Kruso, de Lutz Seiler

 




Resulta raro vivir de cara al mar y añorar la libertad que se disfruta al otro lado de las aguas, pero la historia ha sufrido altibajos más o menos siniestros o explicables y esta novela –su primera parte, en realidad, la más extensa y complicada– se sitúa en 1989, poco antes de la caída del Muro hasta el momento en que esta se produce. En ella se retrata, tanto el clima opresivo y expectante de quienes vivían en la RDA, como la convulsión sufrida por ellos cuando por fin desaparecen las barreras. Pero Seiler no se limita a enfocar cualquier espacio convencional del oriente de Alemania, sino que construye un territorio mítico (si puedo utilizar una expresión tan trillada) en Hiddensee, una isla del Báltico, donde la gente se mueve con lentitud, repitiendo determinados rituales, que se han ido consolidando debido tanto al temor como a la esperanza. No vamos a encontrar, pues, una narración al uso, los gestos, casi muecas a veces, las sombras que aparecen y se ocultan dejando inquietos a lector y personajes, ellos mismos que se mueven a trompicones o bien a cámara lenta y una sordidez que se muestra en primer plano son los elementos más habituales. Hasta esa última parte, mucho más explícita, encontraremos pocas explicaciones, diálogos tan escasos como cortos y anodinos y el personaje de Ed, que llega de la civilización huyendo de la tristeza y debe adaptarse al relativo caos de una vida donde la ley existe pero se obvia.
Tras huir de su vida ordenada de estudiante y errar durante algún tiempo buscando acomodo, Ed, nuestro protagonista llega al Klausner, un restaurante para turistas al borde del mar y se une al grupo de desarraigados que integran su plantilla.
Un territorio que, como cualquier reino legendario, posee una fortaleza, que no es precisamente inexpugnable, sino refugio y referente de todos esos seres perdidos en algún punto de su historia. Allí la vida es como una pesadilla en bucle, pero la rutina suele parecer segura cuando se perpetúa en el tiempo. No falta la figura que dará sentido y cohesión tanto al relato como a los personajes, el Kruso del título que, como habrán adivinado, está inspirado en el Crusoe clásico de Daniel Defoe. Aquí también hay náufragos, aunque no en un sentido literal, y está bastante más poblada que el modelo. Entre Kruso y Ed se va afianzando una conexión que se explica tanto por el aura que envuelve a la figura como por la desesperada necesidad de establecer algún vínculo. Tampoco falta el paraíso soñado, esa costa danesa que se vislumbra en la lejanía y que quiere simbolizar la libertad, aunque sea engañosa, mera fantasía, la fábula inventada por unos cuantos ilusos que arriesgan su vida por nada. En comparación con ellos, esa libertad de los márgenes que se practica en aquella especie de comuna es la solución más sensata. No ignoran que e stán constantemente vigilados pero viven de espaldas a esa realidad y con eso tienen suficiente.
Hasta que los rumores se hacen cada vez más insistentes y la precaria sociedad que conocían comienza a desintegrarse. Uno tras otro van abandonando el nido y los que se aferran a él ven como el suelo desaparece bajo sus pies y es sustituido por un nuevo orden político. 
Años después, Ed se embarca en una búsqueda tan frenética e inexplicable como la mayoría de las obsesiones, además de abocada al fracaso. Esta vez narrada en primera persona y en una clave completamente realista.

TÍTULO ORIGINAL: KRUSO - PUBLICADA EN 2014 - EN ESPAÑA: 2017 - EDITORIAL ESPAÑOLA: ANAGRAMA - TRADUCCIÓN: CARMEN GAUGER  - PÁGINAS: 480

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