La llave, de Jun'ichirō Tanizaki


He catalogado a esta novela como epistolar aunque no está integrada por cartas, y vale la pena que lo explique desde el principio para no dar lugar a confusión.
No se trata de cartas propiamente dichas sino de entradas de diarios. De dos, concretamente, y cada uno se concibe para que el autor del otro lo lea. No diré si esto llega a ocurrir, pero convendrán conmigo que un argumento que progresa a base de lo que dos personas se escriben con el propósito de que la otra descubra lo que aparentemente es secreto, es lo más parecido al género epistolar que puede haber. Lo de menos es si ellos creen que han entrado en terreno vedado ya que lo que importa es el propósito. Por su parte, ellos se buscan toda suerte de escondrijos y trampas (como el papel cello sellando las paginas) para que el otro piense que sus palabras son sinceras, y esto, unido a la naturaleza sexual del secreto, es el núcleo de la intriga. Leemos alternativamente lo que piensa y vive cada uno ignorando si el otro tiene acceso o no. La trampa (meta) literaria está bien urdida y se alía con la ideada por los propios personajes en un juego de espejos que no va a gustar a todo el mundo -lo admito-  ya que la literatura japonesa y Tanizaki en particular son bastante sutiles, pero cuya trama está perfectamente ensamblada. Solo hace falta que entremos en su juego, aceptemos las reglas y nos dejemos llevar.
Como es habitual en la literatura nipona, su minuciosidad y aparente candidez reflejan una mentalidad muy diferente de la nuestra, y esto al occidental le produce una extrañeza que no desaparece por mucho que la hayamos frecuentado. En este caso, lo que comienza tachándose de escabroso puede que nos haga sonreír, no encontramos nada que podamos calificar como tal en lo que parece ser el nudo de un conflicto muy simple. Pero a medida que vamos avanzando la cuestión se complica, y lo que ahora se presenta como consecuencia natural de lo anterior comienza a inquietarnos, poco a poco, sin grandes sobresaltos, como el agua que cae gota a gota en un gran embalse y pensamos que no lo va a desbordar nunca. Según el lector avanza, nota como el terreno se mueve bajo sus pies, que cada vez las premisas se vuelven más inestables, sin embargo, ahora la seguridad de los corresponsales es absoluta, no vacilan, no parecen escandalizarse por nada, todo fluye hasta poner a los personajes muy cerca del límite y a nosotros con ellos.  Habrá que ver si lo alcanzan, incluso si llegan a traspasarlo. No diré mucho más al respecto, pero les aseguro que, muy sutilmente, el autor les va a llevar de sorpresa en sorpresa y  que el desenlace va a ser tan asombroso como depravado, sobre todo si se paran a pensar en cada uno de los acontecimientos y sus consecuencias. Aunque finjan que no ha pasado nada, que nadie es responsable de lo ocurrido y nadie haga ningún reproche a nadie.
El planteamiento es muy simple. Ikuko y su marido llevan veinticinco años casados, tienen una hija ya adulta llamada Toshiko cuyo pretendiente, el señor Kimura, visita habitualmente a la familia. Desee el principio asistimos a las `peripecias de la vida sexual del matrimonio. Ella aparece como mojigata a los ojos de él, y a la vez como voraz y apasionada (o eso he creído entender) de una forma inusual, lo que dada su trayectoria de hombre experimentado, parece un dato objetivo. Él, por su parte, ha perdido vigor con los años, pero se muestra muy interesado en conocer lo que le ha sido vedado hasta el momento. Tenemos, pues, dos actitudes paradójicas como punto de partida. El profesor ha pasado muchos años anotando en un diario su día a día. Al comienzo de la acción, Ikuko se tropieza con la llave del lugar donde se oculta el cuaderno y decide comenzar el suyo propio. Pero se justifica demasiado para esperar no ser leída y él hace exactamente lo mismo. Con el tiempo, las fantasías masculinas irán arrojando a la mujer a un laberinto peligroso en el que se combinan adicción y enfermedad. Todo forma parte de un plan cuidadosamente elaborado por el marido para llevar a cabo repetidas sesiones eróticas en la intimidad aprovechando que su mujer está inconsciente y con la complicidad, más o menos explícita, del resto de personajes. Incluido el médico, aunque solo como testigo indirecto. Y hasta la propia hija acaba, de algún modo, siendo cómplice.
Parece un plan maquiavélico para aprovecharse de una mujer inocente, pero de pronto los acontecimientos dan una vuelta de tuerca y entramos en otro escenario todavía más perverso. Si en el anterior nada era lo que parecía, con el transcurso del tiempo todo resulta más confuso. Finalmente, algo parece aclararse, y los sujetos implicados se muestran en toda su perversidad a nuestros ojos. Claro que, por mucho cataclismo que tenga lugar tras las bambalinas, la fachada permanece inmutable.
No conocemos que ocurre después del gran drama final. Tanizaki se queda ahí informándonos de lo imprescindible, pero les adelanto que al final solo quedan tres y que dos de ellos van a casarse muy pronto. Esto significa que el juego no se queda ahí y que, probablemente, lo más aberrante de todo ocurra en el futuro, cuando nosotros los lectores ya no estemos presentes. 
No puedo resistirme a destacar la fijación que sienten los escritores varones de nacionalidad japonesa por el sexo con mujeres inconscientes. El otro ejemplo que conozco es La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata. Pero no he estudiado a fondo la literatura de ese país, y si con solo leer algún libro suelto de los escritores más conocidos ya he detectado dos, me da la impresión de que el asunto tiene  más calado del que se deriva de esta observación mía. Ojalá me equivoque, pero lo cierto es que el mundo literario no tiene fronteras, y la novela mencionada impresionó tanto a García Márquez que le inspiró un relato, El avión de la bella durmiente, y una novela, Memorias de mis putas tristes. El primero es bastante inocente dentro de lo que cabe: vemos al escritor fantaseando al lado de una desconocida joven y bella que duerme a su lado. En cuanto a la segunda... -voy a tomar aire- se trata de un panfleto narcisista y misógino, carente de las virtudes literarias y el misterio del original de Kawabata, que narra una situación similar, cambiando algunos detalles. A saber, una niña de catorce años es sometida a la observación y compañía de un hombre maduro, a solas, durante varias noches, solo para satisfacer sus fantasías perversas, sin que la víctima pueda percatarse de nada, y a cambio de una gratificación. En el caso nipón se trataba de niñas diferentes, aquí es solo una (que no es puta, por supuesto, aunque se vea degradada en el título) en repetidas ocasiones. Pero las circunstancias son prácticamente iguales: familias en situación precaria, niñas narcotizadas con la falta de respeto que conlleva y el riesgo que supone para su salud y hasta su vida, hombres abusadores y psicópatas para quienes las mujeres no son más que un objeto para satisfacer sus fantasías. No hace falta que las toquen. Si cualquiera de nosotros nos imaginamos en esa tesitura (adolescentes o niños/as, incluso adultos, a quienes se ha privado de consciencia para que un varón pase horas a su lado) a poca imaginación que tengamos, sentiremos un escalofrío de terror. No es el único caso, conozco también Las reputaciones, de Juan Gabriel Vásquez, en la que un dibujante es acusado de un agravio parecido, cae en desgracia y se le anula socialmente, pero nunca se aclara si lo que se rumorea es cierto o no y, por supuesto, nadie, ni siquiera el autor, se preocupa de las secuelas que tal cosa puede haber dejado en la niña en caso de ser cierto. Ignoro si esta última obra se inspira en alguna de las anteriores, en algún autor japonés o en algún otro caso real o imaginado, lo que es un hecho comprobado es la fascinación que tal escena ejerce sobre los señores literatos.
Volviendo a la novela que nos ocupa y procurando no desvelar demasiado, finalmente, la malvada resulta ser ella, que asume toda la culpabilidad, tal como le han enseñado, y gracias a un desenlace desgraciado -y bastante traído por los pelos, todo hay que decirlo- se transmite al lector esta culpabilidad. Las artimañas del marido y del supuesto amigo de la familia para envolver en sus redes a una mujer que vivía plácidamente sin plantearse fantasía erótica alguna no parece tener trascendencia. Debo añadir que la acción progresa a base de sugerencias, no encontramos descripciones explícitas y no hay ni una línea que se salga del marco de una irreprochable elegancia.
El gusto de Tanizaki por lo misterioso lo sombrío, lo oculto, lo sutil es uno de sus méritos, también la exquisita prosa, el impecable desarrollo de los argumentos y un convincente retrato psicológico con solo unos pocos  rasgos. Ejemplo de esto lo tenemos en el conocido Elogio de la sombra, prueba patente de que lo oscuro no siempre ha de tener connotaciones siniestras, a veces puede ser amable.


TÍTULO ORIGINAL: KAGI - PUBLICADA EN 1956 - EDITORIAL ESPAÑOLA: VARIAS - TRADUCTORES: DISTINTOS, SEGÚN LA EDITORIAL  - PÁGINAS: NÚMERO VARIABLE

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