Los versos satánicos, de Salman Rushdie
Representar fielmente la
realidad, no solo de un momento dado sino su evolución a lo largo del tiempo,
los mitos y narraciones, los grandes personajes, los odios y adhesiones, no
deja de tener mérito, pero si el lenguaje utilizado no es precisamente directo,
si funciona por alusiones, si la fantasía y los símbolos explican nuestra vida
la cosa se complica tanto que no hay término medio: o estamos ante un auténtico
fiasco o ante una chef d’œuvre de la literatura de todos
los tiempos.
De lo anterior puede
deducirse que admiro de verdad a Salman Rushdie, un escritor que no necesita
llamar a las cosas por su nombre para que se entienda lo que quiere decir. En
todo lo que he leído de él se explica nuestra historia pasada y presente enfrentando
realidad con fantasía –llámese o no realismo
mágico– y se defienden valores humanos tan obvios como la racionalidad, el
pacifismo o el rechazo a fanatismo y prejuicios raciales. Los versos satánicos emparejan constantemente opuestos
como oriente-occidente, fe-razón, tradición-modernidad, paz o violencia,
maldición o lirismo, cielo y tierra, demonio y ángel, en un maniqueísmo algo
ambiguo pues ¿podemos asegurar que la maldad está dónde pensamos? El ser humano
no es tan previsible.
Sin ánimo de agotar nada,
menciono alguno de sus rasgos:
Dualidad. Dos protagonistas:
Gibreel (o Gabriel) Farishta y Saladin Chamcha. Actores, pero ¿quién no es
actor en este mundo? Protagonizamos nuestra propia historia, que es vida y
sueño a la vez. No sé si Rushdie habrá leído a Calderón, es deudor de un mito
que impregna la literatura occidental posterior o se trata de una idea de su
cosecha. Lo significativo es esa alternancia constante entre fábula y
narración, su carácter onírico-fantástico que desvela verdades como puños.
Multiplicidad. A veces el par se queda
corto. Algunos nombres propios aluden a diferentes personajes pertenecientes a
fábulas distintas, Chamcha logra el éxito por su facilidad para imitar
voces. La complejidad del mundo, de los personajes y situaciones se fluidifica
–o metamorfosea– de tal forma que se nos escapa de las manos. No suelo destapar
los argumentos, pero hacerlo con este sería misión imposible porque está
deconstruido (al modo de la cocina de vanguardia) y porque la novela al
completo es un canto a lo metaliterario, no explícitamente sino, como se hace
en El Quijote, agregando a
la corriente argumental historias tan memorables como la de Gibreel y Rosa
Diamond o la de Ayesha, la visionaria, y su demencial peregrinación que
arrastra a un pueblo entero (¿ por ventura, nos recuerda esto a algo?), o bien
por medio de una ambigüedad narrativa que convierte la afirmación en
probabilidad multiplicando infinitamente el relato.
Humor. Porque todo es una
broma, una broma tan seria, grave y trascendente como todo lo que se presenta
en clave satírica.
“Otra cosa hubiera sido,
se lamentaba Salman a Baal, que Mahound (Mahoma) hubiera expuesto su criterio
después de recibir la revelación de Gibreel; pero no, él dictaba la ley y luego
venía el ángel y la confirmaba; de tal forma que aquello empezó a olerme mal, y
pensé: este debe de ser el olor de esas criaturas fabulosas y legendariamente
sucias, cómo se llaman: langostinos.”
“… le había sumido en una
profunda tristeza, porque, incluso en sus días supremos de joven cínico, su
amor por la diosa había sido genuino, quizá su única emoción genuina, y su
destrucción le reveló la futilidad de una vida cuyo único amor verdadero estuvo
inspirado por un trozo de piedra indefensa.”
Paradoja. Constante, como se
desprende de todo lo anterior.
THE SATANIC VERSES –
PRIMERA EDICIÓN: 1988 – VARIAS EDICIONES - PÁGINAS: 680 (aprox.)
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