El desertor, de Siegfried Lenz


Usted, dirigente de un país, escoja a un muchacho, a muchos de ellos, millones, trasládelos a la guerra, deles un lugar, una misión, y deje que el tiempo y los acontecimientos los conviertan en otras personas. Esta es una novela claramente antibélica; se diferencia de las belicistas, sobre todo, en la ideología que se traslada al lector, pero además he observado un rasgo que las identifica, aunque no sé si se puede aplicar a todos los casos porque parto de mi experiencia, que es limitada, lógicamente.

Las novelas de asunto bélico, las que se entusiasman con batallas y victorias, esas que consideran héroes a los combatientes en lugar de víctimas, las que ensalzan la idea de patria, de honor y de grandes conquistas a expensas de un enemigo, que ni siquiera tiene rostro pero que en realidad no es más que otro grupo de chicos tan ingenuos o fanatizados como los anteriores, chicos inocentes que se ven obligados a luchar o se han creído el cuento de las grandes gestas y tragan polvo, se aburren, son heridos o muertos, pelean sin descanso y, en definitiva, se revuelcan en la miseria para que otros se enriquezcan a su costa ponen el foco en grandes batallas cuyo nombre ha pasado a la historia y en espectaculares derrotas y victorias. Pero lo de sacrificarse por una idea, aunque nos hayan vendido que es así, ocurre en contadas ocasiones y eso es lo que muestra la ficción más crítica. Soldados que muchas veces no saben bien qué es lo que están defendiendo y en qué se distingue de lo que defienden los otros, quiénes son, cómo se relacionan, de qué forma viven, cuál es su entorno, qué piensan, esas pequeñas cosas cotidianas que son en realidad lo importante. En El desertor esta indiferencia por los motivos de un bando y otro se refleja perfectamente. Nuestro héroe -por llamarle algo- no sabe por qué lucha ni le importa, simplemente se deja llevar, ya que es lo único que se espera de él, y para eso no hay que pensar mucho. Entendemos, pues, que la guerra es eso, adaptarse a las circunstancias. En primer lugar intentar sobrevivir, y salir ileso si es posible, después, procurarse lo más elemental, rodearse de gente afín y esperar a que acabe la contienda.

Proska, soldado alemán de la II Guerra, viaja en tren rumbo a su destino, en él conoce a una chica, pero se produce una explosión y en vez de llegar al frente acaba en un puesto de vigilancia. Allí encontrará compañerismo y hostilidad a partes iguales, también una existencia algo anodina que no le va a colmar de honores. Pero la guerra es la guerra, y sus consecuencias llegan hasta el último rincón del territorio en conflicto. Hay armas, enemigos merodeando, sentido del deber etc. Todo ello puede formar un coctel explosivo -nunca mejor dicho- y es previsible que así sea. Lenz se las arregla para reflejar toda la complejidad que entraña esa vida en constante peligro. Así que, imperceptiblemente, va complicando la situación hasta que el personaje se ve obligado a huir y se refugia en las filas rusas, es decir deserta, pero ni antes, tal como digo, había elegido el bando que le tocó ni ahora le mueve otro motivo que la mera supervivencia. 

No falta algún personaje a quien sí le mueven ideales por los que arriesgar su vida. Dos en concreto, Wolfgang, gran amigo de Proska, que introduce en el relato el marco teórico, y Wanda, la chica del principio que representa la acción pura: como miembro de un comando guerrillero polaco, defiende su territorio de la forma más intrépida. Su personaje completa la serie de tipos que Lenz quería mostrarnos, todos más o menos desquiciados pero con muy diversos grados de ética y compañerismo, una galería sumamente corta pero tan significativa como su argumento.  Finalmente, un Proska mucho más maduro e instalado en una paz que le acoge sin reservas pero cuyos tejemanejes no comparte adquiere la carga ideológica que antes no tenía y no duda en compartirla pese a quien pese. 

Antes de entrar en materia, el autor nos presentaba al soldado buscando quien entregase una carta suya al correo, el desenlace completa el círculo y sabemos que la ha escrito movido por la culpa. 

A primera vista, la novela parece simple, casi anodina, pero a nada que se profundiza en ella vemos que encierra una crítica furibunda basada en las experiencias del propio Lenz en el frente. Por eso, aunque aceptada en un principio, fue vetada más tarde hasta el fallecimiento de su autor, hace menos de una década. Lenz continuó escribiendo y publicando, llegó a producir obras notables pero, si hacemos caso a los expertos, El desertor las supera a todas.


TÍTULO ORIGINAL: DER ÜBERLAÚFER  - ESCRITA EN 1951, PUBLICADA EN 2014 - EN ESPAÑA: 2017 - EDITORIAL ESPAÑOLA: IMPEDIMENTA - TRADUCCIÓN: CONSUELO RUBIO ALCOVER  - PÁGINAS: 352

Comentarios

  1. La reseña es tan interesante que, en efecto, dan ganas de leerlo. Gracias.

    Un abrazo

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  2. Pues ánimo, porque creo que te puede gustar. (Me encanta hacer estas predicciones 😉)
    Solo hazte a la idea de que cuando llegues a un punto que parece que se estanca, no es así, luego hierve a borbotones. Al final te das cuenta de que has leído un producto redondo y que nunca cae en lo desagradable aunque trate de la guerra.

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