ¿quién fue en realidad Adolfo Suárez? En cambio, es muy improbable que un libro de historia o un ensayo formulase la pregunta central que formula Anatomía: ¿por qué permaneció Adolfo Suárez sentado en su asiento el 23 de febrero mientras las balas de los golpistas zumbaban a su alrededor en el hemiciclo del Congreso? Para intentar responder a esta última pregunta son desde luego indispensables los instrumentos del historiador, del periodista, del ensayista, del biógrafo, del psicólogo, pero la pregunta es una pregunta moral; una pregunta muy parecida a la que se plantea, por ejemplo,Soldados de Salamina: ¿por qué durante la Guerra Civil un soldado republicano salvó la vida de Rafael Sánchez Mazas cuando todas las circunstancias conspiraban para que lo matase? Dado que son preguntas morales, tanto la pregunta central de Soldados como la de Anatomía son preguntas esencialmente novelescas, y resultan impertinentes o carecen de sentido como preguntas centrales en un libro de historia o un ensayo. Pero además, como digo, un género literario no sólo se distingue por las preguntas que formula sino también por las respuestas que da a esas preguntas. Pues bien, al final deSoldados, después de la larga búsqueda en que consiste el libro, no sabemos por qué el soldado republicano le salvó la vida a Sánchez Mazas, ni siquiera estamos seguros de quién era ese soldado: la respuesta a la pregunta es que no hay respuesta; o mejor dicho: la respuesta a la pregunta es la propia pregunta, la propia búsqueda, el propio libro. Lo mismo ocurre en Anatomía: después de la larga búsqueda en que consiste el libro, no sabemos por qué Adolfo Suárez permaneció inmóvil en su asiento mientras las balas zumbaban a su alrededor en el hemiciclo; durante la búsqueda, el libro responde desde luego a las preguntas que se hubieran hecho el historiador o el ensayista -por ejemplo: el 23 de febrero fue el principio de la democracia en España y el final del franquismo y de la Guerra Civil; por ejemplo: Adolfo Suárez fue un colaboracionista del franquismo y un trepador social y político convertido finalmente en héroe de la democracia-; pero la pregunta novelesca, la pregunta central, queda sin respuesta o, de nuevo, la respuesta es la propia pregunta, la propia búsqueda, el propio libro. En suma: si es posible definir la novela como un género que persigue proteger las preguntas de las respuestas, esto es, como un género que rehúye las respuestas claras y unívocas y que sólo admite formularse preguntas que no pueden ser contestadas o preguntas que exigen respuestas ambiguas, complejas, plurales y en todo caso esencialmente irónicas, entonces, si es posible definir así la novela, no hay duda de que Anatomía es una novela.
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Admitamos entonces que, tal vez,
Anatomía de un instante es una novela. No hay duda, sin embargo, de que no es
una ficción. ¿Significa esto que a fin de cuentas mi libro no es una novela?
¿Están obligadas todas las novelas a ser ficción? ¿Por qué no es una ficción
Anatomía?
En marzo de 2008 yo llevaba más
de dos años trabajando en una novela donde mezclaba ficción y realidad para
narrar el golpe de Estado del 23 de febrero y el triunfo de la democracia en
España a partir del mismo instante en torno al cual gira Anatomía. De hecho,
por entonces acababa de terminar un segundo borrador de la novela, pero no
estaba satisfecho con él: algo esencial fallaba y no sabía lo que era.
Desesperado, para olvidarme unos días de mi novela fracasada me marché de
vacaciones con mi familia. Fue entonces cuando leí en un artículo de Umberto
Eco que, según una encuesta publicada en el Reino Unido, la cuarta parte de los
ingleses pensaba que Winston Churchill era un personaje de ficción. Y fue
entonces cuando creí comprenderlo todo. El golpe del 23 de febrero es en España
una ficción, una gran ficción colectiva construida durante los últimos 30 años
a base de especulaciones noveleras, recuerdos inventados, leyendas, medias
verdades y simples mentiras. La explicación de este delirio es compleja, pero
guarda relación con un hecho simple: el golpe del 23 de febrero fue un golpe
sin documentos o sin eso que gran parte de la historiografía suele llamar
documentos, de manera que los historiadores han dejado el trabajo de contar el
golpe a los propios golpistas, a periodistas con muchas prisas y pocos escrúpulos
y a la fantasía popular, con el resultado de que durante décadas han circulado
impunemente por España las más disparatadas versiones del golpe. Una gran
ficción colectiva, repito, algo quizá sólo comparable a lo que el asesinato de
Kennedy representa en Estados Unidos. Eso es lo que creí comprender durante
aquellas vacaciones. Eso y también, de inmediato, que escribir una ficción
sobre otra ficción era una operación redundante, literariamente irrelevante; lo
que podía ser literariamente relevante era realizar la operación contraria:
escribir un relato cosido a la realidad, desprovisto de ficción, despojado de
todas las novelerías, leyendas y disparates que a lo largo de tres décadas se
habían ido adhiriendo al golpe. Y eso es lo que en definitiva intenta hacer el
libro (y de ahí que su primera frase sea la frase de Eco). Partiendo del
principal y casi único documento del golpe de Estado -la grabación televisiva
de la entrada de los golpistas en el Parlamento, un documento tan evidente que
nadie lo ha considerado un documento y que en mi opinión es sin embargo la guía
mejor para entender aquellos hechos-, Anatomía trata de contar el golpe del 23
de febrero y el triunfo de la democracia en España con la máxima veracidad,
como los contarían un historiador o un cronista, aunque sin renunciar por ello,
insisto, a determinados instrumentos y virtudes de la novela, ni por supuesto a
que el resultado sea leído como una novela.
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¿Significa esto que, a mi juicio,
la novela puede contar la historia mejor que la historia? ¿Significa que la
novela puede sustituir a la historia? Mi respuesta es no. La historia y la
literatura persiguen objetivos distintos; ambas buscan la verdad, pero sus
verdades son opuestas: según sabemos desde Aristóteles, la verdad de la
historia es una verdad factual, concreta, particular, una verdad que busca
fijar lo ocurrido a determinadas personas en determinado momento y lugar; por
el contrario, la verdad de la literatura (o de la poesía, que es como llamaba a
la literatura Aristóteles) es una verdad moral, abstracta, universal, una
verdad que busca fijar lo que les pasa a todos los hombres en cualquier momento
y lugar. Es cierto que Anatomía persigue al mismo tiempo esas dos verdades
antagónicas, porque busca una verdad factual, que atañe sobre todo a
determinados hombres de la España de los años setenta y ochenta, pero también
busca una verdad moral, una verdad que atañe sobre todo a quienes, con un
oxímoron, el libro denomina héroes de la traición, esos individuos que, como
los tres protagonistas del libro -Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo: dos
antiguos franquistas y un antiguo estalinista-, poseen el coraje de traicionar
un pasado totalitario para ser leales a un presente de libertad por el que,
llegado el caso, en el instante decisivo, aceptan jugarse la vida. Y asimismo
es cierto que, visto así, como un libro que ambiciona reconciliar las verdades
irreconciliables de la historia y la literatura, Anatomía puede parecer, además
de un libro raro, un libro contradictorio, otro oxímoron. Quizá también es eso:
un libro donde, idealmente, la verdad histórica ilumina a la verdad literaria y
donde la verdad literaria ilumina a la verdad histórica, y donde el resultado
no es ni la primera verdad ni la segunda, sino una tercera verdad que participa
de ambas y que de algún modo las abarca. Un libro imposible, dirán ustedes. No
digo que no. Pero me pregunto si no serán los libros imposibles los únicos que
merece la pena intentar escribir, y si un escritor puede aspirar a cosechar
algo mejor que un fracaso decente; también me pregunto si yo hubiera buscado la
verdad histórica del 23 de febrero si los historiadores no hubieran olvidado
hacerlo, o si no la hubiesen considerado irrelevante o inasequible, regalándome
así la posibilidad de este extraño libro. Sea como sea, una cosa es segura: yo
sólo soy un novelista, no un historiador, y es posible por ello que incluso en
Anatomía, donde he buscado con el mismo empeño dos verdades opuestas, la verdad
histórica esté al servicio de la verdad literaria, y que ambas nutran aquella
tercera verdad conjetural. No lo sé. Lo que sí sé es que, de ser así, ésta
sería quizá la razón definitiva para considerar Anatomíauna novela. Pero que
eso también lo decida el lector.
Una versión más amplia de este
texto se leyó en inglés como Raymond Williams Memorial Lecture en el Hay-On-Wy
Festival de UK, el 29 de mayo de 2011. Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres,
1962) es autor, entre otros libros, de Soldados de Salamina (Tusquets, 2001;
premios Salambó, Llibreter e Independent Foreign Fiction) y Anatomía de un
instante (Mondadori, 2009: Premio Nacional de Narrativa). javiercercas.com.
Difícil discutir todo eso. Hay que leerlo completo, además del libro y pensar, pensar, pensar.
ResponderEliminarSí, Javier Cercas da que pensar, pero esa es una de las servidumbres de leer ¿no?
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