TEXTOS: Por qué Antígona y no Medea (II)




Por Merce Riús – Revista Claves de Razón Práctica nº 224 – Septiembre/Octubre 2012

De ahí La tumba de Antígona, breve, libre, bella versión de la obra clásica, pero que debe de levantar algún sarpullido hasta a la menos feminista de sus lectoras. La Antígona sofóclea cumple los requisitos establecidos por María Zambrano. Su virginidad la hace capaz de redimir el parricidio ajeno. Necesariamente ajeno ya que, para la mujer, representa una imposibilidad; su asesinato del padre, por carente de sentido, no merecería aquel nombre. Para Edipo, en cambio, tuvo sentido el suyo aunque lo ignorase. (Si no, léase a Freud). La redención consistirá en que Antígona dé sepultura a su linaje -paterno, no hay otro- en la persona de su hermano, destinado a perpetuarlo. Como ella no posee este derecho, sin casa ni linaje, solo le espera la muerte. Se recordará que Hegel lo interpretó con más apego a los lazos fraternales que a los filiales: "La pérdida del hermano es irreparable para la hermana, y su deber hacia él el más alto de todos". Cacciari define a Antígona como la que ama a los muertos: "¿Es este amor propio de la mujer, como Creonte sostiene? Ciertamente, si tiene un sitio, es el oîkos, el hogar". Y de nuevo se percibe su afinidad con Zambrano, quien la sitúa en el reino de las sombras (la "tumba"), conversando con espectros. En suma, durante siglos, Antígona ha embelesado a los filósofos, incluso a los desavenidos como Hegel y Kierkegaard. Este hizo hincapié en el silencio que atormentaría a una moderna Antígona, y así la interpretó también pro domo sua. A lo mejor por esto Cacciari la identifica con Europa.
 
Como es sabido, la Antígona hegeliana encarna la contradicción -históricamente superable- entre familia y ciudad, sentimiento y razón, religión y política. Cacciari, siempre muy crítico hacia Hegel, descarta la reconciliación de los opuestos: Antígona planea una irresoluble imposibilidad lógica: de hecho, una paradoja. Aún así, frente a quienes gustan de evocarla como paradigma de autonomía, Caccciari se muestra ambiguo cuando no demasiado complaciente. Pues, a decir verdad, el nomos de Antígona es apolítico; luego no kantiano. Y porque obedece a una ley ancestral que es religiosa, el choque con Creonte saca a la luz lo impolítico: lo imposible de la política -según Cacciari-. No se trata de su completa negación, sino de una contradicción esencial entre las que la propia política suscita sin tener medios para resolverlas, ya que no se deben sino a los medios que emplea, precisamente. En Antígona asoma la eterna diferencia entre Derecho y Justicia.
 
Cacciari toma precauciones para no ser malinterpretado. Cuando un contemporáneo da con la religión en ese contexto, puede que tienda a confundir la trascendencia y la auctoritas, e incluso a pensar en Schmitt y su "catolicismo como forma política". Pero, si bien Antígona representa la trascendencia frente a la inmanencia política de Creonte, ello no le confiere auctoritas, que es justo lo que los parricidas deben granjearse por y para sí mismos -según Cacciari-. La religiosidad femenina pertenece a otro mundo:
 
Las mujeres -como Juan- ven la parousía del Señor, la testimonian y la anuncian. Por eso ni las mujeres ni Juan pueden, en esta Edad [la del Hijo, la nuestra] constituir el duro fundamento de la Iglesia. En ello consiste la única (pero esencialísima) razón teológica por la que la mujer no puede acceder al sacerdocio de Pedro. Razón "indecible" tanto para una Iglesia que procura esconder su propia miseria constitutiva como para el vulgar sentido común, ¡que cree reconocer en ello una especio de "diminutio" de la dignidad de la mujer!

Para la exclusión del sacerdocio, doctores tiene la Iglesia. En cuanto a la señaladamente femenina "visión mística", claro está que se refiere a la aparición del Resucitado a las mujeres, episodio del que los burlones comentan que las escogió a ellas para que se enterase rápido todo el mundo. Pero Antígona es álogos. "No puede hablar" -como diría Kierkegaard- porque su subjetividad no se amolda al lenguaje de la pólis. Quizá esto explica que su figura se haya mantenido incólume tras el fracaso de la razón histórica en el XX. Sin duda, en La tumba de Antígona pesa la vivencia de la guerra y el exilio. Para Cacciari y demás, la tragedia cuyo coro reveló a Heidegger "lo pavoroso" del hombre reclama un acto de contrición, dado el protagonismo que a la virilidad corresponde en las atrocidades del hoy desahuciado -acaso siempre fantasmagórico- "sujeto de la historia".
 
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